Los domingos, sobre todo a media tarde y si uno está
solo, se abren en el tiempo algo así como una brecha. Basta con colarse por
ella. (…) noté algo así como si saltase un muelle, esa clase de vértigo que le
entra a uno precisamente cada vez que se abre una brecha en el tiempo.
Nunca he vuelto a ver a
ninguna de las personas cuyos nombres constan en las páginas de esta libreta
negra. Su presencia fue fugitiva e incluso corría el riesgo de olvidar los
nombres. Simples encuentros que no sabemos si son fruto del azar. Existe una etapa
de la vida para esa situación, una encrucijada en donde todavía estamos a
tiempo de dudar entre varios caminos. El tiempo de los encuentros…
Las veladas se me hacían
largas cuando no salía del barrio y me quedaba esperándola; pero me parecía
bastante natural. Me compadecía de quienes tenían que apuntar en la agenda
incontables citas, algunas con dos meses de anticipación. Todo estaba decidido
y nunca esperarían a nadie. Nunca sabrían que el tiempo palpita, se dilata,
luego vuelve a quedarse parado, y, poco a poco, nos va dando esa sensación de
vacaciones y de infinito que otros buscan en la droga, pero yo encontraba
sencillamente en la espera. En el fondo, estaba seguro de que antes o después
vendrías.
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