domingo, 23 de octubre de 2016

El balcón en invierno – Luis Landero

Es nostalgia y pesar de la juventud, de la belleza, de la acción, de todo cuando sucumbió al tiempo, pero también de lo que no llegó a vivirse, de los alegres decires nunca dicho, de las correrías nunca emprendidas, de los amigos que no tuve, del amor apenas entrevisto, de la vida dilapidada en vano, y de lo breve e ilusorio de los ahoras, de los mañanas y de los entonces, y de todo este pobre negocio de años y de afanes de que está hecha la vida.

Sin prisas, siempre sin prisas. Porque todo, todo, afilar un cuchillo, manejar una lezna, aguzar un palo, hacer un nudo, ponerse una camisa, posar un vaso sobre la mesa, encender un cigarro, alzar la mano para decir adiós, cualquier cosa era digna de ser hecha con maña y con finura, y en ella podía y debía dejarse la impronta de quien ha nacido siendo artista.

Pero fue sobre todo el amor, el gran embaucador y enemigo declarado de los ímpetus y desafueros de la libertad y de la fantasía, lo que lo empujó a buscar la misma vida segura, gris y barrigona, que tanto había criticado en mí cuando se enteró de que era oficinista. 


Entre nosotros decimos por ejemplo farraguas, triunfear, gaspartillo, peruétano, arrepío, farrajar, fechadura, arrancharse, milgueras, mérula, poipa, brutarate, perrengue, morgañera, safar, empicarse, panfarta, jreguesta, morrocate, falagar, y muchísimas más. Son palabras viejas, que se usaban antiguamente, que cada vez conocen menos los propios jóvenes del pueblo y que no tardarán en olvidarse por completo,como todas las cosas del mundo campesino de entonces. Todo, todo se perderá. Y pasó el tiempo, y el pueblo y el campo fueron quedando atrás, cada vez más atrás, pero ya inalterables en el ámbar de los recuerdos y sentimientos infantiles, ajenos a las mudanzas del tiempo, congelados en la memoria para siempre.

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