Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de
encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que
ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de
nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias
excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del
tiempo carezcamos de edad.
El peligro del odio consiste en que nos ata al
adversario en un estrecho abrazo.
Yo fui derrotada. Tú te rendiste.
Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, qué es
lo que nos hace simpáticos, qué es lo que nos hace ridículos; nuestra propia
imagen es para nosotros nuestro mayor misterio.
Es una ilusión ingenua creer que nuestra imagen no
es más que una apariencia tras la cual está escondido nuestro yo como la única
esencia verdadera, independientemente de los ojos del mundo. Los imagólogos han
descubierto con cínico radicalismo que es precisamente todo lo contrario:
nuestro yo es una mera apariencia, inaprehensible, nebulosa, mientras que la
única realidad, demasiado aprehensible y descriptible, es nuestra imagen a los
ojos de los demás. Y lo peor es que no eres su dueño. Primero intentas
dibujarla tú mismo, después quieres al menos influir en ella y controlarla,
pero en vano: basta con una frase malintencionada y te conviertes para siempre
en una caricatura tristemente simple.
Pero lo que Bettina denomina “wahre Liebe” (amor
verdadero), no es un amor-relación, sino un amor-sentimiento; un fuego
encendido por una mano celestial en el alma del hombre, una antorcha bajo cuya
luz el que ama “busca al amado en cada encarnación”. Un amor semejante
(amor-sentimiento) no sabe lo que es la infidelidad, porque, aunque cambie el
objeto del amor, el amor en sí sigue siendo siempre la misma llama encendida
por la misma mano celestial.
(…) el motivo y el sentido de su amor no era
Goethe, sino el amor.
El homo sentimentalis no puede ser definido como un
hombre que siente (porque todos sentimos), sino como un hombre que ha hecho un
valor del sentimiento. A partir del momento en que el sentimiento se considera
un valor, todo el mundo quiere sentir; y como a todos nos gusta jactarnos de
nuestros valores, tenemos tendencia a mostrar nuestros valores […]. Es parte de
la definición de sentimiento el que nazca en nosotros sin la intervención de
nuestra voluntad, frecuentemente contra nuestra voluntad. En cuanto queremos
sentir (decidimos sentir, tal como Don Quijote decidió amar a Dulcinea) el
sentimiento ya no es sentimiento, sino una imitación del sentimiento, su
exhibición. A lo cual suele denominarse histeria. Por eso, el homo
sentimentalis (es decir, el hombre que ha hecho del sentimiento un valor) es en
realidad lo mismo que el homo hystericus.
Pienso luego existo, es el comentario de un
intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento luego existo es una verdad
que posee una validez mucho más general y se refiere a todo lo vivo. Mi yo no
se diferencia esencialmente del de ustedes por lo que piensa. Gente hay muchas,
ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las
traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos. Pero cuando alguien me pisa el
pie, el dolor sólo lo siento yo. La base del yo no es el pensamiento, sino el
sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos. En el sufrimiento,
ni siquiera un gato puede dudar de su insufrible yo. En un sufrimiento fuerte,
el mundo desaparece y cada uno de nosotros está a solas consigo mismo. El
sufrimiento es la universalidad del egocentrismo. (…) No soy digno de mi
sufrimiento, una gran frase. De ella se deriva que el sufrimiento que el
sufrimiento no sólo es la base del yo, su única prueba ontológica indudable,
sino que es también de todos los sentimientos el que merece mayor respeto: el
valor de todos los valores.
El gesto de ansia de inmortalidad sólo conoce dos
sitios en el espacio: yo aquí y el horizonte allá a lo lejos; sólo dos
conceptos: el absoluto que es el yo y el absoluto del mundo. Ese gesto nada
tiene que ver con el amor, porque el otro hombre, el prójimo, quienquiera que
se encuentre entre esos dos polos extremos (yo y el mundo), queda de antemano
eliminado del juego, apartado, inadvertido. (…) En el origen de su lucha hay un
amor excitado e insatisfecho por su yo, al que desea dar rasgos expresivos para
enviarlo luego (mediante el gesto de ansia de inmortalidad que hemos descrito)
al gran escenario de la historia, en el que están fijos miles de ojos; y
nosotros sabemos, como lo demuestra el ejemplo de Míshkin y Nastasia
Filíppovna, que bajo el efecto de miradas intensas el alma crece, se hincha, es
cada vez mayor, y finalmente se eleva hacia el cielo como una magnífica
aeronave iluminada. Lo que hace que la gente levante el puño, lo que le pone
fusiles en la mano, lo que la impulsa a la lucha común por causas justas e
injustas, no es la razón, sino el alma hipertrofiada. Ella es la gasolina sin
la cual el motor de la historia no giraría y sin la cual Europa estaría tumbada
en la hierba viendo pasar perezosamente las nubes en el cielo.
“Depuis
huit jours, j'avais déchiré mes bottines aux cailloux des chemins ...”, escribe
Rimbaud. Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera
se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en coche, sino porque no
es más que una línea que une un punto a otro. La carretera, no tiene su sentido
en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un
elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos
invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio,
que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento
humano y una pérdida de tiempo. Antes de que los caminos desaparecieran del
paisaje, desaparecieron del alma humana: el hombre perdió el deseo de andar, de
caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su
vida como un camino, sino como una carretera: como una línea que va de un punto
a otro punto, del grado de capitán al grado de general, de la función de esposa
a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple
obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. El camino y la
carretera son también dos concepciones diferentes de la belleza. Cuando Paul
dice que en tal o cual lugar hay un paisaje hermoso, eso significa: si paras el
coche verás un hermoso castillo del siglo xv y junto a él un parque; o: hay
allí un lago y, por su brillante superficie, que se extiende a lo lejos,
navegan los cisnes. En el mundo de las carreteras un paisaje hermoso significa:
una isla de belleza unida por una larga línea a otras islas de belleza. En el
mundo de los caminos la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante; a
cada paso nos dice: “¡Detente!”.
Es más fuerte porque convirtió su debilidad en arma
y en superioridad moral: es víctima de una injusticia, la ha abandonado su
amante, sufre, intenta suicidarse
La base del pudor no es un error nuestro, sino el
oprobio, la humillación que sentimos por tener que ser lo que somos sin haberlo
elegido y la insoportable sensación de que esa humillación se ve desde todas
partes. (…) Cuando su padre se estaba muriendo, ella estaba sentada al borde de
su cama. Antes de entrar en la última fase de la agonía, le dijo: «Ya no me
mires», y ésas fueron las últimas palabras que oyó de su boca, su último
mensaje. Le obedeció; inclinó la cabeza hacia el suelo, cerró los ojos, pero le
cogió la mano y no se la soltó; dejó que lentamente y sin ser visto se fuese al
mundo en el que ya no hay rostros.
Una persona que se encuentra fuera del mundo no es
sensible al dolor del mundo.
¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de
acuerdo? ¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus
alegrías? Si sabe que no es parte de ellos. El amor o el convento, pensaba
Agnes. El amor o el convento: dos modos en que el hombre puede rechazar la
computadora divina, dos modos de escapar de ella.
Biografía: cadena de acontecimientos que
consideramos importantes para nuestra vida. Pero ¿qué es importante y qué no lo
es? En vista de que no lo sabemos (y de que ni siquiera se nos ocurre
plantearnos una pregunta tan estúpidamente sencilla) aceptamos como importante
lo que consideran importante los demás, por ejemplo el empresario que nos
obliga a rellenar unos formularios: fecha de nacimiento, profesión de los
padres, estudios, cambios de empleo y lugar de residencia (en mi antigua patria
añadían: pertenencia al partido comunista), bodas, divorcios, nacimiento de los
hijos, enfermedades graves, éxitos, fracasos. Es terrible pero es así: hemos
aprendido a ver nuestra propia vida según la visión que de ella nos dan los
formularios burocráticos o policiales.
De muy joven, era pudoroso y trataba de estar a
oscuras al hacer el amor. Pero en la oscuridad tenía los ojos abiertos de par
en par para ver al menos algo, gracias al débil rayo que se filtraba por la
persiana. Después no sólo se acostumbró a la luz, sino que la requería. Cuando
comprobaba que su acompañante tenía los ojos cerrados, la obligaba a abrirlos.
Y un día comprobó con sorpresa que hacía el amor con la luz encendida pero que
cerraba los ojos. Hacía el amor y recordaba. Oscuridad con los ojos abiertos.
Luz con los ojos abiertos. Luz con los ojos cerrados. El cuadrante de la vida.
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