Como ocurre con todas las filosofías pesimistas,
la interpretación de la existencia como algo extraño y horrible fue mal
recibida por las nadas conscientes de sí. Para bien o para mal, el pesimismo
sin compromiso carece de atractivo público. (…) Entonces, ¿es preciso renunciar
a toda reprobación de la complacencia de nuestra especie consigo misma? Esa
sería la brillante decisión y regla número uno para los que se desvían de la
norma. Regla número dos: si abres la boca, evita ante todo el debate.
G.K Chesterton: “sólo puedes encontrar la verdad
con la lógica si ya la has encontrado sin ella”
Mediante la profiláctica del autoengaño
mantenemos oculto lo que no queremos dejar entrar en nuestra cabeza, como si
fuéramos a revelarnos a nosotros mismos un secreto demasiado terrible para
saberlo. Nuestras vidas están llenas de preguntas desconcertantes a las que
algunos intentan responder y otros dejamos pasar en silencio.
Kent Bach ofrece tres medios de evitar pensamientos
indeseados que sin embargo son accesibles a la consciencia de un sujeto: racionalización,
evasión e interferencia. Estos medios son identificos a los métodos de
aislamiento, anclaje y distracción que advirtió Zapffe en la vida humana.
Hay aspectos de la visión científica del mundo
que pueden ser nocivos para nuestro bienestar mental, y eso es lo que todo el
mundo siente intuitivamente (Metzinger)
Confesiones – Tolstoi
Descubrí que para la gente de mi clase social hay
cuatro maneras de escapar a la terrible situación en la que todos nos hallamos.
La primera salida es la de la ignorancia.
Consiste en no saber, en no comprender que la vida es un mal, un absurdo. Las
personas que pertenecen a esta categoría —en su mayor parte mujeres, o bien
hombres muy jóvenes o muy estúpidos— no han comprendido aún el problema de la
vida que se le presentó a Schopenhauer, a Salomón, a Buda. No ven ni el dragón
que les espera, ni los ratones que roen los arbustos que los sostienen, y no
hacen otra cosa que lamer las gotas de miel. Pero lamen estas gotas de miel
sólo por un tiempo: algo atraerá su atención hacia el dragón y los ratones, y
sus lamidos cesarán. No tengo nada que aprender de esta gente, puesto que uno
no puede dejar de saber lo que ya sabe.
La segunda salida es el epicureísmo. Consiste en
aprovechar los bienes que se nos ofrecen pese a conocer la desesperanza de la
vida, no mirar el dragón ni los ratones, sino lamer la miel de la mejor manera
posible, especialmente si hay mucha sobre el arbusto. Salomón expresa así esta
idea.
«Por tanto, celebro la alegría, pues no hay para
el hombre nada mejor en esta vida que comer, beber y divertirse, pues sólo eso
le queda de tanto afanarse en esta vida que Dios le ha dado…
»¡Anda, come tu pan con alegría! ¡Bebe tu vino
con alegre corazón!… Goza de la vida con la mujer amada, todos los días de tu
vida vanidosa, en todos tus días vanidosos, puesto que ésa es tu suerte en la
vida y en el trabajo en el que te afanas debajo del sol… Y todo lo que te venga
a la mano, hazlo con todo empeño, porque en el sepulcro adonde te diriges no
hay trabajo, ni reflexiones, ni conocimiento ni sabiduría».
A esta segunda salida se atienen la mayoría de
las personas de nuestra clase. Las condiciones en las que se encuentran hacen
que tengan más cosas buenas que malas; su embotamiento moral les permite
olvidar que las ventajas de su situación son accidentales, que no todos pueden
tener mil mujeres y palacios como Salomón, que por cada hombre que tiene mil
mujeres hay mil hombres sin mujer, y que por cada palacio hay mil hombres que
lo construyen con el sudor de su frente, y que esa misma casualidad que hoy me
ha hecho ser Salomón puede hacerme mañana esclavo de Salomón. La estupidez de
la imaginación de estas personas les permite olvidar lo que no daba sosiego a
Buda: la inevitabilidad de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, que, si
no hoy mañana, destruirán todos estos placeres. El hecho de que algunas de esas
personas afirmen que la estupidez de pensamiento y de imaginación es filosofía
positiva, a mi parecer, no los distingue de aquéllos que lamen la miel sin ver
el problema. Yo no puedo imitar a esa gente, puesto que no tengo falta de
imaginación y no puedo fingir que la tengo. No puedo, como cualquier hombre que
vive auténticamente, apartar los ojos de los ratones y del dragón después de
haberlos visto una vez.
La tercera salida es la de la fuerza y la
energía. Consiste en destruir la vida después de comprender que ésta es un mal
y una absurdidad. Sólo actúan así las escasas personas que son fuertes y
consecuentes. Comprendiendo toda la estupidez de la broma que les han gastado y
que el bien de los muertos es superior al bien de los vivos y que es mejor no
existir, actúan y ponen fin de una vez por todas a esa estúpida broma, puesto
que hay medios para hacerlo: una soga al cuello, agua, un cuchillo para
clavárselo en el corazón, los trenes sobre las vías férreas. Cada vez es mayor
el número de personas de nuestra clase que actúan así. Y lo hacen, sobre todo,
en el mejor período de su vida, cuando las fuerzas del alma están en su apogeo
y todavía son escasos los hábitos degradantes para la razón humana que han
adquirido. Vi que ésta era la salida más digna y quería obrar de esta suerte.
La cuarta salida es la de la debilidad. Consiste
en continuar arrastrando la vida, aun comprendiendo su mal y su absurdidad,
sabiendo de antemano que nada puede resultar de ella. Las personas que
pertenecen a esta categoría saben que la muerte es mejor que la vida, pero no
tienen fuerzas para actuar razonablemente y poner fin cuanto antes a ese engaño
matándose; en su lugar, parecen estar esperando que pase algo. Es la salida de
la debilidad, puesto que si sé Lo que es mejor y está a mi alcance hacerlo,
¿por qué no abandonarme a ello?… Yo pertenecía a esa categoría.
Así,
las personas de mi clase se evaden de esta terrible contradicción de cuatro
maneras. Por mucho que hubiera ejercitado mis facultades mentales, no encontré
nada más que esas cuatro salidas.
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