Llega un día en que adviertes que todo es un
sueño, que sólo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de
ser reales.
-Supongo que ya tienes edad para casarte.
-Mis padres dicen lo mismo. Pero me temo que
acabaré casándome con un mozo de cuadra cuarentón.
-Podrías, pero no creo que durase mucho.
-No, pero él siempre estaría agradecido, dijo
ella.
Así pues, la vida siguió su curso, cada semana
igual que la anterior un año tras otro, hasta que empiezas a olvidar el camino.
Bowman notaba la falta, no necesariamente de
matrimonio, sino de un centro tangible en torno al cual la vida tomase forma y
hallara por fin su sitio. El origen de esa sensación, lo percibía con claridad,
era aquella casa.
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