viernes, 12 de agosto de 2016

Los grandes placeres – Giuseppe Scaraffia

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Poema “Los Justos”, de Jorge Luis Borges

Para Sartre “la autenticidad puede alcanzarse sólo en la desesperación” provocada por el cara a cara con el vacío. Mucho antes que ellos Pascal critica a quien trata de evadirse del vacío con los divertissement, las frívolas distracciones inventadas para ponerle freno.

Como sabía Stendhal, el “horrible” secreto oculto en el fondo abismal del vacío es sólo la muerte, en toda su vulgaridad. Todos, incluso los más inagotables interioristas del vacío, saben que la vida no tiene sentido y que se desvanece como una exhalación después de una mezcolanza indigerible de placeres y sufrimientos, negando a todos, desde los más grandes hasta los más insignificantes, el consuelo de poder pensar que han logrado realizarse a sí mismos. Bajo esta luz, parece evidente la engañosa posición de los pioneros de la autenticidad: aunque más sofisticada, sólo es una de las muchas formas de amueblar el vacío. “Sartre”, explica Lévi-Strauss, “pensaba que realmente se podía dar sentido a las cosas, mientras que, en lo que a mí respecta, creo que nunca se consigue y tan sólo hay que elegir entre vivir la vida del modo más satisfactorio posible  (…) o por el contrario retirarse del mundo, suicidarse o llevar una existencia asceta entre los bosques y las montañas. (…) Sabemos bien, como decía Renard, que la “única felicidad consiste en buscarla”. Y no obstante continuamos haciéndonos ilusiones. Proyectamos sobre ese vacío un fantasma diferente cada vez, le damos el nombre de un lugar, de un premio, de una persona. (…) El hecho de que, cada vez, logremos dar un nombre al vacío nos libra de mirar cara a cara al dolor por lo incompleto de nuestra condición y la muerte que se avecina. Pensamos “si lo tuviese, me tranquilizaría”, pero sabemos muy bien que, si lo tuviéramos, le daríamos otro lacerante nombre a nuestro sentido del vacío.

Somerset Maugham “las cosas que se nos escapan son más importantes que las que poseemos.

La diligencia humana en crear diversivos contra el vacío es inagotable.

Flaubert que tras haber experimentado todo tipo de placeres en exóticos viajes, se encerró en casa a escribir, no albergaba dudas al respecto. “El alma es una bestia feroz. Siempre está hambrienta y  hay que atiborrarla para que no nos embista. Nada es más tranquilizador que un trabajo prolongado”.

Jean Paul “el primer beso es el único; el segundo no existe; luego, sólo existen los últimos”.

Einstein “la vida es como una bicicleta, hay que avanzar para no perder el equilibrio”.

El poeta astrólogo Max Jacob, en una postal a Camus, destinado a desaparecer en un accidente de coche, cometió un desliz memorable “No sé por qué le dicen que va a morir usted de forma trágica”. Pero la mejor postal es la que envió Hemingway, poco antes de suicidarse, a un amigo: “¡En cualquier caso nos lo hemos pasado en grande!”

Gómez de la Serna “lo más aristocrático que tiene la botella de champán es que no consiente que se le vuelva a poner el tapón”.

Wilde “sólo quien carece de fantasía no encuentra una buena razón para beber champán”.

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