Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo
despaché de verdad. Sin remedio.
La hendí de abajo a arriba, como si fuese una res, porque
miraba indiferente al techo mientras hacía el amor.
Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.
Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba,
parecía un insulto. Todo tiene su límite.
Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga hablar, sin parar,
sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad,
aunque me hubiesen importado. Antes, miré el reloj seis veces, descaradamente:
no hizo caso. Creo que es un atenuante muy de tenerse en cuenta.
Resbalé, caí. La corteza de una naranja tuvo la culpa. Había
gente, y todos se rieron. Sobre todo aquella del puesto, que me gustaba. La piedra
le dio en el meritito entrecejo: siempre tuve buena puntería. Cayó espatarrada,
enseñando su flor.
Errata. Donde dice: la maté porque era mía. Debe decir: la
maté porque no era mía.
Lo maté porque no pensaba como yo.
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