No
es que estuvieran en contra del talento. Pero lo que había que hacer, al
parecer, era mantenerlo más o menos en secreto. La ambición era lo que las
alarmaba, porque ser ambicioso era cortejar el fracaso y exponerte al ridículo.
Lo peor que podía pasarte en esta vida, según entendí, era ser el hazmerreír. (…)
escoger no hacer algo demostraba, a la larga, más sabiduría y amor propio que
hacerlo.
El
sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al
cuerpo, un acto de fe pura, la libertad en la humildad.
Habíamos
visto el uno en el otro lo que no podíamos soportar, y no teníamos ni idea de
que la gente lo ve y continúa, y odia, pelea y trata de matarse de varias
maneras, y luego se quiere un poco más.
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