Yo
solo quería ser otro de los cobardes invisibles
Los
cimientos de Villa Miserias se amoldaban a la doctrina básica: el quietismo en
movimiento. (…) una de sus claves consistía en que hubiera un movimiento
acotado.
Los
trapos sucios ajenos escondían los propios hasta crear un amasijo de jergas
pestilentes, exclamando juntas en un grito ahogado: “Muy en el fondo todos
somos un asco, así que no hay nada de qué preocuparse”.
La
medida de todo hombre consiste en la dosis de verdad que pueda soportar
Fuera
de vagas nociones morales y fábulas maniqueas, en los hechos la verdad no
servía para nada. Se sostenía como ideal común solo porque se aceptaba tácitamente
su ilimitada transgresión. Sin la mentira nos encajaríamos las púas todo el
tiempo: la convivencia sería inviable, en especial con uno mismo. Registró con
cuidad un ejercicio y se dio cuenta de que no mentía menos de cincuenta veces
por día: el estado de ánimo, la apariencia de alguien, la simpatía hacia los
familiares de un ser querido, las opiniones sociales. Las consecuencias de
decir siempre la verdad serían por demás desagradables. Concluyó además que sin
el autoengaño no nos levantaríamos de la cama. La capacidad de trabajar en una
actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente para
educar a los hijos para que trabajen en una actividad mecánica sin otro sentido
que recibir un pago insuficiente, acompañados por una pareja absorta en su
propia repetición, cada vez más distanciados por las capas de rutina y
resentimiento esperando para hacer erupción, con escasos paliativos como vacaciones
que solo arrojan más luz sobre lo inútil cotidiano o descargas alcoholizadas
con los amigos que desembocan en balbuceos de teorías tan estúpidas que
producen vergüenza al recordarlas, alentados por la posibilidad de experimentar
el placer de la culpa producida por acostarse con la mujer de alguno de los,
escapando del aplastante horizonte personal con las cumbres representadas por
el primer diente del hijo, por verlo competir en algún deporte con otros niños
de su edad para ver quién es más amado por sus padres, o bien por el
reconocimiento profesional de un jefe de dientes podridos, complacido por el
incremento dela eficiencia del engranaje que uno aceita, así como con los hundimientos
representados por la muerte de alguien cercano, o la descarga de frustración
sobre alguna figura pública lo suficientemente estúpida como para transgredir
los laxos códigos de corrupción y tolerancia a sus excesos que la sociedad está
dispuesta a admitir. Si no encontramos cada día cientos de mentiras para callar
a los muchos que nos habitan, si no nos desquitáramos con el cuerpo
inyectándole espesura en las arterias, si no endilgáramos nuestra envidia a los
otros por envidiar al de más allá, si no nos engañáramos pensando que lo peor
ha pasado ya, no podríamos representar la comedia cotidiana.
Dos
posibilidades de cambio de estatus: por ascenso propio o despeñamiento ajeno.
La
importancia psicológica del voto. Lo crucial es que cada cual sienta que decidió.
O que perdió porque los necios no le hicieron caso. (…) la ilusión de incidir
es capital. (…) Cada individuo debe ser libre para triunfar o fracasar según
sus aptitudes. Es hasta inmoral ayudar a quienes no lo merecen. Un desperdicio.
Desde el punto de vista de la especie se trata de maximizar el placer. Importa el
valor absoluto, no como está distribuido. (…) los más jodidos sufren porque no
han aprendido a aceptarse. Porque siguen engañados por promesas absurdas de un
mundo mejor para todos. Si entendieran que cada uno tiene lo que se merece,
oportunidades o no, vivirían tranquilos con la paz que da la resignación. Los feos
entienden sus limitaciones. Por eso se aparean entre sí, a menos que en cambio
sean ricos o famosos, en general renuncian a rozarse con los guapos. Es igual
con los jodidos.
Desde
que la política dizque ya no es religiosa, la contienda se ha dividido en dos
grandes bandos. En distintas partes tienen nombres que cambian, pero aquí los
vamos a llamar soñadores vs. Malvados (...). Unos se atragantan de carne y buen
vino pensando cómo hacerle para que nadie estuviera excluido de la mesa, pero
en el fondo ya saben que no alcanzan los recursos para que todos vivan como
ellos. Los otros se atragantan de carne y buen vino convencidos de que si los
flojos lo quisieran podrían tener lo mismo que ellos.
No
tengo nada que perdonarte. Un efecto secundario de nuestros tiempos es que la
imagen de uno es demasiado frágil. Nos idolatramos a través de la aprobación de
los otros. Soy más consciente que nadie de mis bajezas. No puedo eliminar mis
impulsos miserables. Lo que único que me queda es esforzarme por mantenerlos a
raya. No existe amor más egoísta que el que exige a cambio la perfección ajena.
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