domingo, 8 de noviembre de 2015

La suma de los ceros - Eduardo Rabasa

Yo solo quería ser otro de los cobardes invisibles

Los cimientos de Villa Miserias se amoldaban a la doctrina básica: el quietismo en movimiento. (…) una de sus claves consistía en que hubiera un movimiento acotado.

Los trapos sucios ajenos escondían los propios hasta crear un amasijo de jergas pestilentes, exclamando juntas en un grito ahogado: “Muy en el fondo todos somos un asco, así que no hay nada de qué preocuparse”.

La medida de todo hombre consiste en la dosis de verdad que pueda soportar

Fuera de vagas nociones morales y fábulas maniqueas, en los hechos la verdad no servía para nada. Se sostenía como ideal común solo porque se aceptaba tácitamente su ilimitada transgresión. Sin la mentira nos encajaríamos las púas todo el tiempo: la convivencia sería inviable, en especial con uno mismo. Registró con cuidad un ejercicio y se dio cuenta de que no mentía menos de cincuenta veces por día: el estado de ánimo, la apariencia de alguien, la simpatía hacia los familiares de un ser querido, las opiniones sociales. Las consecuencias de decir siempre la verdad serían por demás desagradables. Concluyó además que sin el autoengaño no nos levantaríamos de la cama. La capacidad de trabajar en una actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente para educar a los hijos para que trabajen en una actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente, acompañados por una pareja absorta en su propia repetición, cada vez más distanciados por las capas de rutina y resentimiento esperando para hacer erupción, con escasos paliativos como vacaciones que solo arrojan más luz sobre lo inútil cotidiano o descargas alcoholizadas con los amigos que desembocan en balbuceos de teorías tan estúpidas que producen vergüenza al recordarlas, alentados por la posibilidad de experimentar el placer de la culpa producida por acostarse con la mujer de alguno de los, escapando del aplastante horizonte personal con las cumbres representadas por el primer diente del hijo, por verlo competir en algún deporte con otros niños de su edad para ver quién es más amado por sus padres, o bien por el reconocimiento profesional de un jefe de dientes podridos, complacido por el incremento dela eficiencia del engranaje que uno aceita, así como con los hundimientos representados por la muerte de alguien cercano, o la descarga de frustración sobre alguna figura pública lo suficientemente estúpida como para transgredir los laxos códigos de corrupción y tolerancia a sus excesos que la sociedad está dispuesta a admitir. Si no encontramos cada día cientos de mentiras para callar a los muchos que nos habitan, si no nos desquitáramos con el cuerpo inyectándole espesura en las arterias, si no endilgáramos nuestra envidia a los otros por envidiar al de más allá, si no nos engañáramos pensando que lo peor ha pasado ya, no podríamos representar la comedia cotidiana.

Dos posibilidades de cambio de estatus: por ascenso propio o despeñamiento ajeno.

La importancia psicológica del voto. Lo crucial es que cada cual sienta que decidió. O que perdió porque los necios no le hicieron caso. (…) la ilusión de incidir es capital. (…) Cada individuo debe ser libre para triunfar o fracasar según sus aptitudes. Es hasta inmoral ayudar a quienes no lo merecen. Un desperdicio. Desde el punto de vista de la especie se trata de maximizar el placer. Importa el valor absoluto, no como está distribuido. (…) los más jodidos sufren porque no han aprendido a aceptarse. Porque siguen engañados por promesas absurdas de un mundo mejor para todos. Si entendieran que cada uno tiene lo que se merece, oportunidades o no, vivirían tranquilos con la paz que da la resignación. Los feos entienden sus limitaciones. Por eso se aparean entre sí, a menos que en cambio sean ricos o famosos, en general renuncian a rozarse con los guapos. Es igual con los jodidos.  

Desde que la política dizque ya no es religiosa, la contienda se ha dividido en dos grandes bandos. En distintas partes tienen nombres que cambian, pero aquí los vamos a llamar soñadores vs. Malvados (...). Unos se atragantan de carne y buen vino pensando cómo hacerle para que nadie estuviera excluido de la mesa, pero en el fondo ya saben que no alcanzan los recursos para que todos vivan como ellos. Los otros se atragantan de carne y buen vino convencidos de que si los flojos lo quisieran podrían tener lo mismo que ellos.


No tengo nada que perdonarte. Un efecto secundario de nuestros tiempos es que la imagen de uno es demasiado frágil. Nos idolatramos a través de la aprobación de los otros. Soy más consciente que nadie de mis bajezas. No puedo eliminar mis impulsos miserables. Lo que único que me queda es esforzarme por mantenerlos a raya. No existe amor más egoísta que el que exige a cambio la perfección ajena.

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