Tres blancos dos negros.
Deberíamos releer el texto de
Lacan sobre el tiempo lógico, donde nos ofrece una brillante interpretación del
acertijo lógico de los tres prisioneros. Lo que no se conoce tanto es que la
forma original de ese acertijo procede del libertinaje francés del siglo xviii,
con su mezcla de sexo y fría lógica (que culmina en Sade). En esta versión
sexualizada, el director de una cárcel para mujeres ha decidido que le
concederá la amnistía a una de tres presas; la ganadora se decidirá mediante un
test de inteligencia. Las tres mujeres se colocarán formando un triángulo en
torno a una gran mesa redonda; las tres irán desnudas de cintura para abajo y
se inclinarán sobre la mesa para permitir una penetración a tergo. Cada una de
las mujeres será penetrada por detrás por un negro o un blanco, de manera que
sólo podrá ver el color de los hombres que penetran a las otras dos mujeres que
tiene delante; todo lo que sabrá es que, para su experimento, el alcaide de la
prisión sólo dispone de cinco hombres, tres blancos y dos negros. Teniendo en
cuenta estas restricciones, la ganadora será la mujer que primero pueda
determinar el color del hombre que se la está follando. Entonces podrá
apartarlo y salir de la habitación. Éstos son los tres casos posibles, de
creciente complejidad:
• En el primer caso, hay dos negros y un
blanco follándose a las mujeres. Puesto que la mujer follada por un blanco sabe
que sólo hay dos negros entre los cinco hombres, inmediatamente puede
levantarse y salir de la habitación.
• En el segundo caso, hay un
negro y dos blancos follando. Las dos mujeres folladas por blancos pueden ver,
por tanto, a un negro y un blanco. La mujer follada por un negro puede ver a
dos blancos, pero –al participar tres blancos en la prueba– no puede levantarse
de inmediato. La única manera de obtener un ganador en este segundo caso es que
una de las dos mujeres folladas por un blanco razone de la siguiente manera:
«Puedo ver a un blanco y un negro, de manera que el tipo que me está follando
podría ser blanco o negro. Sin embargo, si mi follador fuera negro, la mujer
que está delante de mí follada por un blanco vería a dos negros, y de inmediato
concluiría que su follador es blanco, por lo que se habría levantado y habría
salido de inmediato. Pero no lo ha hecho, por lo tanto mi follador ha de ser
blanco.»
• En el tercer caso, cada una de
las tres mujeres es follada por un blanco y, por consiguiente, cada una de
ellas ve a dos blancos. Por tanto, cada una de ellas puede razonar del mismo
modo que el ganador del caso 2, de la siguiente manera: «Puedo ver a dos
hombres blancos, por lo que el hombre que me está follando puede ser blanco o
negro. Pero si el mío fuera negro, cualquiera de las otras dos mujeres podría
razonar (como en el caso del ganador en 2): “Veo a un blanco y a un negro. Por
lo que si mi follador es negro, la mujer follada por un blanco vería a dos
negros, y de inmediato concluiría que su follador es blanco y se marcharía.
Pero no lo ha hecho, por lo que mi follador ha de ser blanco.” Pero puesto que
ninguna de las otras dos se ha levantado, mi follador no debe de ser negro,
sino también blanco.»
Pero aquí entra en juego el
tiempo lógico. Si las tres mujeres poseyeran la misma inteligencia y se
levantaran al mismo tiempo, ello las sumiría en una radical incertidumbre
acerca de quién se las está follando. ¿Por qué? Ninguna de las tres mujeres
podría saber si las otras dos se han levantado de resultas del mismo
razonamiento, puesto que estaban siendo folladas por un blanco, o si cada una
de ellas ha razonado como la ganadora del segundo caso, porque estaba siendo
follada por un negro. La ganadora será la mujer que primero interprete
correctamente esta indecisión y llegue a la conclusión que indica que las tres
están siendo folladas por blancos. El premio de consolación para las otras dos
mujeres será que al menos habrán sido folladas hasta el final, y ese hecho
adquiere su significado en el momento en que uno se da cuenta de la
sobredeterminación política de esta elección de hombres: entre las damas de
clase alta de mediados del siglo xviii en Francia, los negros, como es de
suponer, eran socialmente inaceptables como pareja sexual, pero codiciados como
amantes secretos por su presunta mayor potencia y sus penes supuestamente
extra-grandes. En consecuencia, ser follada por un blanco supone una relación
sexual socialmente aceptable pero íntimamente insatisfactoria, mientras que ser
follada por un negro es una relación sexual socialmente inadmisible pero mucho
más satisfactoria. Sin embargo, esta elección es más compleja de lo que podría
parecer, puesto que, en la actividad sexual, siempre está presente la mirada de
la fantasía que nos observa. El mensaje del acertijo lógico se vuelve así más
ambiguo: las tres mujeres se miran entre sí mientras mantienen relaciones
sexuales, y lo que tienen que establecer no es sólo: «¿Quién me está follando,
un blanco o un negro?», sino más bien: «¿Qué soy para la mirada del Otro
mientras me follan?», como si su mismísima identidad se estableciera a través
de esa mirada.
Hay un chiste agradablemente
vulgar acerca de Cristo: la noche antes de que lo arresten y lo crucifiquen,
sus seguidores comienzan a preocuparse: Cristo todavía es virgen; ¿no sería
bonito que tuviera una experiencia un poco agradable antes de morir? Así que le
piden a María Magdalena que vaya a la tienda donde Cristo está descansando y lo
seduzca; María dice que lo hará encantada y entra, pero cinco minutos después
sale chillando, aterrada y furiosa. Los seguidores de Cristo le preguntan qué
ha pasado, y ella les contesta: “Me he desvestido poco a poco, he abierto las
piernas y le he enseñado el coño a Cristo; él se lo ha quedado mirando y ha
dicho: ‘¡Qué herida tan terrible! ¡Deberíamos curarla!’, y suavemente ha
colocado encima la palma de la mano”.
Así que hay que andarse con ojo con
la gente demasiado empeñada en curar las heridas de los demás: ¿y si uno
disfruta de su propia herida? Justo de la misma manera, la curación directa de
la herida del colonialismo (regresar con todas las de la ley a la realidad
precolonial) sería una pesadilla: si los indios de hoy en día se encontraran en
la realidad precolonial, sin duda proferirían el mismo grito aterrado de María
Magdalena.
A fin de relajarse tras su ardua
labor de predicar y obrar milagros, Jesús decide tomarse un descanso a orillas
del mar de Galilea. Durante una partida de golf con uno de los apóstoles, se
encuentra con que ha de llevar a cabo un golpe complicado; Jesús lo hace mal y
la pelota termina en el agua. Así que recurre a su truco habitual: camina sobre
las aguas hasta donde está la pelota, se agacha y la recoge. Cuando Jesús
intenta repetir el golpe, el apóstol le dice que es muy difícil: sólo alguien
como Tiger Woods puede conseguirlo. Jesús le contesta: “¡Qué demonios, soy el
hijo de Dios, puedo hacer cualquier cosa que haga Tiger Woods!”, y repite el
golpe. La pelota acaba de nuevo en el agua, de manera que Jesús vuelve a
caminar sobre su superficie para recuperarla. En ese momento, pasa por allí un
grupo de turistas americanos y uno de ellos, al observar lo que ocurre, se
vuelve hacia el apóstol y le dice: “Dios mío, ¿quién es ese tipo? ¿Es que se
cree Jesús o qué?” A lo que el apóstol le contesta: “No, el boludo se cree
Tiger Woods!”
Así es como funciona la
identificación fantasmática: nadie, ni siquiera el propio Dios, es directamente
lo que es; todo el mundo necesita un punto de identificación externo y
descentrado.
Durante décadas, ha circulado
entre los lacanianos un chiste clásico para ejemplificar el papel fundamental
del conocimiento del Otro: a un hombre que cree ser un grano de maíz lo llevan
a un institución mental donde los médicos hacen todo lo posible para
convencerlo de que no es un grano de maíz, sino un hombre; sin embargo, cuando
está curado (convencido de que ya no es un grano de maíz, sino un hombre) y le
permiten salir del hospital, regresa de inmediato, temblando y muy asustado:
delante de la puerta hay una gallina y le da miedo que se lo coma. “Pero mi
querido amigo”, dice su médico, “sabe perfectamente que no es un grano de maíz,
sino un hombre”. “Claro que lo sé”, contesta el paciente, “¿pero lo sabe la
gallina?”
Ese es el auténtico meollo del
tratamiento psicoanalítico: no basta con convencer al paciente de la verdad
inconsciente de sus síntomas: también hay que conseguir que el propio
inconsciente asuma esa verdad. Lo mismo se puede decir de la teoría marxista
del fetichismo de la mercancía: podemos imaginar a un burgués asistiendo a un
curso de marxismo en el que se explica lo que es el fetichismo de la mercancía.
Después del curso, vuelve a visitar a su profesor y se queja de que sigue
siendo víctima del fetichismo de la mercancía. El profesor le dice: “Pero ahora
conoce la realidad de la situación, sabe que las mercancías no son más que una
expresión de las relaciones sociales, que no hay nada mágico en ellas”. A lo
cual el alumno contesta: “Pues claro que lo sé, pero las mercancías que manejo
no parecen saberlo”. A esto apuntaba Lacan con su afirmación de que la
auténtica fórmula del materialismo no es “Dios no existe”, sino “Dios es
inconsciente”. (…) Sabe que Dios no existe pero ¿también lo sabe Dios? Es en
este preciso sentido en que nuestra época es quizá menos atea que la anterior:
todos estamos dispuestos a entregarnos a un completo escepticismo, a una
distancia cínica, a explotar a los demás “sin ilusiones”, a violar todas las
limitaciones éticas, a las prácticas sexuales extremas, etc, etc protegidos por
la silenciosa conciencia de que el gran Otro lo ignora por completo.
Esta referencia inherente al
Otro, según la cual “no existe don Giovanni sin Leporello” (evidentemente don
Giovanni considera la inscripción de sus conquistas en el registro de Leporello
como algo más importante que el propio placer que éstas le proporcionan.
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