Los
ateos son nuestros pobres de espíritu, los hijos de nuestra época más
necesitados de ayuda. Son pobres de espíritu, con la diferencia
de que albergan escasas esperanzas de acceder al reino de los cielos.
Muchos se enfadaron con ellos y lucharon contra ellos en el pasado.
Considero completamente reprobable ese método. ¿Combatir? ¿Un hombre
sano peleando con ciegos y cojos? Puesto que son inválidos, conviene
acercarse a ellos con buena voluntad. Conviene no convencerlos por la
fuerza; ni siquiera han de darse cuenta de lo que les ocurre. Hay que
tratarlos como a niños retrasados en su evolución e incluso de pocas
luces, si bien ellos aprecian mucho su inteligencia y creen que el ateísmo
es un saber perfecto. ¿Por qué se los combatió en el pasado? A mi
juicio, en primer lugar porque el ateísmo, como pobreza de entendimiento y
como humor híbrido que es, fracasaría en toda regla si no compensara esas
deficiencias por otro lado. ¿Y en qué consiste la compensación? En la
actividad frenética. Por eso, el ateísmo conduce necesariamente a la violencia
y, puesto que desemboca en ella, los ateos necesitan conquistar el poder
universal. En efecto, lo han conseguido. Y quienes luchaban contra ellos en el
fondo los envidiaban, lo cual es un error en mi opinión. Cuando los ateos
vieron que eran envidiados se tornaron arrogantes.
(…)
a los ateos los atenaza un miedo terrible a Dios. Como dice Böhme, viven
en la ira de Dios. No conocen más que al Dios colérico: por eso se
esconden y mienten. Creen que afirmando la inexistencia de
Dios dejarán de pasar miedo, pero naturalmente lo que ocurre es que
entonces le temen todavía más.
Cuando pongo orden en las cosas, cuando cada una
está en su sitio, restituyo el sentido del mundo. Toda filosofía es algo así
como un intento de restituir el sentido. Y al hacerlo ocurre algo muy curioso.
Sí, muy curioso, porque descubrimos que la gran variedad de cosas que parecen
diferentes, es en el fondo, apariencia. Todo es uno.
Toda persona sabe de forma innata que su vida
solamente tiene sentido si la sacrifica.
El hombre sólo es capaz de soportar el puente que
une el primer día y el último en un estado de trance. Y ese estado de trance es
el vino.
Si
una mujer acudiera a mí y me preguntara qué debe hacer para ser bella, le
respondería: sal a que te dé el sol, querida. Sólo es bello quien toma el sol.
Mira las partes de tu cuerpo que siempre llevas cubiertas: parecen ciegas.
(…) Para
ser bella anda diez minutos desnuda todos los días preferentemente ante el
espejo de la mirada de un hombre. Descubrirás entonces que no es posible vivir
en la oscuridad.
La última lección de la anatomía de la ebriedad es
la siguiente: la ebriedad es un estado infinitamente superior al de la razón
cotidiana y es el comienzo del auténtico despertar. El inicio de todo aquello
que es bello, grande, serio, placentero y puro en la vida. Es la sobriedad
superior. El entusiasmo como decían los antiguos, del que proceden el arte, la
música, el amor y el verdadero pensamiento. Y del que procede la verdadera
religión. La buena religión es la religión de la ebriedad; la mala la religión
racional cotidiana, es decir, el ateísmo. Al alcance de nuestra mano se
encuentra la llave de la vita illuminativa o mejor dicho, en nuestros toneles y
botellas. El vino nos enseña que la ebriedad no es otra cosa que la forma
superior de la sobriedad, la vida iluminada.
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