domingo, 8 de noviembre de 2015

La fiesta de la insignificancia – Milan Kundera

Alain medita sobre el ombligo
Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de París. Observaba a las jovencitas que, todas ellas, enseñaban el ombligo entre el borde del pantalón de cintura baja y la camiseta muy corta. Estaba arrobado; arrobado e incluso trastornado: como si el poder de seducción de las jovencitas ya no se concentrara en sus muslos, ni en sus nalgas, ni en sus pechos, sino en ese hoyito redondo situado en mitad de su cuerpo.
Eso le incitó a reflexionar: si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los muslos, ¿cómo describir y definir la particularidad de semejante orientación erótica? Improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la consumación erótica; en efecto, se dijo Alain, incluso en pleno coito, la longitud de los muslos brinda a la mujer la magia romántica de lo inaccesible.
Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en las nalgas, ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: brutalidad; gozo; el camino más corto hacia la meta; meta tanto más excitante por ser doble.
Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los pechos, ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: santificación de la mujer; la Virgen María amamantando a Jesús; el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino.
Pero ¿cómo definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?

-No ha entendido nada, y aún hoy no entiende nada acerca del valor de la insignificancia. (…)
-La inutilidad de ser brillante. (…)
-Es algo más que inutilidad. La nocividad. Cuando un tipo brillante intenta seducir a una mujer, ésta tiene la impresión de entrar en una competición. Ella también se siente obligada a deslumbrar. A no entregarse sin resistencia. Mientras que la insignificancia la libera. La descarga de precauciones. No exige ninguna agudeza. La despreocupa y, por tanto, la hace más fácilmente accesible.

“Sentirse o no sentirse culpable. Creo que todo radica en eso. La vida es una lucha de todos contra todos. Es sabido. Pero, ¿cómo puede darse esa lucha en una sociedad más o menos civilizada? No deberíamos tirarnos unos contra otros a primera vista. En cambio, intentamos proyectar en los demás el oprobio de la culpabilidad. Vencerá el que consiga hacer que el otro se sienta culpable. Perderá el que confiese su culpa. Vas por la calle inmerso en tus pensamientos. Caminando hacia ti, viene una chica que, como si estuviera sola en el mundo, sin mirar a los lados, camina recto hacia adelante. Chocáis. Éste es el momento de la verdad. ¿Quién insultará al otro, y quién pedirá perdón? esa situación me sirve de ejemplo: en realidad los dos son a la vez el embestido y el que embiste. No obstante, los hay que, inmediata y espontáneamente, se consideran los causantes del choque y, por tanto, culpables. Y los hay también que siempre se consideran, inmediata y espontáneamente, las víctimas del choque y, por tanto, en su derecho de acusar en el acto al otro y de hacer que lo castiguen. Tú, en esa situación, ¿pedirías perdón o acusarías?
– Sin duda alguna, yo pediría perdón.
– ¡Ay, pobre de modo que tú también perteneces a la legión de los perdonazos! Crees que podrás ablandar al otro con tus disculpas.
– Claro que sí.
– Pues te equivocas. El que pide perdón se declara culpable. Y si te declaras culpable, animas al otro a seguir insultándote y a denunciarte públicamente hasta la muerte. Éstas son las consecuencias fatales del que pide perdón primero.
– Es cierto. No hay que pedir perdón. Sin embargo, yo preferiría un mundo en el que todos, sin excepción, pidiéramos perdón y, por las buenas, inútil y exageradamente, todos cargáramos con las disculpas…”

El placer de la mistificación debía protegeros. Ésa fue de hecho nuestra estrategia, la de todos nosotros. Comprendimos desde hace mucho que ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia delante. Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en serio. Pero me doy cuenta de que nuestras gracias ya perdieron todo su poder. 

En su reflexión sobre lo cómico, Hegel dice que el verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor, escúchalo bien, eso es lo que dice literalmente: “infinito buen humor”; “unendliche Wohlemutheit!”. No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella.

-La idea más importante de Kant, camaradas, es la "cosa en si", que en alemán es: "Ding an sich". Kant pensaba que, detrás de nuestras representaciones, hay una cosa objetiva, una "Ding", que no podemos conocer, pero que no obstante es real. Pero esta idea es falsa. No hay nada real detrás de nuestras representaciones, ninguna "cosa en sí misma", ninguna "Ding an sich".
Todos escuchan desconcertados y Stalin prosigue:
-Schopenhauer estuvo más cerca de la verdad. ¿Cuál fue, camaradas, la gran idea de Schopenhauer?
Todos evitan la mirada burlona del examinador, que según su célebre costumbre, termina por contestarse a sí mismo:
-La gran idea de Schopenhauer, camaradas, es la de que el mundo no es más que representación y voluntad. Eso significa, que tras el mundo tal como lo vemos, no hay nada objetivo, ninguna "Ding an sich" y que, para hacer que exista esa representación, para hacerla real, debe haber una voluntad; una enorme voluntad que la impondrá.

Te seré sincera. Desde siempre me ha horrorizado la idea de arrojar al mundo a alguien que no lo ha pedido.

Ya sé que la uniformidad está en todas partes. Pero en este parque dispone al menos de una gran variedad de uniformes. Así puedes conservar aún la ilusión de tu individualidad. (…) Antaño, el amor era la celebración de lo individual, de lo inimitable, la gloria de lo único, de lo que no admite repetición. Pero el ombligo no solo no se rebela contra la repetición, ¡es una llamada a las repeticiones! De modo que en nuestro milenio viviremos bajo el signo del ombligo. Bajo ese signo seremos todos soldados del sexo…

La insignificancia, mi amigo, es la esencia de la existencia. Ella está con nosotros en todas partes y siempre. Está presente ahí donde nadie quiere verla: en los horrores, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Esto exige a menudo mucho coraje para reconocerla en condiciones también dramáticas y por llamarla por su nombre. Incluso aun cuando se trate sólo de reconocerla, hay que amarla a la insignificancia, hay que aprender a amarla. Aquí, en este parque, delante de nosotros, mire amigo mío, ella está presente en toda su evidencia, con toda su inocencia, con toda su belleza. Sí, su belleza. Como usted mismo ha dicho: la animación perfecta…y completamente inútil, los niños que ríen…sin saber por qué, acaso no es bello? Respire D’Ardelo, mi amigo, respire esta insignificancia que nos rodea, ella es la clave de la sabiduría, ella es la clave del buen humor.

El silencio llama la atención. Puede impresionar. Darte un aire enigmático. O sospechoso


Tampoco has elegido tu sexo. Ni el color de tus ojos. Ni tu siglo. Ni tu país. Ni tu madre. Nada de lo que realmente cuenta. Los derechos de los que puede disponer el ser humano sólo se refieren a nimiedades por las que carece de sentido luchar unos contra otros o escribir solemnes declaraciones

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