domingo, 8 de noviembre de 2015

Indignación - Philip Roth

Era el más alto de los dos; medía varios centímetros más que yo y tenía ese aire suave, confiado y plácido que me recordaba a aquellos muchachos de amabilidad y simpatía casi mágicas que ejercían de presidentes del consejo estudiantil en el instituto y a los que adoraban sus novias, reinas de las animadoras de las majorettes. La humillación jamás afectaba a aquellos jóvenes, mientras que para el resto de nosotros siempre revoloteaba por encima como la mosca o el mosquito que no te deja en paz. ¿En qué pensaba la evolución al hacer que uno entre un millón fuese como el muchacho que se hallaba ante mí? ¿Cuál era la función de semejante apostura salvo llamar la atención hacia las imperfecciones de todos los demás? Yo no había sido completamente desdeñado por el dios del aspecto físico, y sin embargo el brutal nivel establecido por aquel ejemplar me convertía, por comparación, en una monstruosidad de lo ordinario. Mientras hablaba con él me veía forzado a desviar la vista, tan perfectas eran sus facciones, tan humillantes, tan vergonzantes… tan significativas.

Mi estatura me venía de mi madre. Era una mujer robusta que medía metro ochenta y se alzaba no solo por encima de mi padre, sino por encima de todas las madres del barrio. Con las cejas pobladas y oscuras y el áspero cabello gris (y, en la tienda, con sus ásperas ropas grises debajo de un delantal blanco ensangrentado), encarnaba el papel de la trabajadora de un modo tan convincente como cualquier mujer soviética en los carteles de propaganda sobre los aliados de ultramar de Estados Unidos que estaban fijados a las paredes de nuestra escuela de primaria durante la segunda guerra mundial. Olivia era esbelta y de cabello claro, e incluso con una estatura de algo más de metro setenta parecía bajita al lado de mi madre, de modo que cuando la mujer que trabajaba con un ensangrentado delantal blanco blandiendo largos cuchillos afilados como espadas, y abriendo y cerrando la puerta de la cámara frigorífica tendió la mano a Olivia para estrechar la suya, vio no solo el aspecto que Olivia debió de tener en su infancia, sino también lo poco protegida que estaba contra la confusión cuando la asaltaba con toda su fuerza. No solo su delicada mano parecía una chuleta de cordero lechal en la manaza, como una garra de osa, de mi madre, sino que se veía todavía atenazada por lo que fuese que, solo pocos años después de dejar atrás la infancia, la había impulsado primero a beber y luego la había llevado al borde de la destrucción. Era blanda y frágil hasta la médula de los huesos, una chiquilla realmente herida, y por fin lo comprendí solo porque mi madre, incluso bajo los ataques de mi padre y dispuesta a hacer algo tan extremo como divorciarse, lo cual equivaldría a matarlo (sí, ahora también lo veía a él muerto), era cualquier cosa menos blanda y frágil. Que mi padre pudiera haberle hecho tomar la iniciativa de ir a un abogado para pedir el divorcio no era una medida de la debilidad de ella, sino del aplastante poder de la inexplicable transformación que él había sufrido, de los implacables indicios de catástrofe que le habían hecho cambiar por completo.

-Puedes llorar Markie. Te he visto llorar antes. –Sé que me has visto. Sé que puedo, pero no quiero. Es que me siento tan feliz…-Tuve que parar un momento, para recobrar la voz y recuperarme tras haber sido reducido por sus palabras a la diminuta criterio que no es más que su necesidad de atención y cuidado perpetuos.

Una conciencia que me enorgullece que tengas, pero que puede ser tu enemiga. Tienes conciencia y eres compasivo, y también dulce…así que dime, ¿sabes cómo hacer con esa chica lo que tal vez debas hacer? Porque la debilidad del prójimo puede destruirte tanto como su fuerza. Los débiles no son inofensivos. Su debilidad puede ser su fuerza. Una persona tan inestable es una amenaza para ti, y una trampa.


…el aprendizaje de lo que su padre sin estudios se había empeñado tanto en enseñarle: la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones más triviales, fortuitas e incluso cómicas obtienen el resultado más desproporcionado.

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