domingo, 28 de junio de 2009

Veinticuatro horas en la vida de una mujer - Stefan Zweig

- Tanta resistencia a reconocer el hecho evidente de que una mujer, en ciertas horas de su vida, pese a su voluntad y a la conciencia de su deber, se encuentra indefensa ante el poder de fuerzas misteriosas, revelaba miedo del propio instinto, miedo del fondo demoníaco de nuestra naturaleza. Y parece que muchas personas experimentan cierto goce en juzgarse más fuertes, más morales y más puras que aquellas que son "fáciles de seducir". Yo personalmente, encuentro más digno que una mujer ceda a su instinto, libre y apasionadamente, que no que, como ocurre por lo general, engañe al marido en sus propios brazos y a ojos cerrados.
- Yo sin embargo, en tanto que persona privada, no veo por qué he de adoptar el papel de juez; prefiero actuar de defensor. Personalmente, me causa mayor satisfacción comprender a los hombres que condenarlos.
- Cinco, diez veces había concentrado mis fuerzas, intentando acercarme a él; pero siempre me hizo retroceder una especie de vergüenza, quizá el instintivo presentimiento de que los desesperados arrastran consigo a quienes tratan de socorrerlos.
- Sólo las personas que han vivido completamente ajenas a la pasión experimentan, al verse presas de ella, esas explosiones repentinas, esas sacudidas huracanadas, como de avalancha; en esos instantes, años enteros de fuerzas no utilizadas se agolpan en el propio corazón.

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