- No creo en Dios, pero le echo de menos.
- La muerte de mi padre sólo fue su muerte; la de mi madre fue la muerte de ambos. Y la posterior limpieza de la casa se convirtió en la exhumación de lo que habíamos sido como familia
- ¿No había dicho Camus que la respuesta correcta al sinsentido de la vida era inventar reglas para el juego, como nosotros habíamos hecho con el fútbol?
- "No pensarás que soportaría todo esto si no creyera que la final está el paraíso, ¿verdad?"
En aquel entonces, en parte me impresionaba este pensamiento práctico y en parte me horrorizaba una vida malgastada por una vana esperanza. Pero el cálculo de este Père tenía una historia distinguida, y yo podría haber descubierto en ella una versión prosaica de la famosa apuesta de Pascal. Parece una apuesta sencilla. Si eres creyente y resulta que Dios existe, ganas. Si crees y resulta que Dios no existe, pierdes, pero no es ni la mitad de malo de lo que sería decidir no creer y descubrir después de la muerte que Dios sí existe. No es quizá tanto un argumento de lo que un ejemplo de posicionamiento interesado, digno del cuerpo diplomático francés; aunque la apuesta primordial sobre la existencia de Dios depende de una segunda y simultánea apuesta sobre Su naturaleza. ¿Y si Dios no es como imaginamos? ¿Y si por ejemplo, desaprueba a los que apuestan, sobre todo a aquellos cuya supuesta creencia en Él depende de una mentalidad de juego de azar? ¿Y quién decide quién gana? No nosotros: Dios quizá prefiera al dubitativo sincero que al adulador oportunista.
(...) "¡Vamos, cree! No pierdes nada", esta versión parecida al té flojo, el cansino murmullo de un hombre con un dolor de cabeza metafísico, proviene de los cuadernos de Wittgenstein. (...) Un experto en Wittgenstein señala que aunque el filósofo no era una "persona religiosa", había en él, "en cierto sentido, la posibilidad de religión"; pero su idea de ella era menos la creencia de un creador que un sentimiento de pecado y un deseo de juicio. Pensaba que "la vida puede enseñarte a creer en Dios".
- "La gente como nosotros, escribió Flaubert, debería profesar la religión del desespero. Hay que ponerse a la altura del propio destino, es decir, impasible como él. A fuerza de decirte "¡Es así! ¡Es así!, y de mirar al pozo negro que se abre a tus pies, conservas la calma". (...) Flaubert "Todo dogma en sí mismo me resulta repulsivo. Pero considero que el sentimiento que los ha engendrado es la expresión más natural y poética de la humanidad. No me gustan esos filósofos que los desprecian como insensateces y patrañas. Yo les encuentro necesidad e instinto. Por tanto respeto tanto al hombre negro que besa su fetiche como al católico que se arrodilla delante del Sagrado Corazón." (...) "Deberíamos pensar más en ella, y hacernos a la idea de su presencia. No podemos consentir que el miedo se nos eche encima por sorpresa. Tenemos que convertirlo en algo familiar, y una forma de hacerlo es escribir al respecto. No creo que escribir sobre la muerte y pensar en ella sea característico de los viejos. Creo que si la gente empezara antes a pensar en la muerte cometería menos errores estúpidos" Shostakóvich.
- Jules Renard "Es al afrontar la muerte cuando leemos más libros" "No sé si Dios existe, pero sería mejor para su reputación que no existiera" "Dios no cree en nuestro Dios". En 1898 anotó "De casi todas las obras literarias puede decirse que son demasiado largas" "La ironía no seca la hierba. Sólo quema los hierbajos". "Que te horrorice lo burgués es burgués"
- Philosopher, c'est apprendre à mourir. Montaigne está citando a Cicerón, quien a su vez cita a Sócrates. (...) Montaigne creía que como no podemos vencer a la muerte, la mejor manera de contraatacar es tenerla constantemente presente: pensar en la muerte cada vez que tu caballo tropieza o cae una teja de un tejado. Deberíamos tener el sabor de la muerte en la boca y su nombre en la lengua. Prever la muerte de este modo es liberarte de su servidumbre: más aún, si enseñas a morir a alguien, le enseñas también a vivir
- ¿Qué mundo es más serio? ¿Cuál de los dos el más avanzado moralmente? Las pegatinas de los parachoques y los imanes que se pegan en la nevera nos recuerdan que la vida no es un ensayo. Nos empujamos unos a otros hacia el cielo seglar moderno de la realización personal: el desarrollo de la personalidad, las relaciones que ayudan a definirnos, el empleo que da prestigio, los bienes materiales, la propiedad de un inmueble, las vacaciones en el extranjero, la adquisición de ahorros, la acumulación de hazañas sexuales, las visitas al gimnasio, el consumo de cultura. Todo esto contribuye a la felicidad ¿no? ...¿No? Es el mito que hemos elegido, y casi tan ilusorio como el mito que insistía en la consumación y el éxtasis cuando sonara la última trompeta, las tumbas se abrieran y las almas perfeccionadas y sanadas se unieran a la comunidad de los santos y los ángeles. Pero si consideramos que la vida es un ensayo o una preparación o una antesala, o cualquier otra metáfora que escojamos, pero en cualquier caso algo contingente, algo dependiente de una realidad más grande en otra parte, entonces se vuelve al mismo tiempo menos valiosa y más seria. Las regiones del mundo en que la religión ha perdido fuerza, y hay un reconocimiento general de que este breve lapso de tiempo es lo único que tenemos, no son, en su conjunto, lugares más serios que aquellos donde las campanas de la catedral o el muecín del minarete todavía hacen volverse las cabezas.
- Quizá la división importante no es tanto la que existe entre los religiosos y los irreligiosos como la que separa a los que temen a la muerte de quienes no la temen. Formamos, por tanto, cuatro categorías, y está claro cuáles se consideran superiores: la de quienes no temen a la muerte porque tienen fe, y la de quienes no temen a la muerte aunque no tengan fe. Estos grupos ocupan el podio moral. En tercer lugar vienen los que, a pesar de tener fe, no pueden librarse del temor antiguo, visceral, racional. Y luego, sin medallas, a ras del suelo, bien jodidos, están los que temen a la muerte y no tienen fe.
- Mi madre me dijo que el abuelo le había dicho una vez que la peor emoción de la vida era el remordimiento. (...) Sufro pocos remordimientos, aunque puede que se estén gestando, y entretanto me las apaño con sus compinches próximos: pesar, culpa, recuerdo del fracaso. Pero tengo una curiosidad creciente por las vidas que no he vivido y que ya no podré vivir, y quizá el remordimiento acecha ahora escondido en esa sombra.
- No puedo afirmar que encarar la muerte me haya dado una mayor conformidad con ella, ni que me haya hecho más sabio o más serio o más.. nada, en realidad. Podría aducir que o saboreamos realmente la vida sin una conciencia habitual de extinción: es el limón exprimido, el pellizco de sal que realza el sabor. Pero ¿de verdad creo que mis amigos que niegan la muerte (o religiosos) aprecian menos que yo ese ramo de flores/obra de arte/vaso de vino? No.
- Los ateos de la primera categoría (no creen en Dios, no temen a la muerte), se complacen en decirnos que la ausencia de una divinidad no debería disminuir en absoluto nuestra sensación de maravilla ante el universo. Quizá todo nos parezca milagroso y fácil de usar si imaginamos que Dios lo puso allí especialmente para nosotros, desde la armonía de un copo de nieve y el complejo carácter alusivo de la pasionaria hasta el espectacular efecto escénico de un eclipse solar. Pero si todo se sigue moviendo sin una causa primera ¿por qué habría de ser menos prodigioso y menos bello?
- Beyle/Stendhal no creía en Dios, y fingía una ignorancia lógica de Su existencia: "A la espera de que Dios se manifieste, creo que su primer ministro, Azar, gobierna igual de bien este triste mundo".
- Para mí, añorar a Dios se parece bastante a ser inglés: un sentimiento que brota sobre todo ante la agresión
- Como expresó Stravinski, la prueba razonada (por tanto, no prueba nada) no es para la religión más que lo que los ejercicios de contrapunto son para la música. La religión consiste precisamente en creer lo que, según todas las normas conocidas, "no pudo haber ocurrido".
- Las religiones fueron las primeras invenciones de los escritores de ficción. Una representación convincente y una explicación verosímil del mundo para mentes comprensiblemente confusas. Una mentira hermosa y seductora que contiene verdades duras y correctas
- "El consejo de los viejos es como el sol invernal: derrama luz pero no nos calienta"
- Maugham "La gran tragedia de la vida no es que los hombres perezcan, sino que dejen de amar"
- Una pregunta y una paradoja. Nuestra historia ha conocido el progresivo pero desigual crecimiento del individualismo: desde el rebaño animal, desde la sociedad de esclavos, desde la masa de individuos incultos, mangoneados por curas y reyes, a grupos más sueltos en donde el individuo posee mayores derechos y libertades: el derecho a buscar la felicidad, a pensar por sí mismo, a realizarse, a satisfacer sus apetitos. Al mismo tiempo, a medida que nos zafamos de la férula de curas y reyes, a medida que la ciencia nos ayuda a comprender los términos y condiciones más auténticos en que vivimos, a medida que nuestro individualismo se expresa de forma más tosca y egoísta (¿qué es la libertad si no sirve para esto?), descubrimos también que esta individualidad, es menor de lo que pensábamos. Para nuestra sorpresa, descubrimos que, en la memorable frase de Dawkins, somos "máquinas de supervivencia; vehículos robot ciegamente programados para conservar las moléculas egoístas conocidas como genes". La paradoja es que el individualismo -el triunfo de los artistas y científicos librepensadores- nos ha conducido a un estado de autoconciencia en el que ahora nos consideramos unidades de obediencia genética. Mi concepto adolescente de construcción de uno mismo -ese vago, británicamente, ego existencialista: la esperanza de autonomía- no podría haber estado más lejos de la verdad. Pensaba que el oneroso proceso de madurar cristalizaba en un hombre que por fin se sostenía por sí mismo -homo erectus plenamente erguido, sapiens en plenitud de su conocimiento-, un hombre que ahora empuñaba el látigo. Esta imagen hay que sustituirla por la sensación de que, lejos de tener un látigo que restallar, soy la punta misma de ese látigo, y lo que me está fustigando es una larga e inevitable trenza de material genético al no puedes desatender ni combatir. Puede ser que mi individualidad sea aún perceptible y genéticamente demostrable, pero puede ser justamente lo contrario del logro que en otro tiempo consideré que era.
- La gente dice de la muerte: "No hay nada que temer." Lo dice rápidamente, con indiferencia. Ahora digámoslo otra vez, despacio, recalcando: "No hay NADA que temer". Jules Renard: "la palabra más verdadera, más exacta, más llena de sentido, es la palabra "nada"".
- Einstein "un ser dotado de una comprensión más profunda y una inteligencia más perfecta, al observar a los hombres y sus acciones, sonreiría ante la ilusión humana de que están actuando conforme a su libre albedrío"
- ¿Pero alguna vez ha disminuido la fuerza del pasado? Vivimos en gran medida de acuerdo con los postulados de una religión en la que ya no creemos. Vivimos como criaturas dotadas de un puro libre albedrío, a pesar de que los filósofos y los biólogos evolucionistas nos dicen que es en gran parte una ilusión. Vivimos como si la memoria fuese una consigna de equipajes bien construida y atendida por un personal eficiente. Vivimos como si el alma -o el espíritu, o la individualidad, o la personalidad- fuera una entidad identificable y ubicable, en vez de una historia que el cerebro se cuenta a sí mismo. Vivimos como si la crianza y la naturaleza fueran progenitores iguales, cuando la evidencia indica que la segunda es a la vez el látigo y la mano que lo empuña. ¿Calarán estos conocimientos? ¿Cuánto se tardará en asimilarlos?
- ¿Qué sentido tienen mis acciones en un universo vacío donde incluso se han debilitado otras certezas? ¿Por qué no ser egoísta y glotón y echarle la culpa de todo al ADN? Digan lo que digan las religiones, estamos organizados -genéticamente programados- para actuar como seres sociales. El altruismo es evolutivamente útil (¡ah!; aquí desaparece tu virtud, otra falacia); por consiguiente, haya o no un predicador con una promesa de paraíso o una amenaza de infierno, los individuos que viven en sociedades por lo general obran de un modo bastante parecido. La religión ya no hace que la gente se comporte bien ni tampoco que se comporte mal, lo cual podría decepcionar tanto al ateo aristocrático como al creyente.
- Koestler "la incredulidad ante tu propia muerte crece en proporción a su proximidad". Freud "Es, en efecto, imposible imaginar nuestra propia muerte; y siempre que lo intentamos advertimos que de hecho seguimos estando presentes como espectadores"
-¿Qué preferirías, tener miedo a la muerte o tener miedo a morir?
- La memoria es identidad. Lo he creído desde..., oh, desde que me acuerdo. Eres lo que has hecho; lo que has hecho pervive en tu memoria; lo que recuerdas define lo que eres; cuando olvidas tu vida dejas de ser, incluso antes de tu muerte.
- Morir no me importaría nada, siempre que al final no finalizase muerto
- No sólo es arduo mirar al pozo, sino mirar a la vida. Es difícil para nosotros contemplar fijamente la posibilidad, y no digamos la certeza, de que la vida sea una cuestión de azar cósmico, que su propósito fundamental sea la mera perpetuación de sí misma, que se despliegue en el vacío, que nuestro planeta flote a la deriva un día en un helado silencio, y que la especie humana, tal y como se ha desarrollado con todo su frenesí y su complejidad extrema, desaparezca totalmente y no se note su falta, porque no habrá nada ni nadie que nos eche de menos. Esto es lo que significa crecer. Y es una perspectiva aterradora para una especie que durante tanto tiempo ha recurrido a dioses en busca de explicación y consuelo.
- Amigos que no temen a la muerte y tienen hijos sugieren a veces que quizá mi actitud fuera distinta. Quizá y entiendo que los hijos actúan como "preocupaciones a corto plazo que valen la pena" (y a largo plazo), de las que recomendaba mi amigo G.
- La sabiduría consiste en parte en no fingir más, en desechar el sacrificio. (...) adoptar simplicidad en la vejez (...) No es sólo humildad ante la eternidad; es también que se tarda una vida en ver y en decir cosas simples.
-Declaración de Martin Rees, astrónomo real y catedrático de cosmología y astrofísica de Cambridge: Me gustaría ampliar la conciencia de la gente sobre el inmenso plazo de tiempo que tienen por delante nuestro planeta y la propia vida. Las personas más cultas son conscientes de que somos el producto de casi cuatro billones de años de selección darwiniana, pero muchos tienden a pensar que los seres humanos somos en cierto modo la culminación. Nuestro sol, sin embargo, se encuentra a menos de la mitad de su tiempo de vida. No serán seres humanos los que presencien su desaparición, dentro de seis billones de años. Las criaturas que existan entonces serán tan distintas de nosotros como nosotros lo somos de una bacteria o una ameba.
domingo, 13 de junio de 2010
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