Uno percibía, en el sentido sexual, la autoridad
de un profesor de escuela de enseñanza media como Murray Ringold, una autoridad
masculina en absoluto corregida por la piedad, mientras que, en el sentido
religioso, percibía la vocación de un profesor como Murray Ringold, que no se
diluía en la amorfa aspiración norteamericana a tener un gran éxito, un hombre
que, al contrario que las profesoras, podría haber elegido cualquier otra
profesión, pero prefirió dedicarnos su vida. No deseaba más que tratar con
jóvenes en los que pudiera influir, y lo que más le satisfacía era la respuesta
que obtenía de ellos.
Tal vez, a pesar de la ideología, la política y
la historia, una catástrofe auténtica siempre es, en el fondo, un desengaño
personal, el paso de lo sublime a lo ridículo. No hay ocasión de llevar la
contraria a la vida porque ha fracasado en el intento de trivializar a la
gente. No, tienes que quitarte el sombrero ante las técnicas de que la vida
dispone para despojar a un hombre de su importancia y vaciarlo por completo de
su orgullo.
La era de la Razón (Paine): “No creo en la fe que
profesa la iglesia judía, la iglesia católica, la iglesia griega, la iglesia
turca, la iglesia protestante, ni cualquiera de las iglesias que conozco. Mi
mente es mi propia iglesia”. Leer el libro acerca de él había hecho que me
sintiera audaz, airado, y por encima de todo, libre para luchar por aquello en
lo que creía.
Pero le dije que uno no ha de ir por ahí buscando
esa clase de pelea, que no es una cuestión importante. ¿Qué logras? ¿Qué estás
ganando? Le dije que uno no provoca una pelea sabiendo que no la puede ganar,
que ni siquiera merece la pena ganarla. Le dije lo mismo que intentaba decirle
a mi hermano sobre el problema del discurso apasionado. A pesar de que no le
sirvió de nada, intenté decírselo desde que era un niño pequeño. Lo importante
no es estar enojado, sino estarlo por las cosas adecuadas. Le dije que lo
considerase desde la perspectiva darwinista. El objetivo del enojo es hacerte
eficaz. Ésa es su función de supervivencia, por eso nos enojamos. Pero si te
hace ineficaz, déjalo caer como una patata caliente.
Pensé que la insatisfacción humana había
encontrado en Murray Ringold a su digno rival. Había sobrevivido a la
insatisfacción. Eso es lo que queda cuando todo ha pasado, la tristeza
disciplinada del estoicismo. Esto es el enfriamiento. Durante tanto tiempo es
tal el calor, todo en la vida es tan intenso… y entonces, gradualmente, el
calor se reduce, llega el enfriamiento y luego las cenizas. El hombre que me
enseñó a boxear con un libro ha vuelto para demostrarme cómo puedes boxear con
la vejez. Y es ésa una habilidad asombrosa y noble, pues nada te enseña menos
sobre la vejez que haber llevado una vida vigorosa.
Todo el mundo está insatisfecho, pero en general
no se rompe, y, sobre todo, no rompen las
personas que, a su vez, han sido abandonadas, como tú y tu
hermano. Cuando pasas por lo que vosotros habéis pasado, valoras muchísimo la
estabilidad, probablemente la valoras en exceso. Lo más difícil del mundo es
cortar el nudo de tu vida y marcharte. La gente se amolda a todas las
adaptaciones que haga falta, incluso a la conducta más patológica. ¿Por qué, en
el aspecto sentimental, un hombre como él se relaciona con una mujer como ella,
y viceversa? El motivo habitual es que los defectos se amoldan entre ellos.
La política es la gran generalizadora, y la
literatura la gran particularizadora, y no sólo están en relación inversa entre
ellas, sino en relación antagónica. Para la política, la literatura es
decadente, blanda, irrelevante, aburrida, terca, insípida, algo que no tiene
sentido y que realmente no debería existir. ¿Por qué? Debido al impulso
particularizador en que consiste la literatura… En tanto que artista, el matiz
es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Aun cuando decidieras
escribir de la manera más sencilla…, la tarea sigue siendo la de aportar el
matiz, elucidar la complicación, denotar la contradicción… Permitir el caos,
dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar, de lo contrario, produces
propaganda… La literatura inquieta a la organización. No porque esté
flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil.
Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de la
particularidad estriba en no amoldarse… La particularización del sufrimiento: he
aquí la literatura.
El heroísmo es una excepción humana. Una persona
que lleva una vida normal, que está formada por veinte mil pequeños compromisos
cotidianos, no está preparada para no comprometerse en absoluto de repente, y
no digamos para resistir la tortura. Algunas
personas requieren seis meses de tortura para debilitarse, y algunas empiezan
con una ventaja, la de que ya son débiles. Son personas que sólo saben ceder. A
una persona así basta con decirle: «Hazlo», y te obedece. Sucede con tal rapidez
que ni siquiera se enteran de que es una traición. Como hacen lo que les piden
que hagan, les parece correcto. Y cuando comprenden la verdad es demasiado
tarde, han traicionado.
"Y así el carrusel del tiempo trae
sus venganzas…" ¿Reconoces esta frase? Es del último acto
de Noche de Reyes. Feste, el payaso, se la dice a Malviolo, poco antes de que
Feste cante esa hermosa canción, antes de que cante: "Hace mucho que el
mundo comenzó,/ con, ¡hola!, el viento y la lluvia", y la obra termina. No
podía quitarme ese verso de la cabeza. "And thus the whirlgig of
time brings in his revenges". Esas
"ges" criptográmicas, la sutileza con que pierden intensidad…esas
"ges" duras de whirlgig seguidas por la "ge" nasalizada de brings y la "ge" suave de revenges. Las
"eses" finales…thus brings his revenges. La sorpresa siseante del sustitutivo plural revenges.
Estaba derrotado. Me había pasado la
vida entera aprendiendo a ser razonable ante lo
irrazonable, aprendiendo lo que me gustaba denominar desapasionamiento
vigilante, aprendiendo, enseñando a mis alumnos y a mi hija y tratando de
enseñar a mi hermano. Y había fracasado. Era imposible cambiar a Ira. Ser
razonable ante lo irrazonable era imposible. Esto ya lo había experimentado en
1929. Estábamos en 1952, yo tenía cuarenta y cinco años y era como si el tiempo
transcurrido no hubiese servido de nada.
Me había embaucado a mí mismo, por si te
preguntabas quién lo había hecho. Por mí mismo con todos mis principios. No
puedo traicionar a mi hermano. No puedo traicionarme como profesor. No puedo
traicionar a los desfavorecidos de Newark. «Yo no, no me voy de aquí. No huyo.
Mis colegas pueden hacer lo que les parezca, yo no voy a abandonar a esos
chicos negros.» Y así, a quien traiciono es a mi mujer. Cargo en otra persona
la responsabilidad de mis elecciones. Doris paga el precio de mi virtud cívica,
es la víctima de mi negativa a... mira, este asunto no tiene ninguna salida.
Cuando te liberas, como intenté hacerlo yo, de todos los engaños evidentes, la
religión, la ideología, el comunismo, te sigue quedando el mito de tu propia
bondad. Ése es el engaño final, al que sacrifiqué a Doris.