lunes, 22 de junio de 2009

La isla - Giani Stuparich

- "Después tengo la intención de volver a trabjar en serio. En estos últimos tiempos no es que haya estado muy contento conmigo: me he abandonado malamente a la pereza.
- Pero... has estado enfermo, papá. -- El hijo sintió de inmediato la superficialidad de sus palabras.
- Oh, es la vida que se va. Me queda ya poco. Pero eso no justifica la inercia. Todo lo contrario"

- "¡Su hijo! Tenían poco que decirse; pero qué sencillo era sentirse unidos.

- "¡La vida, papá, qué sabor tan pasajero, y sin embargo tan saturado de esencia! Es como este viento que trae el aroma del mal: basta respirarlo. Has visto hace poco a esas dos chicas: iban al encuentro de la gustosa nada de la vida y estaban llenas de gozo"

- Todos aquellos cuerpos desnudos en las terrazas, aquellos torsos bruñidos que emergían del agua, aquella ruidosa promiscuidad de hombres y mujeres, aquella mezclanza de formas y de carne joven y vieja, más allá de cualquier pudor, lo produjeron la sensación desagradable de una gusanera: el aspecto de la vida indiferenciada, bullidora

- Bajo aquella luz despiadada, ya no andaban dos hombres por su camino, sino dos payasos. Un muerto y un vivo se hacían compañía en una bufonesca alianza

- ¿Dolor, medio? ¿Presagio de la muerte cercana en el animal perseguido? ¿Por qué los hombres, que intentan comprenderlo todo, rehúyen la conciencia del animal que hay en ellos, que hay en toda criatura viviente?

- Eso es, para ir al vapor, me cogerás tú del brazo, "el bastón de mi vejez".

- El hijo vio empequeñecerse la isla, desvanecerse en el horizonte bajo el inmeso resplandor del mar. Fue aquel el primer momento en el que tuvo la conciencia precisa y simple de lo que perdía al perder a su padre.