- Benno von Archimboldi
- El paso de los meses y de los años, que suele ser callado y cruel, le trajo algunas desgracias que hicieron variar sus opiniones
- La expresión "lograr un fin", aplicada a algo personal, le parecía una trampa llena de mezquindad. A "lograr un fin" anteponía la palabra "vivir" y en raras ocasiones la palabra "felicidad". Si la voluntas se relaciona con una exigencia social, como creía William James, y por lo tanto es más fácil ir a la guerra que dejar de fumar, de Liz Norton se podía decir que era una mujer a la que le resultaba más fácil dejar de fumar que ir a la guerra
- ...una mujer que a pesar de los años conservaba intacta su determinación, una mujer que no se aferraba a los bordes del abismo, sino que caía al abismo con curiosidad y elegancia. Una mujer que caía al abismo sentada.
- > El exilio debe de ser algo terrible - dijo Norton, comprensiva. > En realidad-dijo Amalfitano- ahora lo veo como un movimiento natural, algo que, a su manera, contribuye a abolir el destino o lo que comúnmente se considera destino. > Peor el exilio -dijo Pelletier- está lleno de inconvenientes, de saltos y rupturas que más o menos se repiten y que dificultan cualquier cosa importante que uno se proponga hacer. > Ahí precisamente radica -dijo Amalfitano- la abolición del destino. Y perdonen otra vez
- ¿De qué trata el experimento?, dijo Rosa. ¿Qué experimento?,dijo Amalfitano. El del libro colgado, dijo Rosa. No es ningúnexperimento, en el sentido literal de la palabra, dijo Amalfitano.¿Por qué está allí?, dijo Rosa. Se me ocurrió de repente,dijo Amalfitano, la idea es de Duchamp, dejar un libro de geometríacolgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosasde la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano,la naturaleza. Oye, tú cada día estás más loco, dijo Rosa.Amalfitano sonrió. Nunca te había visto hacerle una cosa así aun libro, dijo Rosa. No es mío, dijo Amalfitano. Da lo mismo,dijo Rosa, ahora es tuyo. Es curioso, dijo Amalfitano, así deberíaser pero lo cierto es que no lo siento como un libro que mepertenezca, además tengo la impresión, casi la certeza, de queno le estoy haciendo ningún daño. Pues haz de cuenta que esmío y descuélgalo, dijo Rosa, los vecinos van a creer que estásloco. ¿Los vecinos, los que ponen trozos de vidrio encima de lastapias? Ésos ni siquiera saben que existimos, dijo Amalfitano, yestán infinitamente más locos que yo. No, ésos no, dijo Rosa,los otros, los que pueden ver perfectamente bien lo que pasa ennuestro patio. ¿Alguno te ha molestado?, dijo Amalfitano. No,dijo Rosa. Entonces no hay problema, dijo Amalfitano, no tepreocupes por tonterías, en esta ciudad están pasando cosasmucho más terribles que colgar un libro de un cordel. Unacosa no quita la otra, dijo Rosa, no somos bárbaros. Deja el libroen paz, haz de cuenta que no existe, olvídate de él, dijoAmalfitano, a ti nunca te ha interesado la geometría.
Por las mañanas, antes de marcharse a la universidad, Amalfitanosalía por la puerta de atrás a beberse los últimos tragos desu café mirando el libro. No había ninguna duda: el papel en elque había sido impreso era bueno y la encuadernación resistíainconmovible los embates de la naturaleza. Los viejos amigos deRafael Dieste habían escogido buenos materiales para brindarleesa especie de homenaje y de despedida un tanto anticipada, eladiós de unos viejos varones ilustrados (o con la pátina de lailustración) a otro viejo varón ilustrado. Amalfitano pensó quela naturaleza del noroeste de México, en aquel lugar preciso desu jardín quebrantado, era más bien exigua. Una mañana,mientras esperaba el autobús que lo llevaría a la universidad, sehizo el firme propósito de plantar césped o pasto, y también decomprar un arbolito ya un poco crecido en alguna tienda dedicadaa tal menester, y de plantar flores a los lados. Otra mañana pensó que cualquier trabajo que se tomara encaminado a hacermás grato el jardín resultaría a la postre inútil, puesto que nopensaba quedarse mucho tiempo en Santa Teresa. Hay que volverya mismo, se decía, ¿pero adónde? Y luego se decía: ¿qué meimpulsó a venir aquí? ¿Por qué traje a mi hija a esta ciudad maldita?¿Porque era uno de los pocos agujeros del mundo que mefaltaba por conocer? ¿Porque lo que deseo, en el fondo, es morirme?Y después miraba el libro de Dieste, el Testamento geométrico, que colgaba impávido del cordel, sujeto por dos pinzas, yle daban ganas de descolgarlo y limpiar el polvo ocre que se lehabía ido adhiriendo aquí y allá, pero no se atrevía - ¿Pero qué es la fiesta permanente? Tal vez lo que diferencia a algunos del resto de nosotros, que vivimos en la tristeza cotidiana. Ganas de vivir, ganas de hacerle la lucha, como decía su padre, ¿pero hacerle la lucha a qué, a lo inevitable? ¿Luchar contra quién? ¿Y para conseguir qué? ¿Más tiempo, una certeza, el vislumbre de algo esencial? Como si hubiera algo esencial en este pinche país, pensó, como si lo hubiera en este pinche planeta mamador de su propia verga.
- ¿Y sabe lo que es tener clase? Ser, en última instancia, soberano. No deberle nada a nadie. No tener que dar explicaciones de nada a nadie.
- era un tipo de un optimismo fuera de cualquier comprensión
- El oficial de las SS dijo que la muerte era una necesidad: nadie en su sano juicio, dijo, admitiría un mundo lleno de tortugas o lleno de jirafas. La muerte, concluyó, era la reguladora. El joven erudito Popescu dijo que la muerte, según la sabiduría oriental, sólo era un tránsito. Lo que no estaba claro, dijo, o la menos a él no le quedaba claro, era hacia qué lugar, hacia qué realidad conducía ese tránsito. La pregunta-dijo- es adónde. La respuesta - se respondió a si mismo- es hacia donde mis méritos me lleven.
- Un escritor de verdad tenía que saber escuchar y saber actuar en el momento justo. Tenía que ser razonablemente oportunista y razonablemente culto. La cultura excesiva despierta recelos y rencores. El oportunismo excesivo despierta sospechas.