Pablo
de Tarso
En
todo ello no pasa inadvertido que, incluso en su crítica de la ley, Pablo está
meditando sobre la actitud de Cristo. También Jesús, en casos muy concretos -el
sábado, los preceptos relativos a la comida y a la purificación- se había
pronunciado a favor del “mandamiento de Dios” y contra la aplicación de la
Halaká, la “tradición de los hombres” o la “tradición de los patriarcas”
exigiendo, en lugar de la pureza cultual-ritual (lavado de manos), la pureza,
basada en la ética, del corazón.
Nadie
sabía mejor que el propio Pablo que él no era un super-hombre. Nadie tuvo mayor
conciencia de la propia humanidad y fragilidad, contrarias a toda pretensión de
infalibilidad. Fue un apóstol que siempre vio claramente que él quedaba muy por
detrás de la causa de Jesucristo, pero que jamás cayó en la desesperación ni en
la resignación, que no renunció jamás a la alegría: “No es que lo tenga ya
conseguido -escribe a los filipenses, su comunidad preferida-, ni que yo ya sea
perfecto. Sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, porque yo
mismo he sido alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado
todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está
por delante. Corriendo hacia la meta, intento conseguir el premio: la vocación
celestial que Dios nos ofrece en Cristo Jesús”
Orígenes
Orígenes
fue un cristiano convencido, pero siguió siendo total- mente heleno, como lo
atestigua, con admiración e irritación a un tiempo, Porfirio, el biógrafo de
Plotino: heleno y cristiano, cristiano y heleno. Era pacifista y rechazaba para
los cristianos el servicio militar, pero guardaba fidelidad (excepto en materia
de fe) a la autoridad estatal. Él fue quien creó, quien encarnó incluso, el
primer modelo de una teología científica, que tendría en todo el mundo antiguo,
tanto en Oriente como en Occidente, inmensa repercusión. Se puede incluso decir
con plena justificación que Orígenes fue el único auténtico genio entre los
Padres de la Iglesia griega.
Los
seres que habían pecado levemente, a un cuerpo etéreo: son los ángeles. Quienes
pecaron gravemente, al cuerpo más denso: son los demonios. Los intermedios, a
un cuerpo terrenal: son los hombres. Responsable de todo lo malo y maligno que
hay en el mundo no es, como en muchas mitologías, un ser divino inferior, sino
el mal uso de la libertad por parte de las propias criaturas.
Así, hasta la
historia de la humanidad puede ser entendida como un grandioso proceso
educativo, que a través de las muchas rupturas conduce continuamente hacia
arriba: como pedagogía (paideia) de Dios con los hombres. Es decir: la imagen
de Dios, que en el hombre había quedado sepultada bajo la culpa y el pecado,
resurge, por la providencia y el arte educativa del mismo Dios, en Cristo. Así,
según un muy determinado plan de salvación el hombre es llevado a la perfección.
En Cristo “ha empezado la unión de la naturaleza divina con la humana, para que
la humana, uniéndose íntimamente a lo divino, se vuelva ella misma divina”. Según
tal oikonomia, el hecho de que Dios tome carne humana es la condición previa
para que el hombre se convierta en Dios.
Pero
la pregunta de Harnack acerca del primitivo evangelio está justificada, y hoy
tiene que plantearse más urgentemente ante el horizonte, mucho más amplio, de
las religiones comparadas; pues la teología cristiana tiene más responsabilidad
que nunca en cuanto a la coexistencia ecuménica con otras religiones. ¿Qué
preguntas se plantean?
En
primer lugar, sobre el propio cristianismo: ¿no se deformará el primitivo
mensaje de Jesús y la predicación del Nuevo Testamento de Jesús, el Cristo de
Dios, crucificado, resucitado y presente en el Espíritu, si en la teología
cristiana, en la literatura y en la vida religiosa el centro de interés se
desplaza de la cruz y la resurrección a la concepción, el nacimiento y la “aparición”
(epifanía), o incluso a la preexistencia del Hijo de Dios y a su vida divina
antes de todos los tiempos? ¿No se ha convertido así el primitivo evangelio, la
“palabra de la cruz” paulina, en una doctrina metafísica, triunfalista a priori,
en una “teología de la gloria?
Después,
de cara al judaísmo: ¿está en consonancia con la Biblia hebrea el hecho de que
teólogos cristianos, llevando al extremo la inspiración divina de la Biblia, la
vean como un libro de pro- fundos misterios cristianos que ellos intentan
dilucidar con ayuda del método alegórico, metafórico, de manera que hasta creen
des- cubrir en la Biblia hebrea, en el “Antiguo Testamento”, una trinidad
formada por Padre, Hijo y Espíritu?
Finalmente,
con la mirada puesta en el islam:¿está en conformidad con la Biblia hebrea, con
el Antiguo Testamento, ese acopla- miento, cada vez más riguroso, de la
historia de la salvación que narran los libros bíblicos, a un sistema dogmático
de creciente complicación, un sistema que ya en el siglo posterior a Orígenes
divide a la Iglesia y la involucra en discusiones cada vez más complejas, de tal
modo que posteriormente el islam, con su sencillo mensaje -cercano al
cristianismo de origen judío- del Dios único, del profeta y Mesías Jesús, y del
“sello” de los profetas, Mahoma, tendría tan rotundo éxito?
¿Cuál
es ese centro permanente? Lo que creyó desde el principio la comunidad
cristiana; lo que da unidad a Pablo y a Juan, Marcos, Mateo y Lucas y a todos
los otros testigos del Nuevo Testamento:
-
El
hombre Jesús de Nazaret, el crucificado, fue resucitado por Dios a nueva vida
y, constituido como Mesías e Hijo, reina como Señor glorificado.
-
Dios,
el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, es también el mismo Dios al que Jesús
llamó su Padre y vuestro Padre.
-
El
poder del Espíritu, que alcanzó ese poder en Jesús y por Jesús, es el Espíritu
de Dios mismo, que sólo está presente en toda la creación, sino que también da
fuerza, consuelo y alegría a todos los que creen en Jesús, el Cristo.
Agustín
de Hipona
Como
Orígenes, Aurelio Agustín fue un hombre de inmensas dotes, de apasionada
entrega a una causa, de coincidencia entre doctrina y vida; Agustín intentó
conciliar la fe cristiana y el pensamiento neo-platónico, la idea de Dios según
la Biblia y según el neoplatonismo; entendió la teología como reflexión
metódica sobre la fe cristiana, una reflexión que no permite la contradicción
entre fe y razón: teología como discurso o información especulativa sobre Dios.
Como Orígenes, Aurelio Agustín reelaboró, de un modo con- servador e innovador
a la vez, todas las tendencias y todos los materiales filosóficos; se consagró
a la apologética cristiana y a la exégesis bíblica, a la profundización
sistemática y a la predicación práctica del mensaje cristiano; practicó la
interpretación alegórica de la Escritura, que en muchos pasajes prefiere el
sentido espiritual al literal. Como para Orígenes, también para Aurelio Agustín
estuvo Dios, tal y como se reveló en su Logos e Hijo, en el centro de la
teología; el alma espiritual, que está en poder del cuerpo, ha de encontrar a
través de Cristo el camino de ascenso a Dios; la religión debe ser, en lugar de
un fenómeno comunitario y cultual, asunto del corazón. Una de las muchas frases
célebres de Agustín reza así: “Nos has creado para ti y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti”
El
Estado sólo reconocía a la Iglesia católica, cuya autoridad tanto admiraba
Agustín desde su conversión; él no creería en el evangelio, había declarado, si
la autoridad de la Iglesia católica no le indujera a ello. La subordinación del
individuo a la Iglesia como institución, como entidad que administra la
salvación, los medios de la gracia: éste sería un elemento característico del
cristianismo latino.
Pero
el precio de esa “victoria” sería, a largo plazo, elevado, demasiado elevado.
Los historiadores opinan hoy que la conversión forzosa de los donatistas fue el
inicio de la decadencia de la tan orgullosa Iglesia africana: que los antiguos
donatistas, cuyos descendientes, a finales del siglo vi, aún causaban
preocupación al papa Gregorio Magno, no tuvieron interés en defender la fe
católica. Por eso las Iglesias africanas, incluidas las de Cartago e Hipona,
fueron arrolladas por el islam en el siglo VII y desaparecieron de la historia
sin dejar huella... (…) Pero Agustín, obispo, varón religioso, que tan
convincentemente sabía hablar del amor divino y humano, se ha visto convertido,
con su fatal argumentación en la crisis donatista, en el principal testigo de
descargo al que se ha recurrido a lo largo de los siglos: testigo en pro de la
justificación teológica de conversiones forzosas, inquisiciones y guerras
santas contra disidentes de todo tipo, una justificación que se convertiría en
un rasgo característico del paradigma medieval y que jamás tuvo el apoyo de los
Padres de la Iglesia griega.
La
lógica consecuencia de todo ello fue que Pelagio, al contrario que Agustín,
rechazó la idea de un “pecado original”, trasmitido por Adán a todos los
hombres, idea que ya había sido expuesta en un comentario a Pablo atribuido
erróneamente a Ambrosio.
El
mal no es la sexualidad en sí misma (dicen los maniqueos), pero sí la pérdida
del control (dice Agustín). (…) Que quede bien claro: hasta entonces, ningún
autor de la Antigüedad había sacado de tal manera la sexualidad a la luz del
frío análisis psicológico...
Contra
el moralismo, tan extendido en la antigua Iglesia latina, que tiene
excesivamente en cuenta las obras del hombre, él muestra que todo está basado
en la gracia de Dios: “¿Qué tienes tú que no hayas recibido?”. Según Agustín,
por tanto, el cristianismo tenía que presentarse, no como una religión de las
obras y de la ley sino como una religión de la gracia.
Y entonces no puede
ponerse en duda que ese mismo Agustín que defendía con razón, contra el primado
griego del intelecto, el primado de la voluntad y del amor, que escribió una
frase tan grandiosa como “dilige et quod vis fac” (“ama y haz lo que quieras”),
que sabía hablar tan maravillosamente de la gracia de Dios, fue también
responsable de trayectorias enormemente problemáticas, dentro de la Iglesia
latina, y ello en tres puntos determinantes: 1. La represión de la sexualidad
en la teología y la Iglesia occidental. 2. La cosificación de la gracia. 3. El
miedo a la predestinación en la religiosidad occidental: mientras que los
Padres de la Iglesia griega siguen convencidos de que el hombre tiene una
capacidad de decisión antes y después de la caída y no saben nada de una
forzosa predestinación divina a la salvación o la condenación, y en parte
tienden incluso, como Orígenes y los origenistas, a la reconciliación universal
al final de los tiempos, Agustín adoptó en su vejez, reaccionando
exageradamente contra el pelagianismo, una concepción mitológica maniquea, neutralizó,
además, la significación universal de Cristo y redujo a un plano individual, de
modo totalmente antipaulino, las afirmaciones de la epístola a los Romanos relativas
a Israel y a la Iglesia.
Tomás
de Aquino
Para
los teólogos anteriores era más fácil; ellos mostraban, por así decir, la
legitimidad de la razón, al lado de la fe. Tomás, sin embargo, se veía
obligado, como explica en las introducciones a las dos Sumas, a mostrar la
legitimidad de la fe al lado de la razón. Un reto totalmente nuevo que obligaba
a reflexionar, de un modo nuevo y profundo, sobre la relación entre razón y fe.
¿Cuál era ese modo? (…) Si se acepta esto, la consecuencia es un liberador giro
de la totalidad de la teología: un giro hacia lo creado y lo empírico, un giró
hacia el análisis racional, un giro hacia la investigación científica.
Frente
al agustiniano “credo ut intelligam” (“creo para entender”), en esta teología
se halla en primer plano el “intelligo ut credam” (“entiendo para creer”).
Martín
Lutero
El
punto de partida de la empresa reformadora de Lutero no fue, por tanto,
determinados abusos dentro de la Iglesia, ni fue en absoluto el tema de la
Iglesia, sino el tema de la salvación: ¿Cómo es la relación del hombre con
Dios? ¿Y la de Dios con el hombre? ¿Cómo puede estar el hombre seguro de
salvarse por obra de Dios? ¿Cómo puede el hombre pecador enderezar su relación
con el Dios justo? ¿Cuándo está justificado ante Dios? Lutero había encontrado
la respuesta sobre todo en la epístola a los Romanos del apóstol Pablo: el
hombre no puede en absoluto por sí mismo, por muy piadoso que sea, aparecer
como justo ante Dios, estar justificado ante él. Dios es quien, con la libertad
de su gracia, en su calidad de Dios misericordioso, justifica al pecador, sin
que éste lo merezca. Y esa gracia, el hombre sólo puede acogerla si confía
lleno de fe. Para Lutero, la fe pasa a ser la más importante de las tres virtudes
teologales, con la fe recibe el hombre injusto y pecador la justicia de Dios.
No:
la Reforma luterana no preparó el terreno (como se afirma tantas veces en las
historias de la Iglesia de autoría protestante) a la Modernidad, a la libertad
de religión y a la Revolución Francesa (para ello hará falta otro esencial
cambio de paradigma) sino, por lo pronto, al absolutismo y despotismo de los
príncipes. Visto en su conjunto, en la Alemania luterana –con Calvino fue
distinto- no tomó cuerpo la Iglesia libre cristiana, sino la hegemonía –dudosa
desde un punto de vista cristiano- de los príncipes de la Iglesia, una situación
que en Alemania tocaría a su fin solo con la revolución que siguió a la Primera
Guerra Mundial. Pero todavía en el periodo nacionalsocialista, la resistencia
de la Iglesias luteranas a un régimen totalitario de terror como el de Hitler
se vio fuertemente reducida por la “doctrina de los dos reinos”, por el
sometimiento, normal desde Lutero, de las Iglesias a la autoridad estatal y por
la insistencia en la obediencia civil en cosas profanas. Solo de paso podemos
mencionar aquí que ya Martín Lutero, en los sermones anteriores a su muerte,
habló sobre los judíos de una manera tan repugnante y a-cristiana que a los
nacionalsocialistas no les resultó nada difícil hallar en él un testigo de
excepción para justificar su odio a los judíos y su agitación antisemita.
Y,
finalmente, la última anotación de Lutero: “A Virgilio, con sus poemas de
pastores y campesinos, nadie puede comprenderle si no ha sido cinco años pastor
o campesino. A Cicerón, con sus cartas, eso me imagino yo, nadie puede
comprender le si no ha actuado veinte años en un Estado excelente. La sagrada
Escritura que nadie piense haberla comprendido lo suficiente si no ha gobernado
las Iglesias cien años con los profetas. No se te ocurra poner la mano en la divina
Eneida, antes bien, en profunda adoración sigue sus huellas. Mendigos somos. Es
verdad”
Friedrich
Schleiermacher
Religión
no es ciencia, no es un pensar con la meta de “definir y explicar el universo
en consonancia con su naturaleza, como hace la metafísica”. Objeto de la
religión no es tampoco la moral, ni el obrar: obrando conforme a la moral
influir en el universo, “continuar formándolo en virtud de la libertad y de la
libre voluntad divina del hombre, y perfeccionarlo como la moral”. No es que la
religión no tenga nada que ver con entendimiento y moral. Pero el objeto de la “religión”
es algo autónomo, primigenio, indeducible, inmediato. Lo propio de la religión
es una misteriosa vivencia, es un estar movido por el mundo de lo eterno. (…) Dicho
más exactamente: la religión pretende vivir con recogimiento el universo, la
totalidad de lo que es y de lo que sucede, en -estas categorías son de Fichte-
un inmediato contemplar y sentir. (…) Religión no es ni teoría ni práctica, es ni arte ni ciencia, sino “sentido y gusto
de lo infinito”.
Schleiermacher
(…) en su “doctrina de la fe” hablará más exactamente de religión como del sentimiento
de dependencia por excelencia del hombre.
La
cristología de la conciencia de Schleiermacher ha entrañado siempre una
dificultad: la conciencia religiosa sólo gira en torno a sí misma, sin tener un
objeto propiamente dicho.
Karl
Barth.
El
f rente por la derecha: Barth protesta en primer lugar contra un catolicismo
romano que, como consecuencia de la Escolástica y primer concilio Vaticano,
puso a la misma altura a Dios y al hombre, estableciendo así una reciprocidad
entre Dios y hombre , naturaleza y gracia, razón y fe, filosofía y teología. Lo
extraordinaria- mente pernicioso de ese “condenado y católico” se puso de
manifiesto para Barth sobre todo en los dogmas marianos católicos (Jesús y
María) y en el modo católico de entender la Escritura y la tradición, Cristo y
el papa infalible.
El
frente por la izquierda: Barth lucha al mismo tiempo, y no menos, contra el
neoprotestantismo liberal que, tras las huellas de Schleiermacher, tomaba como
pun to de orientación solamente al hombre religioso, al hombre piadoso, y no a
Dios y su revelación.
Mas
he aquí la ironía de la historia: el más importante resultado teológico del
libro de Balthasar fue que toda aquella diástasis, en la que tanto insistía
Barth, de analogía entis o analogía fidei, resultó ser un falso planteamiento.
Cualesquiera que sean las prácticas de la religiosidad popular católica, la
teología y la Iglesia católicas no quieren meramente nivelar la diferencia
entre Dios y hombre, no quieren ni pueden apropiarse de la Revelación, de la
gracia de Dios. Atenazado teológicamente con difíciles matices del concepto de
naturaleza, Barth, finalmente, tuvo que admitirlo.
Lo admito sin
reparos: sin el libro de Balthasar mi propio trabajo sobre Barth no hubiese
sido posible. Aprendí de Balthasar que lo católico y lo evangélico son conciliables
justamente allí donde ambos son ellos mismos con la mayor lógica interna. De él
aprendí sobre todo que Karl Barth, precisamente por representar la más consecuente
encarnación de la teología evangélica, es el que más cerca está de la teología
católica: evangélicamente centrado en Cristo y precisamente por eso abarcando
católicamente lo universal: la posibilidad de una nueva teología ecuménica.
Lo
hemos visto al hacer nuestra semblanza de Lutero: desde los tiempos de la
Reforma y del concilio de Tren to se ha considerado como el impedimento básico
para un acercamiento entre protestantes y católicos la doctrina de la
justificación del pecador. Si en este punto se conseguía mostrar una convergencia,
o incluso un consenso, eso supondría un logro extraordinario para la superación
del cisma de la Iglesia.
¿Qué significa el “credo
ut intelligam” de Anselmo? Para Karl Barth, no cabe la menor duda: “Creo para
entender”. La “fe” tiene prioridad en todo. Según Barth, el cristiano, desde el
principio, tiene que dar un salto a la cosa misma. No ha de tratar de
comprender primero (los condicionamientos históricos, filosóficos,
antropológicos, psicológicos de la fe), para creer después, como opina
Schleiermacher. Sino justamente al revés: primero creer para, indagando después
en las “posibilidades” de esa fe, comprenderla. La fe es definida por Barth
como conocimiento y aceptación de la palabra de Cristo, la cual sin embargo -y
aquí surge la problemática- es identificada muy pronto con el credo cristiano,
con la profesión de fe devenida históricamente en el curso de una larga
historia.
Cuando se ha dedicado
casi toda una vida a estudiar a esos grandes pensadores cristianos (y a algunos
más), cuando se ha intentado aprender, renovadamente , de todos ellos sin
querer suscribirse to- talmente a ninguno en particular, se plantea uno la
pregunta: ¿qué teología es deseable hoy, qué teología tendría que realizar hoy
uno mismo? Voy a l imitarme a tres puntos de vista -conciencia ética, estilo y
programa de la teología- que en el transcurso de las pasadas décadas han sido
importantes para mi propia actividad teológica. En lo tocante a la conciencia
ética de toda actividad teológica, hoy, en mi opinión, hace falta lo siguiente:
-
una
teología, no oportunista-conformista , sino auténtica
-
una
teología, no autoritaria sino libre
-
una
teología no tradicionalista sino crítica; una teología que, con libertad y
autenticidad, se ha suscrito a la ética científica de la verdad, a la
disciplina metodológica y al examen crítico de todos sus planteamientos de
problemas, métodos y resultados
-
una
teología no confesionalista sino ecuménica; una teología que en la otra
teología no ve al adversario sino al interlocutor y que, en lugar de la
separación, lo que busca es el mutuo entendimiento, y esto en dos direcciones:
ad intra, para la esfera del ecumene intraeclesiástico, intracristiano, y ad
extra, para la esfera del ecumene universal extraeclesiástico, extracristiano,
con sus diferentes regiones, religiones, ideologías y ciencias.