viernes, 3 de marzo de 2017

El ruido y la furia – William Faulkner

Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla, dijo. Ni si quiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre de su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.

La mejor forma de tratar a la gente, blanca o negra, es tomándola por lo que creen ser, y luego dejarlos en paz

Se puede ignorar el sonido durante mucho tiempo, pero luego un tictac instantáneo puede recrear en la mente intacta el largo desfilar del tiempo que no se ha oído.

Un hombre es la suma de sus desgracias. Se puede creer que la desgracia acabará cansándose algún día, pero entonces tu desgracia es el tiempo.


No es cuando adviertes que nada sirve de ayuda -religión, orgullo, nada- es cuando adviertes que no necesitas ayuda

La resistencia íntima (Ensayo de una filosofía de la proximidad) – Josep Maria Esquirol

La diferencia entre Heráclito y los forasteros consiste en que, mientras que el primero es capaz de captar el calado de la cotidianidad porque ha asumido expresamente la propia finitud, los segundos, no. Buscan “fuera” y lejos lo que, por el momento, son incapaces de ver.

De la reflexión sobre el propio yo se han dicho muchas cosas muy diferentes. La tradición agustiniana sobresale por haber situado en el “interior” la verdad y el camino hacia Dios mismo “No salgas fuera, vuelve a ti mismo; la verdad está en el interior del hombre”.

Reconocemos que resistencia íntima es el nombre de una experiencia, propia de la comarca de la proximidad; comarca que no es visita de un día, sino habitual estancia. Pero hoy cuesta quedarse en ella. La proximidad no se mide en metros ni en centímetros. Su opuesto no es la lejanía sino, más bien, la ubicua monocronía del mundo tecnificado. Hemos visto cómo la cotidianidad y el gesto de la casa son importantísimas modalidades de la experiencia de la proximidad. Ahora le añadimos la cura del sí, que es la reflexión, y el pensar, vistos principalmente, como un camino de ida hacia la originalidad.

La resistencia al imperio de la actualidad viene de la memoria y de la imaginación. Una y otra se resisten a la cooperación de la actualidad consistente en abandonar el pasado, en borrarlo, y en hacer como si el—ahora flujo que brota del futuro— lo fuese todo. Que memoria e imaginación pasen por sus peores momentos no hace más que confirmar la eficacia del dominio. Pero ¿qué somos, nosotros, sin memoria? La gente sencilla «sabía», también, que hay algo precioso en el recuerdo de una vida. La memoria no es memoria del tiempo pasado, sino ampliación y enriquecimiento del presente. Sólo a causa de la memoria el tiempo pasado no está acabado y el presente (lo que nos es «presente») no se reduce y pervierte en la actualidad. La resistencia empieza inevitablemente cuando se mira hacia atrás. La ciencia es siempre una mirada hacia adelante, y la retórica política también. Pero el ademán más propio del pensamiento es volverse, mirar atrás. Y entonces las cosas se tambalean y amenaza el absurdo. El problema grave es mirar atrás. Y, aunque no tanto, comienza ya a ser problema, hoy, mirar a un lado. En cambio, estar pendiente de la actualidad es evasión, abstracción, huida. En este caso se produce un perfecto acoplamiento con la lógica científica. Mientras uno de los principales imperativos al que se ve confrontado el pensamiento es que nada de lo que ha sucedido puede anularse (irreversibilidad), la lógica tecnocientífica tiene otra manera de funcionar, más en la línea de la omnipotencia y de la continua apertura de posibilidades

Plutarco “la paciencia tiene más poder que la fuerza”

Hemos explicado por qué el sentido de la existencia humana en modo alguno puede ser ajeno a la experiencia nihilista, experiencia que nunca terminamos de superar y cuya sombra es inevitable. Trauma originario, aunque biográficamente precedido por el añorado tiempo de la ingenuidad. Por eso la existencia es siempre postraumática. Y por eso, también, adquiere todo su sentido el retorno a la normalidad, la distracción o incluso el duelo.  Retorno a la normalidad que hemos planteado como tarea de apropiación del día a día; distracción, siempre parcial, a modo de paréntesis y duelo (como esfuerzo de asunción de la pérdida) para no perderse en la pérdida y resistir a pesar de todo.

El prójimo, la casa, la cotidianidad, la cura son elementos de una filosofía de la proximidad que ha reconocido la experiencia del nihilismo y de la intemperie como fundadoras. Estos elementos de la proximidad se dejan integrar en el sentido de la resistencia. La gente sencilla lo ha sabido siempre: vale la pena resistir. La reflexión filosófica llega tarde –como siempre— pero llega.

La resistencia como oposición al dominio impuesto, al abuso de poder, a la homogeneidad de los discursos únicos que obstaculizan la diferencia, la circulación enriquecedora de ideas...


Que la actualidad no sea una losa, que su homogeneidad no nos ahogue, que su dogmatismo sea revisado y criticado. O resistimos, o la comunidad de hombres libres ya no será horizonte; ni la memoria será sentido. La actualidad promueve y pide fascinación. Pero la humildad también es una respuesta y no es casual que la humildad sea ajena a la fascinación; no se deslumbra fácilmente y se encuentra en un peregrinaje orientado hacia un lugar bajo el cielo, donde las horas y las estancias, nada faraónicas, parirán.