El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista
patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. Las enfermedades
neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con
hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el
síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de
comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, son infartos
ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso
de positividad. De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica
destinada a repeler la negatividad de lo extraño.
El objeto de la resistencia inmunológica es la extrañeza
como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso
cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado a causa de su otredad.
La dialéctica de la negatividad constituye el rasgo
fundamental de la inmunidad. Lo otro inmunológico es lo negativo que penetra en
lo propio y trata de negarlo.
Ciertamente, las enfermedades neuronales del siglo XXI
siguen a su vez una dialéctica, pero no de la negatividad, sino de la
positividad. Consisten en estados patológicos atribuibles a un exceso de
positividad. La violencia parte no solo de la negatividad, sino también de la
positividad, no únicamente de lo otro o de lo extraño, sino también de lo
idéntico.
Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la
prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige
el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento,
por el contrario, produce depresivos y fracasados. El cambio de paradigma de
una sociedad disciplinaria a una sociedad de rendimiento denota una continuidad
en un nivel determinado. Según parece, al inconsciente social le es inherente
el afán de maximizar la producción. A partir de cierto punto de productividad,
la técnica disciplinaria, es decir, el esquema negativo de la prohibición,
alcanza de pronto su límite. Con el fin de aumentar la productividad se
sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema
positivo del poder hacer (Können), pues a partir de un nivel determinado de
producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide
un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la
negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al
poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de
obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber.
Alain Ehrenberg sitúa la depresión en el paso de la sociedad
disciplinaria a la sociedad de rendimiento: El éxito de la depresión comienza
en el instante en el que el modelo disciplinario de gestión de la conducta,
que, de forma autoritaria y prohibitiva, otorgó sus respectivos papeles tanto a
las clases sociales como a los dos sexos, es abandonado a favor de una norma
que induce al individuo a la iniciativa personal: que lo obliga a devenir él
mismo […]. El deprimido no está a la altura, está cansado del esfuerzo de
devenir él mismo. (…) En realidad, lo
que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo
del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna.
No-poder-podermás conduce a un destructivo reproche de sí
mismo y a la autoagresión.
La supresión de un dominio externo no conduce hacia la
libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de
rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de
maximizar el rendimiento.
El exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un
exceso de estímulos, informaciones e impulsos.
Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece
la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere
un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es reemplazada
progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la
hiperatención. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de
foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos.
Las descripciones de Arendt del animal laborans moderno no
se corresponden con las observaciones que podemos hacer en la actual sociedad
de rendimiento. El animal laborans tardomoderno no renuncia de ningún modo a su
individualidad ni a su ego para consumarse trabajando en el proceso vital
anónimo de la especie. La sociedad de trabajo se ha individualizado y
convertido en la sociedad de rendimiento y actividad. El animal laborans
tardomoderno está dotado de tanto ego que está por explotar, y es cualquier
cosa menos pasivo. (…)
A las preguntas de por qué durante la modernidad tardía
todas las actividades humanas se han reducido al nivel del trabajo y por qué,
más allá de esta cuestión, se alcanza un nivel de agitación tan nerviosa hay
que buscar otras respuestas. La moderna pérdida de creencias, que afecta no
solo a Dios o al más allá, sino también a la realidad misma, hace que la vida
humana se convierta en algo totalmente efímero. Nunca ha sido tan efímera como
ahora. Pero no solo esta es efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal.
Nada es constante y duradero. Ante esta falta de Ser surgen el nerviosismo y la
intranquilidad. El hecho de pertenecer a la especie habría podido ayudar al
animal que trabaja para ella a alcanzar el sosiego propio del animal. El Yo
tardomoderno, sin embargo, está totalmente aislado.
En esta sociedad de obligación, cada cual lleva consigo su
campo de trabajos forzados
Por ende, al final de su tratado La condición humana Arendt
habla en favor de la vita contemplativa sin pretenderlo. No se percata de que
precisamente la pérdida de la capacidad contemplativa, que, y no en último
término, está vinculada a la absolutización de la vida activa, es
corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa.
La vita contemplativa presupone una particular pedagogía del
mirar. (…)Este aprender a mirar constituye la «primera enseñanza preliminar
para la espiritualidad». Según Nietzsche, uno tiene que aprender a «no
responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que
inhiben y ponen término a las cosas».
Es una ilusión pensar que cuanto más activo uno se vuelva,
más libre se es.
En el aforismo «El principal defecto de los hombres activos»
escribe Nietzsche: A los activos les falta habitualmente una actividad superior
[…] en este respecto son holgazanes. […] Los activos ruedan, como rueda una
piedra, conforme a la estupidez de la mecánica
La progresiva positivización de la sociedad mitiga,
asimismo, sentimientos como el miedo o la tristeza, que se basan en una
negatividad, es decir, que son sentimientos negativos.
La sociedad de rendimiento y actividad produce un cansancio
y un agotamiento excesivos. Estos estados psíquicos son precisamente
característicos de un mundo que es pobre en negatividad y que, en su lugar,
está dominado por un exceso de positividad.
El cansancio del agotamiento es un cansancio de la potencia
positiva. Incapacita para hacer algo. El cansancio que inspira es un cansancio
de la potencia negativa, esto es, del «no-…» (nicht-zu).