viernes, 24 de febrero de 2017

La sociedad del cansancio – Byung-Chul Han

El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a repeler la negatividad de lo extraño.

El objeto de la resistencia inmunológica es la extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado a causa de su otredad.

La dialéctica de la negatividad constituye el rasgo fundamental de la inmunidad. Lo otro inmunológico es lo negativo que penetra en lo propio y trata de negarlo.

Ciertamente, las enfermedades neuronales del siglo XXI siguen a su vez una dialéctica, pero no de la negatividad, sino de la positividad. Consisten en estados patológicos atribuibles a un exceso de positividad. La violencia parte no solo de la negatividad, sino también de la positividad, no únicamente de lo otro o de lo extraño, sino también de lo idéntico.

Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados. El cambio de paradigma de una sociedad disciplinaria a una sociedad de rendimiento denota una continuidad en un nivel determinado. Según parece, al inconsciente social le es inherente el afán de maximizar la producción. A partir de cierto punto de productividad, la técnica disciplinaria, es decir, el esquema negativo de la prohibición, alcanza de pronto su límite. Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer (Können), pues a partir de un nivel determinado de producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber.

Alain Ehrenberg sitúa la depresión en el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de rendimiento: El éxito de la depresión comienza en el instante en el que el modelo disciplinario de gestión de la conducta, que, de forma autoritaria y prohibitiva, otorgó sus respectivos papeles tanto a las clases sociales como a los dos sexos, es abandonado a favor de una norma que induce al individuo a la iniciativa personal: que lo obliga a devenir él mismo […]. El deprimido no está a la altura, está cansado del esfuerzo de devenir él mismo.  (…) En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna.

No-poder-podermás conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión.

La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento.

El exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos.

Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hiperatención. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos.

Las descripciones de Arendt del animal laborans moderno no se corresponden con las observaciones que podemos hacer en la actual sociedad de rendimiento. El animal laborans tardomoderno no renuncia de ningún modo a su individualidad ni a su ego para consumarse trabajando en el proceso vital anónimo de la especie. La sociedad de trabajo se ha individualizado y convertido en la sociedad de rendimiento y actividad. El animal laborans tardomoderno está dotado de tanto ego que está por explotar, y es cualquier cosa menos pasivo. (…)

A las preguntas de por qué durante la modernidad tardía todas las actividades humanas se han reducido al nivel del trabajo y por qué, más allá de esta cuestión, se alcanza un nivel de agitación tan nerviosa hay que buscar otras respuestas. La moderna pérdida de creencias, que afecta no solo a Dios o al más allá, sino también a la realidad misma, hace que la vida humana se convierta en algo totalmente efímero. Nunca ha sido tan efímera como ahora. Pero no solo esta es efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y duradero. Ante esta falta de Ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad. El hecho de pertenecer a la especie habría podido ayudar al animal que trabaja para ella a alcanzar el sosiego propio del animal. El Yo tardomoderno, sin embargo, está totalmente aislado.

En esta sociedad de obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados

Por ende, al final de su tratado La condición humana Arendt habla en favor de la vita contemplativa sin pretenderlo. No se percata de que precisamente la pérdida de la capacidad contemplativa, que, y no en último término, está vinculada a la absolutización de la vida activa, es corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa.

La vita contemplativa presupone una particular pedagogía del mirar. (…)Este aprender a mirar constituye la «primera enseñanza preliminar para la espiritualidad». Según Nietzsche, uno tiene que aprender a «no responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas».

Es una ilusión pensar que cuanto más activo uno se vuelva, más libre se es.

En el aforismo «El principal defecto de los hombres activos» escribe Nietzsche: A los activos les falta habitualmente una actividad superior […] en este respecto son holgazanes. […] Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la mecánica

La progresiva positivización de la sociedad mitiga, asimismo, sentimientos como el miedo o la tristeza, que se basan en una negatividad, es decir, que son sentimientos negativos.

La sociedad de rendimiento y actividad produce un cansancio y un agotamiento excesivos. Estos estados psíquicos son precisamente característicos de un mundo que es pobre en negatividad y que, en su lugar, está dominado por un exceso de positividad.

El cansancio del agotamiento es un cansancio de la potencia positiva. Incapacita para hacer algo. El cansancio que inspira es un cansancio de la potencia negativa, esto es, del «no-…» (nicht-zu).


Hasta Aquí – Wislawa Szymborska

Hay quienes
Hay quienes llevan a cabo la vida más hábilmente.
Tienen orden en su interior y en su alrededor.
Para todo la manera y la respuesta adecuada.
Adivinan inmediatamente quién a quién, quién con quién,
con qué objetivo, por dónde.
Ponen el sello en las verdades absolutas,
arrojan a la trituradora los hechos innecesarios,
y a las personas desconocidas
a las carpetas destinadas a ellas de antemano.
Piensan justo lo debido
ni un segundo más,
porque tras ese segundo acecha la duda.
Y cuando los dan de baja de la existencia,
dejan su puesto por la puerta señalada.
A veces los envidio;
afortunadamente se me pasa.

Cadenas
Un día sofocante, la casa de un perro y el perro encadenado.
Unos pasos más allá un platito lleno de agua.
Pero la cadena es demasiado corta y el perro no alcanza.
Añadamos a la imagen un detalle más:
nuestras mucho más largas
y menos visibles cadenas
gracias a las cuales podemos pasar de largo tranquilamente.

A todos alguna vez
A todos alguna vez se les muere alguien cercano,
entre ser y no ser
obligado a escoger lo segundo.

Nos cuesta reconocer que es un acto banal,
unido al transcurso de los hechos,
de acuerdo con los procedimientos;

antes o después a la orden del día,
de la tarde, de la noche o del pálido amanecer;

y evidente como un dato en un registro,
como un apartado en un código,
como una fecha cualquiera
en el calendario.

Pero así son las leyes y delitos naturales.
Así, al azar, su presagio y su naufragio.
Así su evidencia y su omnipresencia.

Y sólo en ocasiones,
cierta amabilidad de su parte:
a nuestros muertos cercanos
nos los pone en los sueños.

La mano
Veintisiete huesos,
treinta y cinco músculos,
unas dos mil células nerviosas
en cada una de las yemas de nuestros cinco dedos.
Es absolutamente suficiente
para escribir Mein Kampf

o Winnie the Pooh.

Aquí – Wislawa Szymborska

Vermeer
Mientras esa mujer del Rijksmuseum
Con esa calma y concentración pintadas
Siga vertiendo día tras día
Leche de la jarra al cuenco
No merecerá el Mundo
El fin del mundo

EJEMPLO
La tormenta
arrancó anoche todas las hojas del árbol
menos una de ellas,
dejada
para que se columpiara sola en la rama desnuda.
En este ejemplo
la Violencia demuestra
que sí,
que en ocasiones le gusta bromear.

Mi difícil vida con la memoria
Soy mal público para mi memoria.
Quiere que continuamente escuche su voz,
y yo no dejo de moverme, carraspeo,
escucho y no escucho,
salgo, regreso y vuelvo a salir.
Quiere ocupar mi atención y mi tiempo por completo.
Cuando duermo le resulta fácil.
De día, depende, y eso le molesta un poco.
Me desliza insistentes antiguas cartas, fotografías,
trata hechos importantes y sin importancia,
pone la mirada en paisajes inadvertidos,
los puebla con mis muertos.
En sus historias siempre soy más joven.
Es agradable, sólo que para qué seguir insistiendo en eso.
Los espejos dicen otra cosa.
Se enfurece cuando me encojo de hombros.
Y, vengativa, me echa en cara todos mis errores,
graves, luego fácilmente olvidados.
Me mira a los ojos, espera a ver qué digo.
Al final me consuela con que pudo haber sido peor.
Quiere que viva ya sólo con ella y para ella.
De preferencia en un habitación oscura y cerrada,
y en mis planes hay siempre un sol presente,
nubes actuales, caminos en curso.
A veces estoy harta de su compañía.
Le propongo separarnos. Desde hoy para siempre.
Entonces sonríe compasiva,
pues sabe que para mí también sería una condena.



Adolescente

¿Yo, adolescente?
Si de repente, aquí, ahora, se plantara ante mí,
¿tendría que saludarla como a una persona próxima,
a pesar de que es para mí extraña y lejana?

¿Soltar una lágrima, besarla en la frente
por el mero hecho
de que tenemos la misma fecha de nacimiento?

Hay tantas diferencias entre nosotras
que probablemente sólo los huesos son los mismos,
la bóveda del cráneo, las cuencas de los ojos.

Porque ya sus ojos son como un poco más grandes,
sus pestañas más largas, su estatura mayor
y todo el cuerpo recubierto de una piel
ceñida y tersa, sin defectos.

Nos unen, es cierto, familiares y conocidos,
pero casi todos están vivos en su mundo
y en el mío prácticamente nadie
de ese círculo común.

Somos tan diferentes,
pensamos y decimos cosas tan distintas...

Ella sabe poco,
pero con una obstinación digna de mejores causas.

Yo sé mucho más,
pero, a cambio, sin ninguna seguridad.

Me muestra unos poemas
escritos con una letra cuidada, clara,
que no tengo ya desde hace tiempo.

Leo y leo esos poemas.
A lo mejor este de aquí,
si lo acortáramos
y lo corrigiéramos en un par de lugares.
El resto no augura nada bueno.

La conversación no fluye.
En su pobre reloj
el tiempo es barato e impreciso.
En el mío mucho más caro y exacto.

Al despedirnos nada, una especie de sonrisa
y ninguna emoción.

Sólo cuando desaparece
y olvida con las prisas la bufanda.

Una bufanda de pura lana virgen,
a rayas de colores,
hecha a ganchillo
por nuestra madre para ella.

Todavía la conservo.

Niveles de vida – Julian Barnes

Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante.

“mi reacción no fue de placer, sino de felicidad. Me oía vivir, por decirlo así”

Creo que a todo el mundo le sorprendió que hubiéramos viajado 386.000 kilómetros para ver la Luna cuando era la Tierra lo que en realidad valía la pena contemplar

La ópera va directo al grano: igual que la muerte. (…) un arte en el cual la emoción virulente, aplastante, histérica y destructiva era la norma; un arte que busca, más obviamente que los demás, partirte el corazón.

Ford Madox Ford dijo: Te casas para continuar la conversación. ¿Por qué permitir que la muerte la interrumpa?
Es lo que muchas veces no comprenden los que no han cruzado el trópico del duelo: el hecho de que alguien haya muerto puede significar que no está vivo, pero no significa que no exista.


La muerte (…) no es otra cosa que el universo cumpliendo su cometido, y somos nosotros el cometido que cumple. Y así también, quizá, sucede con la aflicción. Imaginamos que la hemos combatido, que hemos sido resueltos, superado la tristeza, restregado la herrumbre de nuestra alma, y lo que en verdad ha ocurrido es que la aflicción se ha desplazado a otro sitio, ha cambiado su propósito. Para empezar, no hemos sido nosotros los que hemos traído las nubes y carecemos del poder de disiparlas. Lo que en verdad ha ocurrido es que en alguna parte –o en ninguna- se ha levantado una brisa y otra vez nos estamos moviendo. 

Hoy – Juan Gelman

“Nunca supe qué era esa roca” Sísifo

Pensar la muerte cambia a la muerte.

La eternidad es una idea violenta / capitalista /acumular futuro

Vacíos del presente molestan al pasado

Hay escondrijos donde el amor se pudre

El pensamiento hace una flor que entretiene a la muerte

¿Se amustia lo vivido cuando le dan palabra? ¿El después hablado lo traiciona?

La perfección del círculo no explica a la espiral, cada vez más alta en sus versiones

El entender trae calles con miserias envueltas en buenos sentimientos (…)
Los abismos del ser son nada en la desgracia de estar

El poema que te quiero escribir, amoramor, no tiene palabra todavía


Los cerebros sin sed no tienen carnaciones al sol