Pero desde el momento en que está uno en
el mundo empiezan a pasarle cosas, su débil rueda lo incorpora con escepticismo
y tedio y lo arrastran desganadamente, pues es vieja y ha triturado muchas
vidas sin prisa a la luz de su holgazana vigía, la luna fría que dormita y
observa con sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que
acontezcan.
La luna fría que dormita y observa con
sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que acontezcan
A diferencia de las enfermedades y de
las deudas – las otras dos cosas que en español más se “contraen”, las tres
comparten el verbo, como si todas fueran de mal pronóstico o de mal agüero, o
trabajosas en todo caso-, para el matrimonio era seguro que no había cura ni
remedio ni saldo
Y además la fe es voluble y frágil: se
tambalea, se recupera, se fortalece, se resquebraja. Y se pierde. Creer nunca
es de fiar.
De la libertad se puede prescindir. De
hecho es lo primero de lo que los ciudadanos con miedo están dispuestos a
prescindir. Tanto que a menudo exigen perderla, que se la quiten, no volver a
verla ni en pintura, nunca más, y así aclaman a quien va a arrebatársela y
después votan por él
La verdad es una categoría que se
suspende mientras se vive.
Era alguien
que conocía ya la renuncia, o que estaba al tanto de que el amor siempre llega
a destiempo a su cita con las personas
Lo que no tiene sentido es que me aparte
de él, aunque sea sólo su sombra. Qué me importan a mí los otros. Prefiero la
palidez de este muerto andante al color del mundo entero. Prefiero demorarme y
morir en su palidez que vivir a la luz de todos los vivos
Nos afanamos por conquistar las cosas
sin pensar, en el ahínco, que jamás estarán seguras, que rara vez perseveran y
son siempre susceptibles de pérdida, nada está nunca ganado eternamente, a
menudo libramos batallas o urdimos maquinaciones o contamos mentiras,
incurrimos en bajezas o cometemos traiciones o propiciamos crímenes sin
recordar que lo que obtengamos no puede ser duradero (es un viejísimo defecto
de todos, ver como final el presente y olvidar que es transitorio, por fuerza y
desesperantemente), y que las batallas y maquinaciones, las mentiras y las
bajezas y las traiciones y crímenes se nos aparecerán como baldíos una vez
anulado o agotado su efecto, o aún peor, como superfluos: nada habría sido diferente
si nos los hubiéramos ahorrado, cuánto denuedo inservible, qué malgasto y
desperdicio. Nos guiamos por la malvada prisa y nos entregamos a la venenosa
impaciencia.
Tal vez no nos hagamos nunca del todo,
pero nos vamos configurando y fraguando sin darnos cuenta desde que se nos
avista en el océano como un puntito diminuto que se convertirá más tarde en un
bulto al que habrá que esquivar o acercare y a medida que transcurren los años
y nos envuelven los sucesos, a medida que tomamos o descartamos opciones o
dejamos que se encarguen los demás por nosotros (o es el aire). Tanto da quien
decida, todo es desagradablemente irreversible y en se sentido acaba dodo
nivelándose: lo deliberado y lo involuntario, lo accidental y lo maquinado, lo
impulsivo y lo premeditado, y a quien le importa le final los porqués y aún
menos los propósitos.
Si somos incondicionales de un amor, o
de un amigo, o de un maestro, tendemos a acoger a cuantos los rodean, no digamos
a los que les son esenciales: a los hijos imbéciles, a las mujeres exigentes o
venenosas, a los maridos pelmazos y aun despóticos, a las amistades turbias o
desagradables, a los colegas desaprensivos de los que dependen, a aquellos a
los que no vemos cosa buena ni hallamos la menor gracia y que nos llevan a
preguntarnos de dónde procede la estima que les profesan esos seres por cuya
aprobación nos desvivimos: qué pasado los une, qué sufrimiento compartido, qué
vivencias comunes, qué saberes secretos o qué motivos de vergüenza; qué extraña
nostalgia invencible.
Intentamos mostrarnos amables y gratos e
inteligentes, y ganarnos una palmada en la espalda -de nuestro amor un beso o
lo que suele seguirlos, o por lo menos una mirada que nos prolongue un poco más
la esperanza-, y no entendemos que haya individuos estridentes o romos o
deficientes o muy limitados que, a nuestros ojos sin merecimiento alguno,
obtienen gratis lo que a nosotros nos cuesta tanta inventiva y tanto brío y
tanto alertar. La única respuesta es con frecuencia que esa gente viene de
antes, que nos precede desde hace mucho en la vida del amor o del amigo o del
maestro, que ignoramos siempre; que han recorrido mucho camino juntos, quizás
ensuciándose en el barro, sin que nosotros estuviéramos allí para acompañarlos,
ni para presenciarlo.
A la vida de las personas siempre
llegamos tarde.
Nunca lo había visto correr, ni tres
pasos. Correr es indigno
Cuando uno renuncia a eso, cuando uno
renuncia a saber lo que no se puede saber, quizá entonces, parafraseando a
Shakespeare, quizá entonces empiece lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás
Uno sólo debe ocuparse de lo que ha
visto y de lo que lo atañe. No puede andar escuchando las historias con que le
viene cualquiera ni hacer de juez universal. No puede dedicarse a castigar, ni
siquiera con su actitud o retirando la amistad, a quien tal vez haya hecho malo
en alguna ocasión. No acabaríamos. No nos dedicaríamos a nada más. De hecho hay
que contar con que todos hemos hecho algo malo en alguna oportunidad.
La justicia no existe. O solo como
excepción: unos pocos escarmientos para guardar las apariencias, en los
crímenes individuales nada más. Mala suerte para el que le toca. En los
colectivos no, en los nacionales no, ahí no existe nunca, ni se pretende. (…).
Tampoco esa existe, la justicia desinteresada e personal.
Los jóvenes tienen excesivo apego a la
verdad, a la que los atañe. Faltan sin cesar a ella, pero no puede pedírseles
que renuncien a las que los incumben y afectan. No soportan ser burlados y
tomados por tontos, cuando eso es poco grave y el común destino de mujeres y
hombres sin distinción alguna.
El pasado tiene un futuro con el que
nunca contamos.
Nos miramos sin decirnos nada, y quien
sabe si lo que estamos diciéndonos es algo en lo que estamos de acuerdo: "Y no,
nada de palabras"