lunes, 9 de noviembre de 2015

Así empieza lo malo – Javier Marías

Pero desde el momento en que está uno en el mundo empiezan a pasarle cosas, su débil rueda lo incorpora con escepticismo y tedio y lo arrastran desganadamente, pues es vieja y ha triturado muchas vidas sin prisa a la luz de su holgazana vigía, la luna fría que dormita y observa con sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que acontezcan.

La luna fría que dormita y observa con sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que acontezcan

A diferencia de las enfermedades y de las deudas – las otras dos cosas que en español más se “contraen”, las tres comparten el verbo, como si todas fueran de mal pronóstico o de mal agüero, o trabajosas en todo caso-, para el matrimonio era seguro que no había cura ni remedio ni saldo

Y además la fe es voluble y frágil: se tambalea, se recupera, se fortalece, se resquebraja. Y se pierde. Creer nunca es de fiar.

De la libertad se puede prescindir. De hecho es lo primero de lo que los ciudadanos con miedo están dispuestos a prescindir. Tanto que a menudo exigen perderla, que se la quiten, no volver a verla ni en pintura, nunca más, y así aclaman a quien va a arrebatársela y después votan por él
La verdad es una categoría que se suspende mientras se vive.

Era alguien que conocía ya la renuncia, o que estaba al tanto de que el amor siempre llega a destiempo a su cita con las personas

Lo que no tiene sentido es que me aparte de él, aunque sea sólo su sombra. Qué me importan a mí los otros. Prefiero la palidez de este muerto andante al color del mundo entero. Prefiero demorarme y morir en su palidez que vivir a la luz de todos los vivos

Nos afanamos por conquistar las cosas sin pensar, en el ahínco, que jamás estarán seguras, que rara vez perseveran y son siempre susceptibles de pérdida, nada está nunca ganado eternamente, a menudo libramos batallas o urdimos maquinaciones o contamos mentiras, incurrimos en bajezas o cometemos traiciones o propiciamos crímenes sin recordar que lo que obtengamos no puede ser duradero (es un viejísimo defecto de todos, ver como final el presente y olvidar que es transitorio, por fuerza y desesperantemente), y que las batallas y maquinaciones, las mentiras y las bajezas y las traiciones y crímenes se nos aparecerán como baldíos una vez anulado o agotado su efecto, o aún peor, como superfluos: nada habría sido diferente si nos los hubiéramos ahorrado, cuánto denuedo inservible, qué malgasto y desperdicio. Nos guiamos por la malvada prisa y nos entregamos a la venenosa impaciencia.

Tal vez no nos hagamos nunca del todo, pero nos vamos configurando y fraguando sin darnos cuenta desde que se nos avista en el océano como un puntito diminuto que se convertirá más tarde en un bulto al que habrá que esquivar o acercare y a medida que transcurren los años y nos envuelven los sucesos, a medida que tomamos o descartamos opciones o dejamos que se encarguen los demás por nosotros (o es el aire). Tanto da quien decida, todo es desagradablemente irreversible y en se sentido acaba dodo nivelándose: lo deliberado y lo involuntario, lo accidental y lo maquinado, lo impulsivo y lo premeditado, y a quien le importa le final los porqués y aún menos los propósitos.

Si somos incondicionales de un amor, o de un amigo, o de un maestro, tendemos a acoger a cuantos los rodean, no digamos a los que les son esenciales: a los hijos imbéciles, a las mujeres exigentes o venenosas, a los maridos pelmazos y aun despóticos, a las amistades turbias o desagradables, a los colegas desaprensivos de los que dependen, a aquellos a los que no vemos cosa buena ni hallamos la menor gracia y que nos llevan a preguntarnos de dónde procede la estima que les profesan esos seres por cuya aprobación nos desvivimos: qué pasado los une, qué sufrimiento compartido, qué vivencias comunes, qué saberes secretos o qué motivos de vergüenza; qué extraña nostalgia invencible.
Intentamos mostrarnos amables y gratos e inteligentes, y ganarnos una palmada en la espalda -de nuestro amor un beso o lo que suele seguirlos, o por lo menos una mirada que nos prolongue un poco más la esperanza-, y no entendemos que haya individuos estridentes o romos o deficientes o muy limitados que, a nuestros ojos sin merecimiento alguno, obtienen gratis lo que a nosotros nos cuesta tanta inventiva y tanto brío y tanto alertar. La única respuesta es con frecuencia que esa gente viene de antes, que nos precede desde hace mucho en la vida del amor o del amigo o del maestro, que ignoramos siempre; que han recorrido mucho camino juntos, quizás ensuciándose en el barro, sin que nosotros estuviéramos allí para acompañarlos, ni para presenciarlo.
A la vida de las personas siempre llegamos tarde.

Nunca lo había visto correr, ni tres pasos. Correr es indigno

Cuando uno renuncia a eso, cuando uno renuncia a saber lo que no se puede saber, quizá entonces, parafraseando a Shakespeare, quizá entonces empiece lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás

Uno sólo debe ocuparse de lo que ha visto y de lo que lo atañe. No puede andar escuchando las historias con que le viene cualquiera ni hacer de juez universal. No puede dedicarse a castigar, ni siquiera con su actitud o retirando la amistad, a quien tal vez haya hecho malo en alguna ocasión. No acabaríamos. No nos dedicaríamos a nada más. De hecho hay que contar con que todos hemos hecho algo malo en alguna oportunidad.

La justicia no existe. O solo como excepción: unos pocos escarmientos para guardar las apariencias, en los crímenes individuales nada más. Mala suerte para el que le toca. En los colectivos no, en los nacionales no, ahí no existe nunca, ni se pretende. (…). Tampoco esa existe, la justicia desinteresada e personal.

Los jóvenes tienen excesivo apego a la verdad, a la que los atañe. Faltan sin cesar a ella, pero no puede pedírseles que renuncien a las que los incumben y afectan. No soportan ser burlados y tomados por tontos, cuando eso es poco grave y el común destino de mujeres y hombres sin distinción alguna.

El pasado tiene un futuro con el que nunca contamos.


Nos miramos sin decirnos nada, y quien sabe si lo que estamos diciéndonos es algo en lo que estamos de acuerdo: "Y no, nada de palabras"

Un día negro en una casa de mentira – Elena Medel

El mundo y yo dimos un salto el uno hacia el otro. Tomas Tranströmer

Candy
Rota sobre el arcoiris,
descubro que la lluvia
es mi única coraza.

Celebración
Como cada año amarillo,
las calles se llenan de vestidos
que hacen daño en el cuello,
de pies con zapatos de baile
para estatuas.
En las casetas de tiro surgen
chaquetas con hombros,
proyectiles excesivos
que escupen regalos a las nubes.
Peluches agujereados,
pequeñas botellas abolladas
y tesoros que almacenaremos
en un anaquel inadvertido.
Estaciones atrás, un día como éste,
me crucé con una ristra de celofanes,
con mujeres que decían lo hermoso
que es colecciones brillos y baberos.
Sollocé y pataleé
por un pedazo rojo brillante:
alguien me regaló
lo que parecía un bastón de caramelo.
Al morderlo, el plástico me reveló
que jamás lo que deseamos se parece a lo obtenido.
Con la soberbia de la infancia,
lo pisoteé en el suelo,
convirtiendo el bastón
una caricatura de azúcar astillado.
Al saber qué había hecho, me eché a llorar:
todos los niños -menos yo- tenían un bastón,
exactamente igual a aquel que yo hice trizas.
Siempre todos menos yo; siempre nadie menos yo.

Hoy sigo destruyendo
-cebándome con saña-
las cosas que más quiero.

Ragazza
«Discúlpeme» -sueño que le interrumpo en plena calle-, «lleva usted mi corazón pegado a la suela del zapato». Y, entonces, descubro que también me envuelve el violeta dulce y calmo de sus ojos.

Árbol genealógico
Yo pertenezco a una raza de mujeres con el corazón biodegradable.
Cuando una de nosotras muere
exhiben su cadáver en los parques públicos, los niños se acercan para curiosear en su garganta de hojalata, se celebran festines con moscas y gusanos, me cae mal porque me hizo sonreír a mí, que soy tan triste.
A los treinta días exactos de su muerte el cuerpo de esta extraordinaria raza
se autodestruye, y a las puertas de vuestras casas llaman los restos del alma de las mujeres sobrenaturales,
chocan contra vuestras paredes, sus empastes y sus uñas agujerean vuestras ventanas
hasta que sangran nuestras aortas clavadas a la tierra, igual que las raíces.
Al morir nos abren el estómago, examinan con los dedos su interior, rebuscan entre las vísceras el mapa del tesoro,
sacan sus dedos negros de todos los poemas que se nos han quedado dentro con los años.

Un espectáculo.

Pertenezco a una raza desarrollada más allá de los púlpitos. Soy una de ellas porque mi corazón mancha al tomarlo entre las manos, porque coincide en tamaño con el hueco de un nicho;
fresco y dulce como el de un animal, chupad mi corazón para que, al morir, sepan que hemos estado juntos.
Soy una de ellas porque mi corazón será abono. Porque mi sangre, que es la suya, sube y baja por mi cadáver como por escaleras mecánicas;
porque el fundamento de mi carácter, al descomponerse, se incorpora a una especie salvaje
que ladra y que hiere y que te lleva a su terreno, que ignora las afrentas, que jamás se extinguirá.
                       
Luna llena en la primera casa de la identidad
Madurar era esto: no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel igual que un fruto antiguo.

la han arrancado de su hábitat: por mucho que te empeñes, nada sobrevive/ en un clima que no le pertenece
Porque cuando todo va bien
Algo se mancha

A Virginia, madre de dos hijos compañera de primaria de la autora
Ocupáis tres asientos frente a mí en el autobús que se desplaza desde nuestro barrio alejado del centro; al centro; al centro de nuestra localidad minúscula, entiéndase, no al centro de las cosas, no a la esencia misma ni a la materia nuclear donde la vida
bang
donde la vida
se expande y obedece a todos los fenómenos —etcétera— que dicta la astrofísica. Lo proclaman las asignaturas que rodeábamos porque éramos de letras; lo proclaman los inexpugnables mecanismos que atañen a vocablos tan comunes como universo, vida, muerte, amor. Ocupáis tres asientos frente a mí en la parte trasera del transporte público: el niño a la derecha, en el centro la niña, la madre a la izquierda.
Ahora tú, hija pequeña de Virginia: chándal rosa gastado —igual que los plumieres de tu madre— con un personaje que mi edad y condición soltera ignoran.
Ahora tú, hijo mayor de Virginia, intuyo en tu barbilla y tus orejas los rasgos que heredaste de tu padre, y me pregunto si Virginia los maldice—Virginia, ¿los maldices?—a la hora del baño.
Pero tú, Virginia, tan rubia, ¿lo recuerdas? Allá donde entonces combatíamos piojos
ahora
bang
ahora
escondemos el tiempo.
Aquí tú lees una revista, Virginia, aquí tú no me reconoces: ¿te sirven los consejos del cuché, oh tú, tan rubia e inocente? Virginia, siempre con mi edad y ahora con dos hijos, sin anillo en el dedo, con un bolso colmado de galletas: Virginia, hijo mayor de Virginia, hija pequeña de Virginia, años luz caídos años luz quebrados en la comisura de los labios, cerrad los ojos y pedid un deseo
frente a mí
en el autobús destartalado que nos salva del barrio periférico y nos acerca al centro, lejos de los bancos en los que los adolescentes beben y las noches golpean los jardines, cierra los ojos, Virginia, porque en estos veintiocho minutos de trayecto he pensado en nosotras, en ti que no me reconoces veinte años más tarde, en tus canas donde la gente que nunca te habló, en tus canas donde la gente reía y se burlaba.
Cristal del autobús junto a Virginia, espejito de ambas, tus uñas rojas comidas al fregar los platos, una gota de laca roja en tu dedo anular, oh Virginia, oh rubia e inocente, yo he pensado en nosotras,
bang
yo he pensado en nosotras.
No sé si sabes a lo que me refiero.
Te estoy hablando del fracaso.



La felicidad de los pececillos. Cartas desde las antípodas – Simon Leys

“Las buenas ideas escasean –decía Einstein, que sabía de lo que hablaba- y sólo se presentan intermitentemente”

La felicidad de los pececillos. El saber desde lo alto del puente
Samuel Butler compara la vida a un solo de violín que tenemos que interpretar en público mientras aprendemos la técnica del instrumento a medida que ejecutamos la pieza. Una buena descripción, y aplicable también a la muerte: Edmund Knox (antiguo redactor de Punch), agonizando de un cáncer, observaba graciosamente: «Lo malo de estas cosas es lo poco acostumbrados que estamos a ellas».
   La vida nos somete a unos tests en los que hemos de improvisar respuestas instantáneas. Pero el talento de la réplica no es dado a todo el mundo: unas veces respondemos algo que no tiene nada que ver, otras nos quedamos mudos; y tenía razón Valéry al asimilar la totalidad de la literatura a una vasta «venganza del esprit de l'escalier».
   Hace tiempo, cuando se produjo un trivial incidente cuyo pleno significado no se me reveló hasta que hubo pasado, no dije esta boca es mía, pero su recuerdo aún me abrasa. Fue con ocasión de un simposio de historiadores organizado por una respetable universidad. Un viejo profesor extranjero, invitado especial, acababa de hablar de la pintura de paisaje de los Song cuando un joven universitario local se adueñó de la tribuna y se lanzó a una larga y apasionada denuncia de la ponencia de su erudito predecesor en el uso de la palabra. No se puede decir que su diatriba fuese muy original, pues rebosaba de todos los lugares comunes de la corriente maoísta, entonces en boga. Apoyado por una entusiasta claque de admiradores autóctonos, el tribuno revolucionario nos explicó que había que estar ciego por culpa de todos los prejuicios del elitismo burgués para admirar la pintura china antigua, obra de explotadores y de parásitos, mientras que el verdadero arte de China-que los mandarines académicos se obstinaban en ignorar-era producido por las masas populares de campesinos, obreros y soldados. En pocas palabras, el latiguillo habitual en la época, totalmente olvidado hoy. La violencia de este ataque sorprendió al viejo profesor, hombre frágil y refinado, pero permaneció en silencio. No quedaba, por lo demás, tiempo ya para el debate, y el presidente levantó precipitadamente la sesión.
   Entre la concurrencia, formada en su mayor parte por gente educada y cortés, se había dejado sentir una incomodidad muy real; pero, en general, cuando a unas personas decentes se las enfrenta a una indecencia masiva, procuran aparentar por todos los medios que no pasa nada.
   De hecho, lo más chocante del caso no fueron las banales vociferaciones del joven energúmeno, sino el silencio que guardamos todos nosotros. De repente comprendí la verdad de la frase de Hugo: «Todo sabio es un poco cadáver». Esa reunión académica olía a chamusquina.
   Aun desaprobando las malas maneras de su ardoroso colega, la mayoría de aquellos universitarios consideraba en el fondo que, en un debate intelectual, toda opinión es respetable; nadie parecía comprender que lo que se acababa de oír no era una opinión entre otras, sino una constatación de la defunción de la idea misma de universidad. En efecto, lo que el joven ideólogo había proclamado-sin provocar la menor refutación-era lo ilegítimo de los juicios de valor; pero si la verdad no es más que un prejuicio de clase, toda la empresa universitaria queda reducida a una farsa absurda. ¿Cómo se podría estudiar, por ejemplo, la literatura y las artes sin referirse a la noción de calidad literaria y artística? Sin esta referencia, los dibujos animados de Superman y los folletines sentimentales de Barbara Cartland constituirían un tema de estudio tan válido como las obras de Shakespeare y de Miguel Ángel. Es ésta, por lo demás, la conclusión ampliamente adoptada hoy por la universidad.
En una carta (demasiado poco conocida), Hannah Arendt ha recordado que la Verdad no es un resultado de la reflexión, sino su condición previa y su punto de partida: sin una experiencia previa de la Verdad es imposible desarrollar ninguna reflexión. Pero esta evidencia indiscutible de los primeros principios ya había sido ilustrada hace dos mil trescientos años por un célebre apólogo de Zhuang Zi. Zhuang Zi y el maestro de lógica Hui Zi se paseaban por el puente del río Hao. Zhuang Zi observó: «¡Mira lo felices que son los pececillos que se agitan ágiles y libres!». Hui Zi objetó: «Si no eres un pez, ¿de dónde sacas que los peces son felices?». «Como tú no eres yo, ¿cómo puedes saber lo que yo sé de la felicidad de los peces?». «Te concedo que yo no soy tú y que, por tanto, no puedo saber lo que tú sabes. Pero como tú no eres pez, no puedes saber si los peces son felices». «Retomemos las cosas desde un principio—replicó Zhuang Zi—. Cuando me has preguntado “¿De dónde sacas que los peces son felices?”, la forma misma de tu pregunta implicaba que sabías que yo lo sé. Pero ahora, si quieres saber de dónde lo sé, pues bien, lo sé desde lo alto del puente»

Cosa mentale. Acción superior de la inacción
Vasari, cuando describe la manera en que trabajaba Leonardo da Vinci en La última cena … cuenta que el prior se irritaba por los largos intervalos de inacción …, Leonardo se mostró totalmente dis­puesto a explicar los secretos del arte de pintar: «A menu­do los hombres de genio hacen mucho más cuanto menos actúan, pues tienen que meditar acerca de sus invenciones y madurar en su espíritu las ideas perfectas que expresarán posteriormente reproduciéndolas con sus manos» (…) Los chinos consideran que “pintar es sobre todo difícil antes de pintar”, pues “la idea de preceder al pincel”. Por eso la noción de que la pintura es una cosa mentale, ha sido siempre evidente para ellos. En occidente, es por el contrario la definición de Jackson Pollock “painting es something physical”.

Esperando al señor Wu. El arte de la lítote, de los blancos y de la ausencia
Esta potencia expresiva de los “blancos” del relato es confirmada por las iniciativas de la censura. Ningún escritor dispone de un poder verbal capaz de rivalizar con la imaginación de sus lectores; así, todo su arte consiste en tocar esta tecla

Nuestro único paraguas. Del papel del arte en las expediciones polares en particular y en la vida en general
Hace algunos años —¿lo recordáis?— el actor inglés Hugh Grant fue detenido por la policía de Los Ángeles cuando estaba dedicándose en un lugar público, en compañía de una buscona nocturna, a una actividad particularmente privada. Para el común de los mortales, semejante desventura sería simplemente incómoda, pero, para un actor tan célebre, habría podido tener consecuencias catastróficas: toda su carrera en Hollywood pareció por un momento a punto de zozobrar. En medio de este marasmo, fue entrevistado por un periodista estadounidense, que le hizo una pregunta... muy estadounidense: «¿Va ahora usted a un psicoterapeuta?». «No —respondió Grant—, en Inglaterra leemos novelas». Medio siglo antes que él, Carl Gustav Jung había formulado en términos más técnicos el exacto corolario de esta misma noción: «Cuando un individuo pierde contacto con el universo mítico, y su vida se ve así reducida al único dominio de los hechos, su salud mental se encuentra en gran peligro». Dicho de otro modo: la gente que no lee novelas ni poemas corre el riesgo de estrellarse contra la muralla de los hechos o de morir reventada bajo el peso de las realidades. Y entonces es preciso llamar con toda urgencia al doctor Jung y a sus colegas para tratar de volver a reunir los pedazos.
El ilustre doctor Farabeuf ya nos había puesto en guardia: «La buena salud es un estado precario que no presagia nada bueno». Pero el problema es más fundamental aún y Unamuno hizo de él un buen diagnóstico: «El hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto al burro o al cangrejo, un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad».
Nuestro equilibrio interior es siempre precario y está amenazado, pues somos constantemente el blanco de pruebas y agresiones de la realidad cotidiana. El resultado de las luchas de la vida es siempre incierto, y, en resumidas cuentas, es quizá un personaje de Mario Vargas Llosa el que ha dado la mejor descripción de nuestra condición común: ´La vida es un tornado de mierda, en el que el arte es nuestro único paraguas´

Sin orden ni concierto
Un joven periodista que entrevistaba a Martha Graham preguntó a la gran bailarina y coreógrafa sobre el asunto de los plagios artísticos. «Escuche, amigo mío —respondió el viejo monstruo sagrado poniendo su mano artrítica sobre el brazo de su interlocutor—, somos todos unos ladrones. Pero, a fin de cuentas, sólo seremos juzgados por dos cosas: por aquel a quien hemos elegido desvalijar y por lo que hayamos hecho con ello». T. S. Eliot decía, por otra parte, poco más o menos lo mismo: «Los poetas inmaduros imitan; los maduros roban».
¿De quién es? “Para el filósofo siempre hay más pasto en los valles de la necedad que en las áridas alturas de la inteligencia”. Uno juraría que es de Michaux, y de la mejor cosecha, pero en realidad, se trata de un pensamiento de Wittgenstein

El imperio de lo feo
La belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo. La administración de servicios públicos que hace pasar una autopista por en medio de Stonehenge, o una vía férrea a través de las ruinas de Villers-la-Ville, el monje que prende fuego al Kinkakuji, el municipio que transforma la iglesia abacial de Cluny en una cantera de piedras, el energúmeno que lanza un bote de pintura acrílica al último autorretrato de Rembrandt, o el que ataca con un martillo la madona de Miguel Ángel, obedecen todos ellos, sin saberlo, a una misma pulsión.
Los verdaderos filisteos no son una gente incapaz de reconocer la belleza, pues claro que la reconocen y muy bien, la detectan al instante, y con un olfato tan infalible como el del esteta más sutil, pero es para poder caer inmediatamente sobre ella con el fin de ahogarla antes de que pueda entrar en su universal imperio de fealdad. Pues la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto o la estupidez no son fruto de simples carencias, sino de otras tantas fuerzas activas, que se afirman furiosamente a la menor oportunidad, y no toleran ninguna excepción a su tiranía. El talento inspirado siempre es un insulto a la mediocridad. Y si esto es cierto en el orden estético, aún lo es más en el moral. Más que la belleza artística, la belleza moral parece tener el don de exasperar a nuestra triste especie. La necesidad de rebajarlo todo a nuestro miserable nivel, de mancillar, burlarse y degradar todo cuanto nos domina por su esplendor es probablemente uno de los rasgos más desoladores de la naturaleza humana.

Acerca del gusto
Algunos juicios no condenan más que a su autor. Cuando Wagner reprocha a Mozart su «falta de seriedad», no nos dice nada esclarecedor sobre Mozart, sino que, por el contrario, hace que descubramos de golpe de qué pie cojea Wagner. (…)  ’El mal gusto lleva al crimen’, decía Stendhal. No es falso, pero a esto habría que añadir que el buen gusto no lleva a menudo más que al salón de madame Verdurin. El buen gusto tiene esto en común con la humor y la santidad, que no es posible alcanzarlo por medio de un esfuerzo de la voluntad: a partir que toma conciencia de sí mismo se acabó…”.

Marginalia
En este sentido, la catedral carente de armonía, heteróclita y viva es en realidad una transposición a la piedra de la visión de San Agustín: “Dejé de aspirar a un mundo mejor, pues contemplé por fin la creación en su totalidad, y a la luz de esta inteligencia más clara, llegué a comprender que, aunque las cosas superiores fuesen mejores que las cosas inferiores, la suma total de la Creación es mejor que las cosas superiores por sí solas”

¿Cómo leer?
Como decía C.S.Lewis “La verdad es siempre acerca de algo, mientras que la realidad es eso mismo de lo que habla la verdad”.

Mentiras verdaderas
La verdad no es relativa; por su propia naturaleza está al alcance de todos; es simple y evidente: a menudo incluso, de manera que duele.

El verdadero problema es que, a fin de cuentas –como todos nosotros, la mayor parte del tiempo-, tenía la verdad delante de las narices, pero prefirió lavarse las manos

Mis chistes, mi filosofía. Slavoj Zizek

Tres blancos dos negros.
Deberíamos releer el texto de Lacan sobre el tiempo lógico, donde nos ofrece una brillante interpretación del acertijo lógico de los tres prisioneros. Lo que no se conoce tanto es que la forma original de ese acertijo procede del libertinaje francés del siglo xviii, con su mezcla de sexo y fría lógica (que culmina en Sade). En esta versión sexualizada, el director de una cárcel para mujeres ha decidido que le concederá la amnistía a una de tres presas; la ganadora se decidirá mediante un test de inteligencia. Las tres mujeres se colocarán formando un triángulo en torno a una gran mesa redonda; las tres irán desnudas de cintura para abajo y se inclinarán sobre la mesa para permitir una penetración a tergo. Cada una de las mujeres será penetrada por detrás por un negro o un blanco, de manera que sólo podrá ver el color de los hombres que penetran a las otras dos mujeres que tiene delante; todo lo que sabrá es que, para su experimento, el alcaide de la prisión sólo dispone de cinco hombres, tres blancos y dos negros. Teniendo en cuenta estas restricciones, la ganadora será la mujer que primero pueda determinar el color del hombre que se la está follando. Entonces podrá apartarlo y salir de la habitación. Éstos son los tres casos posibles, de creciente complejidad:
 • En el primer caso, hay dos negros y un blanco follándose a las mujeres. Puesto que la mujer follada por un blanco sabe que sólo hay dos negros entre los cinco hombres, inmediatamente puede levantarse y salir de la habitación.
• En el segundo caso, hay un negro y dos blancos follando. Las dos mujeres folladas por blancos pueden ver, por tanto, a un negro y un blanco. La mujer follada por un negro puede ver a dos blancos, pero –al participar tres blancos en la prueba– no puede levantarse de inmediato. La única manera de obtener un ganador en este segundo caso es que una de las dos mujeres folladas por un blanco razone de la siguiente manera: «Puedo ver a un blanco y un negro, de manera que el tipo que me está follando podría ser blanco o negro. Sin embargo, si mi follador fuera negro, la mujer que está delante de mí follada por un blanco vería a dos negros, y de inmediato concluiría que su follador es blanco, por lo que se habría levantado y habría salido de inmediato. Pero no lo ha hecho, por lo tanto mi follador ha de ser blanco.»
• En el tercer caso, cada una de las tres mujeres es follada por un blanco y, por consiguiente, cada una de ellas ve a dos blancos. Por tanto, cada una de ellas puede razonar del mismo modo que el ganador del caso 2, de la siguiente manera: «Puedo ver a dos hombres blancos, por lo que el hombre que me está follando puede ser blanco o negro. Pero si el mío fuera negro, cualquiera de las otras dos mujeres podría razonar (como en el caso del ganador en 2): “Veo a un blanco y a un negro. Por lo que si mi follador es negro, la mujer follada por un blanco vería a dos negros, y de inmediato concluiría que su follador es blanco y se marcharía. Pero no lo ha hecho, por lo que mi follador ha de ser blanco.” Pero puesto que ninguna de las otras dos se ha levantado, mi follador no debe de ser negro, sino también blanco.»
Pero aquí entra en juego el tiempo lógico. Si las tres mujeres poseyeran la misma inteligencia y se levantaran al mismo tiempo, ello las sumiría en una radical incertidumbre acerca de quién se las está follando. ¿Por qué? Ninguna de las tres mujeres podría saber si las otras dos se han levantado de resultas del mismo razonamiento, puesto que estaban siendo folladas por un blanco, o si cada una de ellas ha razonado como la ganadora del segundo caso, porque estaba siendo follada por un negro. La ganadora será la mujer que primero interprete correctamente esta indecisión y llegue a la conclusión que indica que las tres están siendo folladas por blancos. El premio de consolación para las otras dos mujeres será que al menos habrán sido folladas hasta el final, y ese hecho adquiere su significado en el momento en que uno se da cuenta de la sobredeterminación política de esta elección de hombres: entre las damas de clase alta de mediados del siglo xviii en Francia, los negros, como es de suponer, eran socialmente inaceptables como pareja sexual, pero codiciados como amantes secretos por su presunta mayor potencia y sus penes supuestamente extra-grandes. En consecuencia, ser follada por un blanco supone una relación sexual socialmente aceptable pero íntimamente insatisfactoria, mientras que ser follada por un negro es una relación sexual socialmente inadmisible pero mucho más satisfactoria. Sin embargo, esta elección es más compleja de lo que podría parecer, puesto que, en la actividad sexual, siempre está presente la mirada de la fantasía que nos observa. El mensaje del acertijo lógico se vuelve así más ambiguo: las tres mujeres se miran entre sí mientras mantienen relaciones sexuales, y lo que tienen que establecer no es sólo: «¿Quién me está follando, un blanco o un negro?», sino más bien: «¿Qué soy para la mirada del Otro mientras me follan?», como si su mismísima identidad se estableciera a través de esa mirada.

Hay un chiste agradablemente vulgar acerca de Cristo: la noche antes de que lo arresten y lo crucifiquen, sus seguidores comienzan a preocuparse: Cristo todavía es virgen; ¿no sería bonito que tuviera una experiencia un poco agradable antes de morir? Así que le piden a María Magdalena que vaya a la tienda donde Cristo está descansando y lo seduzca; María dice que lo hará encantada y entra, pero cinco minutos después sale chillando, aterrada y furiosa. Los seguidores de Cristo le preguntan qué ha pasado, y ella les contesta: “Me he desvestido poco a poco, he abierto las piernas y le he enseñado el coño a Cristo; él se lo ha quedado mirando y ha dicho: ‘¡Qué herida tan terrible! ¡Deberíamos curarla!’, y suavemente ha colocado encima la palma de la mano”.
Así que hay que andarse con ojo con la gente demasiado empeñada en curar las heridas de los demás: ¿y si uno disfruta de su propia herida? Justo de la misma manera, la curación directa de la herida del colonialismo (regresar con todas las de la ley a la realidad precolonial) sería una pesadilla: si los indios de hoy en día se encontraran en la realidad precolonial, sin duda proferirían el mismo grito aterrado de María Magdalena.

A fin de relajarse tras su ardua labor de predicar y obrar milagros, Jesús decide tomarse un descanso a orillas del mar de Galilea. Durante una partida de golf con uno de los apóstoles, se encuentra con que ha de llevar a cabo un golpe complicado; Jesús lo hace mal y la pelota termina en el agua. Así que recurre a su truco habitual: camina sobre las aguas hasta donde está la pelota, se agacha y la recoge. Cuando Jesús intenta repetir el golpe, el apóstol le dice que es muy difícil: sólo alguien como Tiger Woods puede conseguirlo. Jesús le contesta: “¡Qué demonios, soy el hijo de Dios, puedo hacer cualquier cosa que haga Tiger Woods!”, y repite el golpe. La pelota acaba de nuevo en el agua, de manera que Jesús vuelve a caminar sobre su superficie para recuperarla. En ese momento, pasa por allí un grupo de turistas americanos y uno de ellos, al observar lo que ocurre, se vuelve hacia el apóstol y le dice: “Dios mío, ¿quién es ese tipo? ¿Es que se cree Jesús o qué?” A lo que el apóstol le contesta: “No, el boludo se cree Tiger Woods!”
Así es como funciona la identificación fantasmática: nadie, ni siquiera el propio Dios, es directamente lo que es; todo el mundo necesita un punto de identificación externo y descentrado.

Durante décadas, ha circulado entre los lacanianos un chiste clásico para ejemplificar el papel fundamental del conocimiento del Otro: a un hombre que cree ser un grano de maíz lo llevan a un institución mental donde los médicos hacen todo lo posible para convencerlo de que no es un grano de maíz, sino un hombre; sin embargo, cuando está curado (convencido de que ya no es un grano de maíz, sino un hombre) y le permiten salir del hospital, regresa de inmediato, temblando y muy asustado: delante de la puerta hay una gallina y le da miedo que se lo coma. “Pero mi querido amigo”, dice su médico, “sabe perfectamente que no es un grano de maíz, sino un hombre”. “Claro que lo sé”, contesta el paciente, “¿pero lo sabe la gallina?”
Ese es el auténtico meollo del tratamiento psicoanalítico: no basta con convencer al paciente de la verdad inconsciente de sus síntomas: también hay que conseguir que el propio inconsciente asuma esa verdad. Lo mismo se puede decir de la teoría marxista del fetichismo de la mercancía: podemos imaginar a un burgués asistiendo a un curso de marxismo en el que se explica lo que es el fetichismo de la mercancía. Después del curso, vuelve a visitar a su profesor y se queja de que sigue siendo víctima del fetichismo de la mercancía. El profesor le dice: “Pero ahora conoce la realidad de la situación, sabe que las mercancías no son más que una expresión de las relaciones sociales, que no hay nada mágico en ellas”. A lo cual el alumno contesta: “Pues claro que lo sé, pero las mercancías que manejo no parecen saberlo”. A esto apuntaba Lacan con su afirmación de que la auténtica fórmula del materialismo no es “Dios no existe”, sino “Dios es inconsciente”. (…) Sabe que Dios no existe pero ¿también lo sabe Dios? Es en este preciso sentido en que nuestra época es quizá menos atea que la anterior: todos estamos dispuestos a entregarnos a un completo escepticismo, a una distancia cínica, a explotar a los demás “sin ilusiones”, a violar todas las limitaciones éticas, a las prácticas sexuales extremas, etc, etc protegidos por la silenciosa conciencia de que el gran Otro lo ignora por completo.

Esta referencia inherente al Otro, según la cual “no existe don Giovanni sin Leporello” (evidentemente don Giovanni considera la inscripción de sus conquistas en el registro de Leporello como algo más importante que el propio placer que éstas le proporcionan.


El corazón de las tinieblas – Joseph Conrad

La fuerza de uno es solo un accidente que se deriva de la debilidad de los otros
Es imposible transmitir la impresión que la vida produce en una época determinada de la propia existencia; lo que constituye su verdad, su significado, su sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos… solos.
Hay un aire de muerte, una idea de la mortalidad en la mentira que es de forma precisa lo que más odio y detesto en el mundo, lo que más me gustaría olvidar.

La vida es algo gracioso, un arreglo misterioso de lógica despiadada para un propósito fútil. Lo más que podemos esperar de ella es un poco de conocimiento de sí mismo, que llega demasiado tarde; una cosecha de pesares inextinguibles

domingo, 8 de noviembre de 2015

Crímenes ejemplares – Max Aub

Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio.
La hendí de abajo a arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor.
Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.
Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite.
Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, miré el reloj seis veces, descaradamente: no hizo caso. Creo que es un atenuante muy de tenerse en cuenta.
Resbalé, caí. La corteza de una naranja tuvo la culpa. Había gente, y todos se rieron. Sobre todo aquella del puesto, que me gustaba. La piedra le dio en el meritito entrecejo: siempre tuve buena puntería. Cayó espatarrada, enseñando su flor.
Errata. Donde dice: la maté porque era mía. Debe decir: la maté porque no era mía.

Lo maté porque no pensaba como yo.

La vida de las mujeres – Alice Munro

No es que estuvieran en contra del talento. Pero lo que había que hacer, al parecer, era mantenerlo más o menos en secreto. La ambición era lo que las alarmaba, porque ser ambicioso era cortejar el fracaso y exponerte al ridículo. Lo peor que podía pasarte en esta vida, según entendí, era ser el hazmerreír. (…) escoger no hacer algo demostraba, a la larga, más sabiduría y amor propio que hacerlo.

El sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al cuerpo, un acto de fe pura, la libertad en la humildad.


Habíamos visto el uno en el otro lo que no podíamos soportar, y no teníamos ni idea de que la gente lo ve y continúa, y odia, pelea y trata de matarse de varias maneras, y luego se quiere un poco más.

La suma de los ceros - Eduardo Rabasa

Yo solo quería ser otro de los cobardes invisibles

Los cimientos de Villa Miserias se amoldaban a la doctrina básica: el quietismo en movimiento. (…) una de sus claves consistía en que hubiera un movimiento acotado.

Los trapos sucios ajenos escondían los propios hasta crear un amasijo de jergas pestilentes, exclamando juntas en un grito ahogado: “Muy en el fondo todos somos un asco, así que no hay nada de qué preocuparse”.

La medida de todo hombre consiste en la dosis de verdad que pueda soportar

Fuera de vagas nociones morales y fábulas maniqueas, en los hechos la verdad no servía para nada. Se sostenía como ideal común solo porque se aceptaba tácitamente su ilimitada transgresión. Sin la mentira nos encajaríamos las púas todo el tiempo: la convivencia sería inviable, en especial con uno mismo. Registró con cuidad un ejercicio y se dio cuenta de que no mentía menos de cincuenta veces por día: el estado de ánimo, la apariencia de alguien, la simpatía hacia los familiares de un ser querido, las opiniones sociales. Las consecuencias de decir siempre la verdad serían por demás desagradables. Concluyó además que sin el autoengaño no nos levantaríamos de la cama. La capacidad de trabajar en una actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente para educar a los hijos para que trabajen en una actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente, acompañados por una pareja absorta en su propia repetición, cada vez más distanciados por las capas de rutina y resentimiento esperando para hacer erupción, con escasos paliativos como vacaciones que solo arrojan más luz sobre lo inútil cotidiano o descargas alcoholizadas con los amigos que desembocan en balbuceos de teorías tan estúpidas que producen vergüenza al recordarlas, alentados por la posibilidad de experimentar el placer de la culpa producida por acostarse con la mujer de alguno de los, escapando del aplastante horizonte personal con las cumbres representadas por el primer diente del hijo, por verlo competir en algún deporte con otros niños de su edad para ver quién es más amado por sus padres, o bien por el reconocimiento profesional de un jefe de dientes podridos, complacido por el incremento dela eficiencia del engranaje que uno aceita, así como con los hundimientos representados por la muerte de alguien cercano, o la descarga de frustración sobre alguna figura pública lo suficientemente estúpida como para transgredir los laxos códigos de corrupción y tolerancia a sus excesos que la sociedad está dispuesta a admitir. Si no encontramos cada día cientos de mentiras para callar a los muchos que nos habitan, si no nos desquitáramos con el cuerpo inyectándole espesura en las arterias, si no endilgáramos nuestra envidia a los otros por envidiar al de más allá, si no nos engañáramos pensando que lo peor ha pasado ya, no podríamos representar la comedia cotidiana.

Dos posibilidades de cambio de estatus: por ascenso propio o despeñamiento ajeno.

La importancia psicológica del voto. Lo crucial es que cada cual sienta que decidió. O que perdió porque los necios no le hicieron caso. (…) la ilusión de incidir es capital. (…) Cada individuo debe ser libre para triunfar o fracasar según sus aptitudes. Es hasta inmoral ayudar a quienes no lo merecen. Un desperdicio. Desde el punto de vista de la especie se trata de maximizar el placer. Importa el valor absoluto, no como está distribuido. (…) los más jodidos sufren porque no han aprendido a aceptarse. Porque siguen engañados por promesas absurdas de un mundo mejor para todos. Si entendieran que cada uno tiene lo que se merece, oportunidades o no, vivirían tranquilos con la paz que da la resignación. Los feos entienden sus limitaciones. Por eso se aparean entre sí, a menos que en cambio sean ricos o famosos, en general renuncian a rozarse con los guapos. Es igual con los jodidos.  

Desde que la política dizque ya no es religiosa, la contienda se ha dividido en dos grandes bandos. En distintas partes tienen nombres que cambian, pero aquí los vamos a llamar soñadores vs. Malvados (...). Unos se atragantan de carne y buen vino pensando cómo hacerle para que nadie estuviera excluido de la mesa, pero en el fondo ya saben que no alcanzan los recursos para que todos vivan como ellos. Los otros se atragantan de carne y buen vino convencidos de que si los flojos lo quisieran podrían tener lo mismo que ellos.


No tengo nada que perdonarte. Un efecto secundario de nuestros tiempos es que la imagen de uno es demasiado frágil. Nos idolatramos a través de la aprobación de los otros. Soy más consciente que nadie de mis bajezas. No puedo eliminar mis impulsos miserables. Lo que único que me queda es esforzarme por mantenerlos a raya. No existe amor más egoísta que el que exige a cambio la perfección ajena.

La filosofía del vino - Béla Hamvas

Los ateos son nuestros pobres de espíritu, los hijos de nuestra época más necesitados de ayuda. Son pobres de espíritu, con la diferencia de que albergan escasas esperanzas de acceder al reino de los cielos. Muchos se enfadaron con ellos y lucharon contra ellos en el pasado. Considero completamente reprobable ese método. ¿Combatir? ¿Un hombre sano peleando con ciegos y cojos? Puesto que son inválidos, conviene acercarse a ellos con buena voluntad. Conviene no convencerlos por la fuerza; ni siquiera han de darse cuenta de lo que les ocurre. Hay que tratarlos como a niños retrasados en su evolución e incluso de pocas luces, si bien ellos aprecian mucho su inteligencia y creen que el ateísmo es un saber perfecto. ¿Por qué se los combatió en el pasado? A mi juicio, en primer lugar porque el ateísmo, como pobreza de entendimiento y como humor híbrido que es, fracasaría en toda regla si no compensara esas deficiencias por otro lado. ¿Y en qué consiste la compensación? En la actividad frenética. Por eso, el ateísmo conduce necesariamente a la violencia y, puesto que desemboca en ella, los ateos necesitan conquistar el poder universal. En efecto, lo han conseguido. Y quienes luchaban contra ellos en el fondo los envidiaban, lo cual es un error en mi opinión. Cuando los ateos vieron que eran envidiados se tornaron arrogantes.

(…) a los ateos los atenaza un miedo terrible a Dios. Como dice Böhme, viven en la ira de Dios. No conocen más que al Dios colérico: por eso se esconden y mienten. Creen que afirmando la inexistencia de Dios dejarán de pasar miedo, pero naturalmente lo que ocurre es que entonces le temen todavía más.

Cuando pongo orden en las cosas, cuando cada una está en su sitio, restituyo el sentido del mundo. Toda filosofía es algo así como un intento de restituir el sentido. Y al hacerlo ocurre algo muy curioso. Sí, muy curioso, porque descubrimos que la gran variedad de cosas que parecen diferentes, es en el fondo, apariencia. Todo es uno.

Toda persona sabe de forma innata que su vida solamente tiene sentido si la sacrifica.

El hombre sólo es capaz de soportar el puente que une el primer día y el último en un estado de trance. Y ese estado de trance es el vino.

Si una mujer acudiera a mí y me preguntara qué debe hacer para ser bella, le respondería: sal a que te dé el sol, querida. Sólo es bello quien toma el sol. Mira las partes de tu cuerpo que siempre llevas cubiertas: parecen ciegas.  (…) Para ser bella anda diez minutos desnuda todos los días preferentemente ante el espejo de la mirada de un hombre. Descubrirás entonces que no es posible vivir en la oscuridad.


La última lección de la anatomía de la ebriedad es la siguiente: la ebriedad es un estado infinitamente superior al de la razón cotidiana y es el comienzo del auténtico despertar. El inicio de todo aquello que es bello, grande, serio, placentero y puro en la vida. Es la sobriedad superior. El entusiasmo como decían los antiguos, del que proceden el arte, la música, el amor y el verdadero pensamiento. Y del que procede la verdadera religión. La buena religión es la religión de la ebriedad; la mala la religión racional cotidiana, es decir, el ateísmo. Al alcance de nuestra mano se encuentra la llave de la vita illuminativa o mejor dicho, en nuestros toneles y botellas. El vino nos enseña que la ebriedad no es otra cosa que la forma superior de la sobriedad, la vida iluminada.

Saltaré sobre el fuego - Wislawa Szymborska

“empujas el horizonte ante mí” Artur Grabowski

Nada dos veces
Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.

En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.

No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.

Ayer, mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban,
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.

Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?

Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.

Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.

Encuentro inesperado
Somos muy amables el uno con el otro,
decimos que es bonito encontrarse después de tantos años.

Nuestros tigres beben leche.
Nuestros azores van a pie.
Nuestros tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros lobos bostezan ante una jaula vacía.

Nuestras víboras se han sacudido los relámpagos,
los monos la inspiración, los pavos reales las plumas.
¡Cuánto hace que dejaron nuestro pelo los murciélagos!

Callamos sin terminar la frase,
sonriendo sin remedio.
Nuestras personas
no saben cómo hablarse.

En el paraíso perdido de la probabilidad. En otra parte. En otra parte. Igual que suenan estas palabras

Nacido
Así que esta es su madre,
esta pequeña mujer
causante de ojos grises.
Barca en la que años atrás
Llegó a la orilla
De ella se extrajo
Al mundo,
A la no-eternidad
Procreadora del hombre
con quien saltaré sobre el fuego.

Prospecto
Soy un tranquilizante.
Funciono en casa,
Soy eficaz en la oficina,
me siento en los exámenes,
Comparezco ante los tribunales,
pego cuidadosamente las tazas rotas:
sólo tienes que tomarme,
¡ disolverme bajo la lengua,
tragarme,
sólo tienes que beber un poco de agua.

Sé qué hacer con la desgracia,
cómo sobrellevar una mala noticia,
disminuir la injusticia,
iluminar la ausencia de Dios,
escoger un sombrero de luto que quede bien con una cara.
A qué esperas,
confía en la piedad química.

Eres todavía un hombre (una mujer) joven,
deberías sentar la cabeza de algún modo.
¿Quién ha dicho
que la vida hay que vivirla arriesgadamente?

Entrégame tu abismo,
lo cubriré de sueño,
me estarás agradecido (agradecida)
por haber caído de pies.

Véndeme tu alma.
No habrá más comprador.

Ya no hay otro demonio.

Amor feliz
Un amor feliz. ¿Es normal,
serio, útil?
¿Qué saca el mundo de dos personas
que no ven el mundo?
Encumbrados hacia sí mismos sin mérito alguno,
dos al azar entre un millón, pero seguros
de que así tenía que ocurrir. ¿Como premio de qué?, de nada;
la luz llega desde ninguna parte.
¿Por qué cae precisamente sobre ellos y no cae sobre otros?
¿Ofende eso a la justicia? Así es.
¿Viola principios cuidadosamente almacenados, derriba
de su cima a la moral? Viola y derriba.
Mirad qué felices:
¡si disimularan aunque fuera un poco,
si fingieran aflicción para animar a los amigos!
Escuchad cómo ríen. Es insultante.
Qué lenguaje utilizan, aparentemente comprensible.
Y esas ceremonias suyas, esas celebraciones,
sus rebuscadas obligaciones de unos para con otros,
¡parece una conspiración a espaldas de la humanidad!
Resulta incluso difícil prever qué sucedería
si pudiera cundir su ejemplo.
Qué podrían hacer religiones, poesías;
qué se recordaría, qué se abandonaría,
quién querría permanecer en el círculo.
Un amor feliz. ¿Es necesario?
El tacto y el sentido común nos obligan a callar al respecto
como si de un escándalo en las altas esferas de la Vida se tratara.
Espléndidos bebés nacen sin su ayuda.
Nunca podría poblar la tierra,
no es, que digamos, muy frecuente.
Que la gente que no conoce un amor feliz
afirme que no existe un amor feliz en ningún sitio.
Con esa creencia les será más llevadero vivir, y también morir.

El gran número
Cuatro mil millones de gentes sobre esta tierra,
y mi imaginación es la que era.
No se le dan bien los grandes números.
Sigue conmoviéndola lo particular.
Vuela en la penumbra cual luz de linterna,
revela sólo los primeros rostros de la fila,
mientras el resto se pierde en el abismo ciego,
en el no pensamiento, en el no olvido.

Elogio de la mala conciencia de uno mismo
El ratonero no tiene nada que reprocharse.
Los escrúpulos le son ajenos a la pantera negra.
No dudan de lo apropiado de sus actos las pirañas.
El crótalo se acepta sin complejos a sí mismo.

No existe un chacal autocrítico.
El tábano, la langosta, la tenia y el caimán
viven como viven y así están satisfechos.

Cien kilos pesa el corazón de la orca,
pero en otro sentido es ligero.

No hay nada más bestial
que una conciencia limpia
en el tercer planeta del sol.

Puede ser sin título
(…) No sólo a las conjuras acompaña el silencio.
Ni sólo a los monarcas un séquito de causas.
Y pueden ser redondos no sólo los aniversarios,
sino también las piedras solemnes de la orilla.
     
Ante una visión así, siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.

Despedida de un paisaje
(…) Te he sobrevivido lo suficiente
Y solo lo suficiente

Como para recordar desde lejos.