lunes, 9 de noviembre de 2015

Así empieza lo malo – Javier Marías

Pero desde el momento en que está uno en el mundo empiezan a pasarle cosas, su débil rueda lo incorpora con escepticismo y tedio y lo arrastran desganadamente, pues es vieja y ha triturado muchas vidas sin prisa a la luz de su holgazana vigía, la luna fría que dormita y observa con sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que acontezcan.

La luna fría que dormita y observa con sólo un párpado entreabierto, se conoce las historias, antes de que acontezcan

A diferencia de las enfermedades y de las deudas – las otras dos cosas que en español más se “contraen”, las tres comparten el verbo, como si todas fueran de mal pronóstico o de mal agüero, o trabajosas en todo caso-, para el matrimonio era seguro que no había cura ni remedio ni saldo

Y además la fe es voluble y frágil: se tambalea, se recupera, se fortalece, se resquebraja. Y se pierde. Creer nunca es de fiar.

De la libertad se puede prescindir. De hecho es lo primero de lo que los ciudadanos con miedo están dispuestos a prescindir. Tanto que a menudo exigen perderla, que se la quiten, no volver a verla ni en pintura, nunca más, y así aclaman a quien va a arrebatársela y después votan por él
La verdad es una categoría que se suspende mientras se vive.

Era alguien que conocía ya la renuncia, o que estaba al tanto de que el amor siempre llega a destiempo a su cita con las personas

Lo que no tiene sentido es que me aparte de él, aunque sea sólo su sombra. Qué me importan a mí los otros. Prefiero la palidez de este muerto andante al color del mundo entero. Prefiero demorarme y morir en su palidez que vivir a la luz de todos los vivos

Nos afanamos por conquistar las cosas sin pensar, en el ahínco, que jamás estarán seguras, que rara vez perseveran y son siempre susceptibles de pérdida, nada está nunca ganado eternamente, a menudo libramos batallas o urdimos maquinaciones o contamos mentiras, incurrimos en bajezas o cometemos traiciones o propiciamos crímenes sin recordar que lo que obtengamos no puede ser duradero (es un viejísimo defecto de todos, ver como final el presente y olvidar que es transitorio, por fuerza y desesperantemente), y que las batallas y maquinaciones, las mentiras y las bajezas y las traiciones y crímenes se nos aparecerán como baldíos una vez anulado o agotado su efecto, o aún peor, como superfluos: nada habría sido diferente si nos los hubiéramos ahorrado, cuánto denuedo inservible, qué malgasto y desperdicio. Nos guiamos por la malvada prisa y nos entregamos a la venenosa impaciencia.

Tal vez no nos hagamos nunca del todo, pero nos vamos configurando y fraguando sin darnos cuenta desde que se nos avista en el océano como un puntito diminuto que se convertirá más tarde en un bulto al que habrá que esquivar o acercare y a medida que transcurren los años y nos envuelven los sucesos, a medida que tomamos o descartamos opciones o dejamos que se encarguen los demás por nosotros (o es el aire). Tanto da quien decida, todo es desagradablemente irreversible y en se sentido acaba dodo nivelándose: lo deliberado y lo involuntario, lo accidental y lo maquinado, lo impulsivo y lo premeditado, y a quien le importa le final los porqués y aún menos los propósitos.

Si somos incondicionales de un amor, o de un amigo, o de un maestro, tendemos a acoger a cuantos los rodean, no digamos a los que les son esenciales: a los hijos imbéciles, a las mujeres exigentes o venenosas, a los maridos pelmazos y aun despóticos, a las amistades turbias o desagradables, a los colegas desaprensivos de los que dependen, a aquellos a los que no vemos cosa buena ni hallamos la menor gracia y que nos llevan a preguntarnos de dónde procede la estima que les profesan esos seres por cuya aprobación nos desvivimos: qué pasado los une, qué sufrimiento compartido, qué vivencias comunes, qué saberes secretos o qué motivos de vergüenza; qué extraña nostalgia invencible.
Intentamos mostrarnos amables y gratos e inteligentes, y ganarnos una palmada en la espalda -de nuestro amor un beso o lo que suele seguirlos, o por lo menos una mirada que nos prolongue un poco más la esperanza-, y no entendemos que haya individuos estridentes o romos o deficientes o muy limitados que, a nuestros ojos sin merecimiento alguno, obtienen gratis lo que a nosotros nos cuesta tanta inventiva y tanto brío y tanto alertar. La única respuesta es con frecuencia que esa gente viene de antes, que nos precede desde hace mucho en la vida del amor o del amigo o del maestro, que ignoramos siempre; que han recorrido mucho camino juntos, quizás ensuciándose en el barro, sin que nosotros estuviéramos allí para acompañarlos, ni para presenciarlo.
A la vida de las personas siempre llegamos tarde.

Nunca lo había visto correr, ni tres pasos. Correr es indigno

Cuando uno renuncia a eso, cuando uno renuncia a saber lo que no se puede saber, quizá entonces, parafraseando a Shakespeare, quizá entonces empiece lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás

Uno sólo debe ocuparse de lo que ha visto y de lo que lo atañe. No puede andar escuchando las historias con que le viene cualquiera ni hacer de juez universal. No puede dedicarse a castigar, ni siquiera con su actitud o retirando la amistad, a quien tal vez haya hecho malo en alguna ocasión. No acabaríamos. No nos dedicaríamos a nada más. De hecho hay que contar con que todos hemos hecho algo malo en alguna oportunidad.

La justicia no existe. O solo como excepción: unos pocos escarmientos para guardar las apariencias, en los crímenes individuales nada más. Mala suerte para el que le toca. En los colectivos no, en los nacionales no, ahí no existe nunca, ni se pretende. (…). Tampoco esa existe, la justicia desinteresada e personal.

Los jóvenes tienen excesivo apego a la verdad, a la que los atañe. Faltan sin cesar a ella, pero no puede pedírseles que renuncien a las que los incumben y afectan. No soportan ser burlados y tomados por tontos, cuando eso es poco grave y el común destino de mujeres y hombres sin distinción alguna.

El pasado tiene un futuro con el que nunca contamos.


Nos miramos sin decirnos nada, y quien sabe si lo que estamos diciéndonos es algo en lo que estamos de acuerdo: "Y no, nada de palabras"

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