lunes, 9 de noviembre de 2015

Mis chistes, mi filosofía. Slavoj Zizek

Tres blancos dos negros.
Deberíamos releer el texto de Lacan sobre el tiempo lógico, donde nos ofrece una brillante interpretación del acertijo lógico de los tres prisioneros. Lo que no se conoce tanto es que la forma original de ese acertijo procede del libertinaje francés del siglo xviii, con su mezcla de sexo y fría lógica (que culmina en Sade). En esta versión sexualizada, el director de una cárcel para mujeres ha decidido que le concederá la amnistía a una de tres presas; la ganadora se decidirá mediante un test de inteligencia. Las tres mujeres se colocarán formando un triángulo en torno a una gran mesa redonda; las tres irán desnudas de cintura para abajo y se inclinarán sobre la mesa para permitir una penetración a tergo. Cada una de las mujeres será penetrada por detrás por un negro o un blanco, de manera que sólo podrá ver el color de los hombres que penetran a las otras dos mujeres que tiene delante; todo lo que sabrá es que, para su experimento, el alcaide de la prisión sólo dispone de cinco hombres, tres blancos y dos negros. Teniendo en cuenta estas restricciones, la ganadora será la mujer que primero pueda determinar el color del hombre que se la está follando. Entonces podrá apartarlo y salir de la habitación. Éstos son los tres casos posibles, de creciente complejidad:
 • En el primer caso, hay dos negros y un blanco follándose a las mujeres. Puesto que la mujer follada por un blanco sabe que sólo hay dos negros entre los cinco hombres, inmediatamente puede levantarse y salir de la habitación.
• En el segundo caso, hay un negro y dos blancos follando. Las dos mujeres folladas por blancos pueden ver, por tanto, a un negro y un blanco. La mujer follada por un negro puede ver a dos blancos, pero –al participar tres blancos en la prueba– no puede levantarse de inmediato. La única manera de obtener un ganador en este segundo caso es que una de las dos mujeres folladas por un blanco razone de la siguiente manera: «Puedo ver a un blanco y un negro, de manera que el tipo que me está follando podría ser blanco o negro. Sin embargo, si mi follador fuera negro, la mujer que está delante de mí follada por un blanco vería a dos negros, y de inmediato concluiría que su follador es blanco, por lo que se habría levantado y habría salido de inmediato. Pero no lo ha hecho, por lo tanto mi follador ha de ser blanco.»
• En el tercer caso, cada una de las tres mujeres es follada por un blanco y, por consiguiente, cada una de ellas ve a dos blancos. Por tanto, cada una de ellas puede razonar del mismo modo que el ganador del caso 2, de la siguiente manera: «Puedo ver a dos hombres blancos, por lo que el hombre que me está follando puede ser blanco o negro. Pero si el mío fuera negro, cualquiera de las otras dos mujeres podría razonar (como en el caso del ganador en 2): “Veo a un blanco y a un negro. Por lo que si mi follador es negro, la mujer follada por un blanco vería a dos negros, y de inmediato concluiría que su follador es blanco y se marcharía. Pero no lo ha hecho, por lo que mi follador ha de ser blanco.” Pero puesto que ninguna de las otras dos se ha levantado, mi follador no debe de ser negro, sino también blanco.»
Pero aquí entra en juego el tiempo lógico. Si las tres mujeres poseyeran la misma inteligencia y se levantaran al mismo tiempo, ello las sumiría en una radical incertidumbre acerca de quién se las está follando. ¿Por qué? Ninguna de las tres mujeres podría saber si las otras dos se han levantado de resultas del mismo razonamiento, puesto que estaban siendo folladas por un blanco, o si cada una de ellas ha razonado como la ganadora del segundo caso, porque estaba siendo follada por un negro. La ganadora será la mujer que primero interprete correctamente esta indecisión y llegue a la conclusión que indica que las tres están siendo folladas por blancos. El premio de consolación para las otras dos mujeres será que al menos habrán sido folladas hasta el final, y ese hecho adquiere su significado en el momento en que uno se da cuenta de la sobredeterminación política de esta elección de hombres: entre las damas de clase alta de mediados del siglo xviii en Francia, los negros, como es de suponer, eran socialmente inaceptables como pareja sexual, pero codiciados como amantes secretos por su presunta mayor potencia y sus penes supuestamente extra-grandes. En consecuencia, ser follada por un blanco supone una relación sexual socialmente aceptable pero íntimamente insatisfactoria, mientras que ser follada por un negro es una relación sexual socialmente inadmisible pero mucho más satisfactoria. Sin embargo, esta elección es más compleja de lo que podría parecer, puesto que, en la actividad sexual, siempre está presente la mirada de la fantasía que nos observa. El mensaje del acertijo lógico se vuelve así más ambiguo: las tres mujeres se miran entre sí mientras mantienen relaciones sexuales, y lo que tienen que establecer no es sólo: «¿Quién me está follando, un blanco o un negro?», sino más bien: «¿Qué soy para la mirada del Otro mientras me follan?», como si su mismísima identidad se estableciera a través de esa mirada.

Hay un chiste agradablemente vulgar acerca de Cristo: la noche antes de que lo arresten y lo crucifiquen, sus seguidores comienzan a preocuparse: Cristo todavía es virgen; ¿no sería bonito que tuviera una experiencia un poco agradable antes de morir? Así que le piden a María Magdalena que vaya a la tienda donde Cristo está descansando y lo seduzca; María dice que lo hará encantada y entra, pero cinco minutos después sale chillando, aterrada y furiosa. Los seguidores de Cristo le preguntan qué ha pasado, y ella les contesta: “Me he desvestido poco a poco, he abierto las piernas y le he enseñado el coño a Cristo; él se lo ha quedado mirando y ha dicho: ‘¡Qué herida tan terrible! ¡Deberíamos curarla!’, y suavemente ha colocado encima la palma de la mano”.
Así que hay que andarse con ojo con la gente demasiado empeñada en curar las heridas de los demás: ¿y si uno disfruta de su propia herida? Justo de la misma manera, la curación directa de la herida del colonialismo (regresar con todas las de la ley a la realidad precolonial) sería una pesadilla: si los indios de hoy en día se encontraran en la realidad precolonial, sin duda proferirían el mismo grito aterrado de María Magdalena.

A fin de relajarse tras su ardua labor de predicar y obrar milagros, Jesús decide tomarse un descanso a orillas del mar de Galilea. Durante una partida de golf con uno de los apóstoles, se encuentra con que ha de llevar a cabo un golpe complicado; Jesús lo hace mal y la pelota termina en el agua. Así que recurre a su truco habitual: camina sobre las aguas hasta donde está la pelota, se agacha y la recoge. Cuando Jesús intenta repetir el golpe, el apóstol le dice que es muy difícil: sólo alguien como Tiger Woods puede conseguirlo. Jesús le contesta: “¡Qué demonios, soy el hijo de Dios, puedo hacer cualquier cosa que haga Tiger Woods!”, y repite el golpe. La pelota acaba de nuevo en el agua, de manera que Jesús vuelve a caminar sobre su superficie para recuperarla. En ese momento, pasa por allí un grupo de turistas americanos y uno de ellos, al observar lo que ocurre, se vuelve hacia el apóstol y le dice: “Dios mío, ¿quién es ese tipo? ¿Es que se cree Jesús o qué?” A lo que el apóstol le contesta: “No, el boludo se cree Tiger Woods!”
Así es como funciona la identificación fantasmática: nadie, ni siquiera el propio Dios, es directamente lo que es; todo el mundo necesita un punto de identificación externo y descentrado.

Durante décadas, ha circulado entre los lacanianos un chiste clásico para ejemplificar el papel fundamental del conocimiento del Otro: a un hombre que cree ser un grano de maíz lo llevan a un institución mental donde los médicos hacen todo lo posible para convencerlo de que no es un grano de maíz, sino un hombre; sin embargo, cuando está curado (convencido de que ya no es un grano de maíz, sino un hombre) y le permiten salir del hospital, regresa de inmediato, temblando y muy asustado: delante de la puerta hay una gallina y le da miedo que se lo coma. “Pero mi querido amigo”, dice su médico, “sabe perfectamente que no es un grano de maíz, sino un hombre”. “Claro que lo sé”, contesta el paciente, “¿pero lo sabe la gallina?”
Ese es el auténtico meollo del tratamiento psicoanalítico: no basta con convencer al paciente de la verdad inconsciente de sus síntomas: también hay que conseguir que el propio inconsciente asuma esa verdad. Lo mismo se puede decir de la teoría marxista del fetichismo de la mercancía: podemos imaginar a un burgués asistiendo a un curso de marxismo en el que se explica lo que es el fetichismo de la mercancía. Después del curso, vuelve a visitar a su profesor y se queja de que sigue siendo víctima del fetichismo de la mercancía. El profesor le dice: “Pero ahora conoce la realidad de la situación, sabe que las mercancías no son más que una expresión de las relaciones sociales, que no hay nada mágico en ellas”. A lo cual el alumno contesta: “Pues claro que lo sé, pero las mercancías que manejo no parecen saberlo”. A esto apuntaba Lacan con su afirmación de que la auténtica fórmula del materialismo no es “Dios no existe”, sino “Dios es inconsciente”. (…) Sabe que Dios no existe pero ¿también lo sabe Dios? Es en este preciso sentido en que nuestra época es quizá menos atea que la anterior: todos estamos dispuestos a entregarnos a un completo escepticismo, a una distancia cínica, a explotar a los demás “sin ilusiones”, a violar todas las limitaciones éticas, a las prácticas sexuales extremas, etc, etc protegidos por la silenciosa conciencia de que el gran Otro lo ignora por completo.

Esta referencia inherente al Otro, según la cual “no existe don Giovanni sin Leporello” (evidentemente don Giovanni considera la inscripción de sus conquistas en el registro de Leporello como algo más importante que el propio placer que éstas le proporcionan.


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