sábado, 3 de junio de 2017

La inmortalidad – Milan Kundera

Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad. 

El peligro del odio consiste en que nos ata al adversario en un estrecho abrazo.

Yo fui derrotada. Tú te rendiste.

Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, qué es lo que nos hace simpáticos, qué es lo que nos hace ridículos; nuestra propia imagen es para nosotros nuestro mayor misterio.

Es una ilusión ingenua creer que nuestra imagen no es más que una apariencia tras la cual está escondido nuestro yo como la única esencia verdadera, independientemente de los ojos del mundo. Los imagólogos han descubierto con cínico radicalismo que es precisamente todo lo contrario: nuestro yo es una mera apariencia, inaprehensible, nebulosa, mientras que la única realidad, demasiado aprehensible y descriptible, es nuestra imagen a los ojos de los demás. Y lo peor es que no eres su dueño. Primero intentas dibujarla tú mismo, después quieres al menos influir en ella y controlarla, pero en vano: basta con una frase malintencionada y te conviertes para siempre en una caricatura tristemente simple.

Pero lo que Bettina denomina “wahre Liebe” (amor verdadero), no es un amor-relación, sino un amor-sentimiento; un fuego encendido por una mano celestial en el alma del hombre, una antorcha bajo cuya luz el que ama “busca al amado en cada encarnación”. Un amor semejante (amor-sentimiento) no sabe lo que es la infidelidad, porque, aunque cambie el objeto del amor, el amor en sí sigue siendo siempre la misma llama encendida por la misma mano celestial.
(…) el motivo y el sentido de su amor no era Goethe, sino el amor.

El homo sentimentalis no puede ser definido como un hombre que siente (porque todos sentimos), sino como un hombre que ha hecho un valor del sentimiento. A partir del momento en que el sentimiento se considera un valor, todo el mundo quiere sentir; y como a todos nos gusta jactarnos de nuestros valores, tenemos tendencia a mostrar nuestros valores […]. Es parte de la definición de sentimiento el que nazca en nosotros sin la intervención de nuestra voluntad, frecuentemente contra nuestra voluntad. En cuanto queremos sentir (decidimos sentir, tal como Don Quijote decidió amar a Dulcinea) el sentimiento ya no es sentimiento, sino una imitación del sentimiento, su exhibición. A lo cual suele denominarse histeria. Por eso, el homo sentimentalis (es decir, el hombre que ha hecho del sentimiento un valor) es en realidad lo mismo que el homo hystericus.

Pienso luego existo, es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general y se refiere a todo lo vivo. Mi yo no se diferencia esencialmente del de ustedes por lo que piensa. Gente hay muchas, ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos. Pero cuando alguien me pisa el pie, el dolor sólo lo siento yo. La base del yo no es el pensamiento, sino el sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos. En el sufrimiento, ni siquiera un gato puede dudar de su insufrible yo. En un sufrimiento fuerte, el mundo desaparece y cada uno de nosotros está a solas consigo mismo. El sufrimiento es la universalidad del egocentrismo. (…) No soy digno de mi sufrimiento, una gran frase. De ella se deriva que el sufrimiento que el sufrimiento no sólo es la base del yo, su única prueba ontológica indudable, sino que es también de todos los sentimientos el que merece mayor respeto: el valor de todos los valores.

El gesto de ansia de inmortalidad sólo conoce dos sitios en el espacio: yo aquí y el horizonte allá a lo lejos; sólo dos conceptos: el absoluto que es el yo y el absoluto del mundo. Ese gesto nada tiene que ver con el amor, porque el otro hombre, el prójimo, quienquiera que se encuentre entre esos dos polos extremos (yo y el mundo), queda de antemano eliminado del juego, apartado, inadvertido. (…) En el origen de su lucha hay un amor excitado e insatisfecho por su yo, al que desea dar rasgos expresivos para enviarlo luego (mediante el gesto de ansia de inmortalidad que hemos descrito) al gran escenario de la historia, en el que están fijos miles de ojos; y nosotros sabemos, como lo demuestra el ejemplo de Míshkin y Nastasia Filíppovna, que bajo el efecto de miradas intensas el alma crece, se hincha, es cada vez mayor, y finalmente se eleva hacia el cielo como una magnífica aeronave iluminada. Lo que hace que la gente levante el puño, lo que le pone fusiles en la mano, lo que la impulsa a la lucha común por causas justas e injustas, no es la razón, sino el alma hipertrofiada. Ella es la gasolina sin la cual el motor de la historia no giraría y sin la cual Europa estaría tumbada en la hierba viendo pasar perezosamente las nubes en el cielo.

“Depuis huit jours, j'avais déchiré mes bottines aux cailloux des chemins ...”, escribe Rimbaud. Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en coche, sino porque no es más que una línea que une un punto a otro. La carretera, no tiene su sentido en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo. Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana: el hombre perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera: como una línea que va de un punto a otro punto, del grado de capitán al grado de general, de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. El camino y la carretera son también dos concepciones diferentes de la belleza. Cuando Paul dice que en tal o cual lugar hay un paisaje hermoso, eso significa: si paras el coche verás un hermoso castillo del siglo xv y junto a él un parque; o: hay allí un lago y, por su brillante superficie, que se extiende a lo lejos, navegan los cisnes. En el mundo de las carreteras un paisaje hermoso significa: una isla de belleza unida por una larga línea a otras islas de belleza. En el mundo de los caminos la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante; a cada paso nos dice: “¡Detente!”.

Es más fuerte porque convirtió su debilidad en arma y en superioridad moral: es víctima de una injusticia, la ha abandonado su amante, sufre, intenta suicidarse

La base del pudor no es un error nuestro, sino el oprobio, la humillación que sentimos por tener que ser lo que somos sin haberlo elegido y la insoportable sensación de que esa humillación se ve desde todas partes. (…) Cuando su padre se estaba muriendo, ella estaba sentada al borde de su cama. Antes de entrar en la última fase de la agonía, le dijo: «Ya no me mires», y ésas fueron las últimas palabras que oyó de su boca, su último mensaje. Le obedeció; inclinó la cabeza hacia el suelo, cerró los ojos, pero le cogió la mano y no se la soltó; dejó que lentamente y sin ser visto se fuese al mundo en el que ya no hay rostros.

Una persona que se encuentra fuera del mundo no es sensible al dolor del mundo.

¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo? ¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus alegrías? Si sabe que no es parte de ellos. El amor o el convento, pensaba Agnes. El amor o el convento: dos modos en que el hombre puede rechazar la computadora divina, dos modos de escapar de ella.

Biografía: cadena de acontecimientos que consideramos importantes para nuestra vida. Pero ¿qué es importante y qué no lo es? En vista de que no lo sabemos (y de que ni siquiera se nos ocurre plantearnos una pregunta tan estúpidamente sencilla) aceptamos como importante lo que consideran importante los demás, por ejemplo el empresario que nos obliga a rellenar unos formularios: fecha de nacimiento, profesión de los padres, estudios, cambios de empleo y lugar de residencia (en mi antigua patria añadían: pertenencia al partido comunista), bodas, divorcios, nacimiento de los hijos, enfermedades graves, éxitos, fracasos. Es terrible pero es así: hemos aprendido a ver nuestra propia vida según la visión que de ella nos dan los formularios burocráticos o policiales.


De muy joven, era pudoroso y trataba de estar a oscuras al hacer el amor. Pero en la oscuridad tenía los ojos abiertos de par en par para ver al menos algo, gracias al débil rayo que se filtraba por la persiana. Después no sólo se acostumbró a la luz, sino que la requería. Cuando comprobaba que su acompañante tenía los ojos cerrados, la obligaba a abrirlos. Y un día comprobó con sorpresa que hacía el amor con la luz encendida pero que cerraba los ojos. Hacía el amor y recordaba. Oscuridad con los ojos abiertos. Luz con los ojos abiertos. Luz con los ojos cerrados. El cuadrante de la vida.

Bartleby y compañía – Enrique Vila-Matas

Mi epigrama favorito de Dufoo (hijo): “en su trágica desesperación arranca, brutalmente, los pelos de su peluca”.

“La dignidad de la inteligencia reside en reconocer que está limitada y que el universo se encuentra fuera de ella” Pessoa La educación del estoico

El caso de Hofmannsthal es uno de los más singulares y polémicos del arte de la negativa, por su fulgurante ascenso de niño prodigio de las letras, por la crisis de escritura que posteriormente le sobreviene (y que refleja en su Carta de Lord Chandos, pieza emblemática del arte de la negativa) y por su sucesiva y prudente corrección de rumbo.

Hablar – parecen indicarnos tanto Wakefield como Bartleby- es pactar con el sinsentido del existir.

Siempre fue una vieja aspiración de Oscar Wilde, expresada en El crítico como artista, “no hacer absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual” (…) El hombre que había dicho que “el trabajo es la maldición de las clases bebedoras” huyo de la literatura como de la peste y se dedicó a pasear, beber y en muchas ocasiones, a la contemplación dura y pura. (…) A su muerte, un periódico parisino recordó muy oportunamente unas palabras de Wilde “Cuando no conocía la vida, escribía; ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir”.

Los talentos de primer orden –escribe Schopenhauer- jamás serán especialistas.

¿Te da miedo el silencio?

Ahora creo observarlo con perfecta visibilidad: dadas las feroces reacciones que no callar provoca en algunos enclaves controlados por ágrafos, ¿cómo no va a estar profundamente arraigada en mí “la pulsión negativa, la atracción por no hacer nada”?  Lo está, pero no cedí nunca a esa atracción, precisamente por el miedo que me produce el silencio.