domingo, 30 de mayo de 2010

En defensa de los ociosos - Robert Louis Stevenson

En estos tiempos en los que (...) todos están forzados a entrar en alguna profesión lucrativa y trabajar en ella con un mínimo de entusiasmo, las quejas de la parte opuesta, la que se contenta con tener lo suficiente y que entretanto, gusta de mirar y disfrutar, tienen un ligero gusto a bravuconada y gasconada. Y sin embargo, no debería ser así. La llamada ociosidad, que no consiste en no hacer nada sino en hacer muchas cosas no reconocidas en los dogmáticos formularios de las clases dirigentes, tiene tanto derecho a mantener su lugar como la laboriosidad misma

Los libros son, a su manera, beneficiosos, pero no dejan de ser un pálido sustituto de la vida.

Es verdad que sobre las cumbres de la laboriosa ciencia formal se encuentra un conocimiento árido y frío; pero es tan sólo mirando alrededor de vosotros como aprehenderéis los cálidos y palpitantes hechos de la vida. Mientras otros llenan su memoria con un montón de palabras, la mitad de las cuales habrán olvidado antes de que acabe la semana, vuestro novillero puede aprender algún arte realmente útil.

El ocioso posee una cualidad más importante (...) su sabiduría. Él, que tanta atención ha prestado a la infantil satisfacción de otra gente con aficiones, verá las propias cuanto menos con irónica indulgencia. No se le encontrará entre los dogmáticos. Demostrará una tolerancia enorme y sosegada ante toda persona y opinión. Si no encuentra verdades fuera de toda duda, tampoco se identificará con falsedades evidentes.

Estar extremadamente ocupado, ya sea en la escuela o en la universidad, ya en la iglesia o el mercado, es un síntoma de deficiencia de vitalidad; una facilidad para mantenerse ocioso implica un variado apetito y un fuerte sentido de la identidad personal.

Existe una suerte de muertos en vida, de gentes grises (...) que no paran de pensar todo el tiempo en sus propios asuntos. Como si el alma de un hombre no fuera ya suficientemente pequeña, empequeñecen y estrechan las suyas todavía más con una vida de trabajo y sin diversión.

Sé que hay gente en el mundo incapaz de sentirse agradecida si el favor que se les hace no es a costa de dolor y dificultades. Pero esa es una actitud mezquina.

No hay deber que infravaloremos más que el deber de ser felices. Siendo felices, vamos sembrando por el mundo anónimos beneficios, que nos son desconocidos incluso a nosotros mismos y que, cuando eclosionan, a nadie sorprenden más que al benefactor.

Cuando la naturaleza es "tan descuidada con la vida individual", ¿por qué nos engañamos pensando que la nuestra será de excepcional importancia?. Nota: In Memoriam A.H.H. de Lord Alfred Tennyson: "¿Es tal la disputa entre Dios y la Naturaleza, / como para que ésta haya llegado a producir sueños tan horribles? / Tan cuidadosa que parece con la especie, / Tan descuidada con la vida individual"

Las metas por las que han entregado su impagable juventud, como todos ellos saben, pueden ser quiméricas o dañinas; la gloria y la riqueza que esperan pueden no llegar jamás o encontrarlos indiferentes; y ellos y el mundo en que habitan son tan insignificantes que la mente se hiela al pensarlo.