En esto de dar contento a otros, he tenido extremo,
aunque a mí me hiciese pesar
Y así jamás aconsejaría si fuera persona que hubiera de
dar parecer que, cuando una buena inspiración acomete muchas veces, se deje,
por miedo, de poner por obra; que si va desnudamente por solo Dios, no hay que
temer sucederá mal, que poderoso es para todo.
La ignorancia no quita la culpa
Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme
cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un
sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que
estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él.
Entendamos bien bien, como
ello es, que nos los da Dios sin ningún merecimiento nuestro, y agradezcámoslo
a Su Majestad; porque si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar. Y
es cosa muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer somos
pobres, más aprovechamiento nos viene y aún más verdadera humildad.
Es cosa muy clara que
amamos más a una persona cuando mucho se nos acuerda las buenas obras que nos
hace.
Y con ayuda de Dios hemos
de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado
de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de
sí gran olor para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a
deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.
Como este edificio todo va
fundado en humildad, mientras más llegaos a Dios, más adelante ha de ir esta
virtud y si no, va todo perdido
Que siempre, mientras
vivimos, aun por humildad, es bien conocer nuestra miserable naturaleza
Procuremos siempre mirar
las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros y tapar sus defectos con
nuestros grandes pecados... tener a todos por mejores que nosotros
Miren también este aviso los que discurren mucho con el
entendimiento, sacando muchas cosas de una cosa y muchos conceptos; que de los
que no pueden obrar con él, como yo hacía, no hay que avisar, sino que tengan
paciencia, hasta que el Señor les dé en qué se ocupen y luz, pues ellos pueden
tan poco por sí, que antes los embaraza su entendimiento que los ayuda.
Pues tornando a los que discurren, digo que no se les
vaya todo el tiempo en esto; porque, aunque es muy meritorio, no les parece como
es oración sabrosa que ha de haber día de domingo, ni rato que no sea trabajar.
Pues tornando a lo que decía de pensar a Cristo a la
columna, es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo y por qué
las tuvo y quién es el que las tuvo y el amor con que las pasó. Más que no se
canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con El, acallado el
entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y
hable y pida y se humille y regale con El, y acuerde que no merecía estar allí.
Cuando pudiere hacer esto, aunque sea al principio de comenzar oración, hallará
grande provecho, y hace muchos provechos esta manera de oración; al menos
hallóle mi alma.
Torno a suplicar a vuestra merced que estas cosas que he
escrito de oración, si las tratare con personas espirituales, lo sean. Porque
si no saben más de un camino o se han quedado en el medio, no podrán así
atinar. Y hay algunas que desde luego las lleva Dios por muy subido camino, y
paréceles que así podrán los otros aprovechar allí y quietar el entendimiento y
no se aprovechar de medios de cosas corpóreas, y quedarse han secos como un
palo. Y algunos que hayan tenido un poco de quietud, luego piensan que como
tienen lo uno pueden hacer lo otro; y en lugar de aprovechar, desaprovecharán,
como he dicho. Así que en todo es menester experiencia y discreción. El Señor
nos la dé por su bondad.
Es exactamente la
misma idea que encontramos en el popular verso teresiano y
que resume la tristeza esencial del místico que se ve obligado a vivir
toda la vida apartado de lo que más ama, esto es, de Dios: “Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero que muero porque no muero”
Transverberación:
Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión:
veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no
suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es
sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso
el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro
tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se
abrasan.
Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me
los dicen; más bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a
otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo
de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me
parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al
sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor
grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y
tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear
que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal
sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es
un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su
bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento
Y como este contento de contentarla excede a mí mismo
contento, quitase la pena de la falta que me hace la joya, o lo que amo, y de
perder el contento que daba.
Desde a un poco, fue tan arrebato mi espíritu, que casi
me pareció estaba del todo fuera del cuerpo; al menos no se entiende que se
vive en él.