domingo, 27 de noviembre de 2016

Me casé con un comunista – Philip Roth

Uno percibía, en el sentido sexual, la autoridad de un profesor de escuela de enseñanza media como Murray Ringold, una autoridad masculina en absoluto corregida por la piedad, mientras que, en el sentido religioso, percibía la vocación de un profesor como Murray Ringold, que no se diluía en la amorfa aspiración norteamericana a tener un gran éxito, un hombre que, al contrario que las profesoras, podría haber elegido cualquier otra profesión, pero prefirió dedicarnos su vida. No deseaba más que tratar con jóvenes en los que pudiera influir, y lo que más le satisfacía era la respuesta que obtenía de ellos.
Tal vez, a pesar de la ideología, la política y la historia, una catástrofe auténtica siempre es, en el fondo, un desengaño personal, el paso de lo sublime a lo ridículo. No hay ocasión de llevar la contraria a la vida porque ha fracasado en el intento de trivializar a la gente. No, tienes que quitarte el sombrero ante las técnicas de que la vida dispone para despojar a un hombre de su importancia y vaciarlo por completo de su orgullo.

La era de la Razón (Paine): “No creo en la fe que profesa la iglesia judía, la iglesia católica, la iglesia griega, la iglesia turca, la iglesia protestante, ni cualquiera de las iglesias que conozco. Mi mente es mi propia iglesia”. Leer el libro acerca de él había hecho que me sintiera audaz, airado, y por encima de todo, libre para luchar por aquello en lo que creía.

Pero le dije que uno no ha de ir por ahí buscando esa clase de pelea, que no es una cuestión importante. ¿Qué logras? ¿Qué estás ganando? Le dije que uno no provoca una pelea sabiendo que no la puede ganar, que ni siquiera merece la pena ganarla. Le dije lo mismo que intentaba decirle a mi hermano sobre el problema del discurso apasionado. A pesar de que no le sirvió de nada, intenté decírselo desde que era un niño pequeño. Lo importante no es estar enojado, sino estarlo por las cosas adecuadas. Le dije que lo considerase desde la perspectiva darwinista. El objetivo del enojo es hacerte eficaz. Ésa es su función de supervivencia, por eso nos enojamos. Pero si te hace ineficaz, déjalo caer como una patata caliente.

Pensé que la insatisfacción humana había encontrado en Murray Ringold a su digno rival. Había sobrevivido a la insatisfacción. Eso es lo que queda cuando todo ha pasado, la tristeza disciplinada del estoicismo. Esto es el enfriamiento. Durante tanto tiempo es tal el calor, todo en la vida es tan intenso… y entonces, gradualmente, el calor se reduce, llega el enfriamiento y luego las cenizas. El hombre que me enseñó a boxear con un libro ha vuelto para demostrarme cómo puedes boxear con la vejez. Y es ésa una habilidad asombrosa y noble, pues nada te enseña menos sobre la vejez que haber llevado una vida vigorosa.
Todo el mundo está insatisfecho, pero en general no se rompe, y, sobre todo, no rompen las personas que, a su vez, han sido abandonadas, como tú y tu hermano. Cuando pasas por lo que vosotros habéis pasado, valoras muchísimo la estabilidad, probablemente la valoras en exceso. Lo más difícil del mundo es cortar el nudo de tu vida y marcharte. La gente se amolda a todas las adaptaciones que haga falta, incluso a la conducta más patológica. ¿Por qué, en el aspecto sentimental, un hombre como él se relaciona con una mujer como ella, y viceversa? El motivo habitual es que los defectos se amoldan entre ellos.

La política es la gran generalizadora, y la literatura la gran particularizadora, y no sólo están en relación inversa entre ellas, sino en relación antagónica. Para la política, la literatura es decadente, blanda, irrelevante, aburrida, terca, insípida, algo que no tiene sentido y que realmente no debería existir. ¿Por qué? Debido al impulso particularizador en que consiste la literatura… En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Aun cuando decidieras escribir de la manera más sencilla…, la tarea sigue siendo la de aportar el matiz, elucidar la complicación, denotar la contradicción… Permitir el caos, dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar, de lo contrario, produces propaganda… La literatura inquieta a la organización. No porque esté flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil. Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de la particularidad estriba en no amoldarse… La particularización del sufrimiento: he aquí la literatura.

El heroísmo es una excepción humana. Una persona que lleva una vida normal, que está formada por veinte mil pequeños compromisos cotidianos, no está preparada para no comprometerse en absoluto de repente, y no digamos para resistir la tortura.  Algunas personas requieren seis meses de tortura para debilitarse, y algunas empiezan con una ventaja, la de que ya son débiles. Son personas que sólo saben ceder. A una persona así basta con decirle: «Hazlo», y te obedece. Sucede con tal rapidez que ni siquiera se enteran de que es una traición. Como hacen lo que les piden que hagan, les parece correcto. Y cuando comprenden la verdad es demasiado tarde, han traicionado.

"Y así el carrusel del tiempo trae sus venganzas…" ¿Reconoces esta frase? Es del último acto de Noche de Reyes. Feste, el payaso, se la dice a Malviolo, poco antes de que Feste cante esa hermosa canción, antes de que cante: "Hace mucho que el mundo comenzó,/ con, ¡hola!, el viento y la lluvia", y la obra termina. No podía quitarme ese verso de la cabeza. "And thus the whirlgig of time brings in his revenges". Esas "ges" criptográmicas, la sutileza con que pierden intensidad…esas "ges" duras de whirlgig seguidas por la "ge" nasalizada de brings y la "ge" suave de revenges. Las "eses" finales…thus brings his revenges. La sorpresa siseante del sustitutivo plural revenges.

Estaba derrotado. Me había pasado la vida entera aprendiendo a ser razonable ante lo irrazonable, aprendiendo lo que me gustaba denominar desapasionamiento vigilante, aprendiendo, enseñando a mis alumnos y a mi hija y tratando de enseñar a mi hermano. Y había fracasado. Era imposible cambiar a Ira. Ser razonable ante lo irrazonable era imposible. Esto ya lo había experimentado en 1929. Estábamos en 1952, yo tenía cuarenta y cinco años y era como si el tiempo transcurrido no hubiese servido de nada.

Me había embaucado a mí mismo, por si te preguntabas quién lo había hecho. Por mí mismo con todos mis principios. No puedo traicionar a mi hermano. No puedo traicionarme como profesor. No puedo traicionar a los desfavorecidos de Newark. «Yo no, no me voy de aquí. No huyo. Mis colegas pueden hacer lo que les parezca, yo no voy a abandonar a esos chicos negros.» Y así, a quien traiciono es a mi mujer. Cargo en otra persona la responsabilidad de mis elecciones. Doris paga el precio de mi virtud cívica, es la víctima de mi negativa a... mira, este asunto no tiene ninguna salida. Cuando te liberas, como intenté hacerlo yo, de todos los engaños evidentes, la religión, la ideología, el comunismo, te sigue quedando el mito de tu propia bondad. Ése es el engaño final, al que sacrifiqué a Doris.



domingo, 23 de octubre de 2016

José Ortega y Gasset – Jordi Gracia


La primera de las leyendas que desactiva esta biografía, sin embargo, es la de su mocedad (porque no la hubo); la segunda de las leyendas es la de su marginalidad política (porque peleó y perdió las dos e incluso las tres veces en que actuó como político); la tercera leyenda es la de la impotencia filosófica (porque fue filósofo, pero lo fue primero contra todos y contra sí mismo después); la cuarta leyenda es nada más que una falsedad: no fue nunca franquista (pese a colaborar olímpicamente en el «servicio nacional» de propaganda en 1938); la quinta leyenda es la más difícil de rebatir hoy día, pero creo que el progresivo conservadurismo ideológico no le hizo aliado ni socio ni cómplice de los fascismos, aunque el falangismo español explotase a mansalva buena parte de su pensamiento aristocratizante, neonobiliario, de casta.

Ninguno de ellos rebajó la seducción vibrante de la prosa de ideas de un autor al que Saul Bellow definió como un ilustrado que «looked forward to the triumph of reason over irrationality».          

Compartieron uno y otro, Pérez de Ayala y Ortega, «la misma niñez triste y sedienta»; les faltaron las tres razones que permiten a un alma «el lujo de reír» (ciencia verdadera, moral solvente y experiencia estética). Y sobró bandería, maquiavelismo, codicia y soberbia porque, con el fin de aumentar la gloria de Dios, a los niños «se les utiliza inutilizándolos» (I, 112-114).

… se va a Alemania como norte filosófico del presente. Se va a empezar el aprendizaje de fondo, a «tener ideas formadas robustamente, adquiridas con solidez» y a hacerse capaz de contestar con solvencia a la pregunta última: pero, “bueno, y yo por qué pienso esto y no lo contrario”.

Ortega aborrece cada vez más firmemente las originalidades insulsas de tantos para llenar periódicos como burócratas y aumentar el descrédito de esa literatura jornalera que jura no practicar jamás por ser facilona e irresponsable, “hasta los pelos harto de ese escepticismo de segunda mano que por ahí pulula”. Se ha conjurado “para no escribir sino cosas antiescépticas casi religiosas, aun cuando pensara escépticamente, solo porque de ese modo es más difícil escribir bien, según hoy se entiende esto”

Lo dice pensando en Unamuno, que le saca de quicio por su incontinencia y parecer creer que se “funda una religió así, en dos paletas sin más ni más, haciendo media docena de cabriolas y pegando cuatro gritos”.

“Los mozos, sin confersárnoslo y desde el fondo de nuestra ideolocaxtia, estamos locos buscando educadores.”

No es una soledad retórica. España tiene en 1906 solo dos cabezas, que son Unamuno –veinte años mayor que él- y él “acaso tres con Maeztu” que les saca otros diez.

Una nueva retahíla de lecturas puede disolver el poso denso de tristeza y hacerle asumir sin amargura la ausencia de sentido de la vida: «se debe hacer por  vivir sin esperanzas y sin embargo hallar la vida agradable: tenemos ilusiones y las perdemos, y entonces decimos que es mala la vida”. Incluso más. Si la “vida es amaneramiento, ¿por qué en lugar de amanerarnos en un sentido pesimista no procuramos amanerarnos en un sentido más respirable?” Es la historia de todos los hombres y “nadie nos ha engañado”, salvo nosotros mismos: “hay que vivir dispuesto a no ensombrecerse porque si todo da y vale lo mismo, si todo carece de importancia, tampoco es cosa de atender la amargura”.

Repitió a menudo una frase que toma de Beethoven: por el dolor a la alegría. “¿Quién diantre nos dio permiso para hacernos ilusiones? Lo malo, pues, son las ilusiones y no la vida, porque esta es lo real y lo real no puede de ninguna manera ser imperfecto”. La impaciencia de Ortega hacia la debilidad, hacia la falta de lucidez o hacia la autocompasión arranca tan temprano como en estos 22 años, y por eso combatirá sin cesar la “ridícula propensión” con que queremos reducir la vida inabarcable y fértil a “nosotros, como si solo nosotros fuéramos la vida y porque tenemos un dolor decimos que la vida es mala o necia o buena o torpe”.

Los gréculos «hemos renunciado a vivir, no somos carne ni pescado, somos solo espectadores y nos hemos hecho el estómago o nos lo vamos haciendo como Mitríades a todos los venenos: uno de estos venenos es, sin duda, la verdad”; por eso nunca nada ofende a Ortega, dice él teatreramente alarmado “ninguna, ninguna injuria me llega a la dermis”. La irritabilidad ante la ofensa está neutralizada por la vocación de filósofo y espectador distante y comprensivo. “¿Es esto de hombre? Esto es de filósofo, de antihombre, de gréculo”.

Ortega ha empezado a encontrar entre 1906 y 1907 la vía filosófica para escapar tanto al positivismo como al narcótico nietzscheano de la fuerza individual a través de un principio nuevo: ha superado la subjetividad yoísta como mecanismo de comprensión del mundo y ha aprendido que “la Realidad no existe, el Hombre la produce”. El yo es un obstáculo para el saber verdadero. Se ha sumado con sus profesores de Marburgo al rescate de la filosofía para sacarla de la rasa consideración empírica y positivista de las cosas y ha aprendido en Kant, leyendo minuciosamente las Críticas, que el pensamiento es una operación artificial y que no es fiable ni la subjetividad espontánea ni la percepción de los sentidos: ahí no reside la fuente de certidumbres.

…No equivale a resultados prácticos, sino a fe en el método, “el método de la honradez espiritual, la veracidad virtud masculina frente a la femenina sinceridad”. Por tanto “vendidas nos son las buenas intenciones, pero preferimos los buenos métodos”.

“Hay que salvarse en las cosas” (…) Unamuno ha enseñado mucho a Ortega, aunque sean irreconciliables. Y me parece incluso que la esa veta vitalista de ese primer Ortega, esa intuición fundamental que nace ahora en torno a la potencia de la vida real y lo material y seguro –las cosas- como escuela de pensamiento está en deuda con Unamuno. (…) pero la intuición ha llegado por vía de Spinoza. Cada cosa “aspira a perseverar en su ser” o mejor “cada cosa viva aspira a ser todas las demás”.

Ortega se desgrana a sí mismo en la monomanía barojiana sobre todo a través de dos ideas ya sin vuelta atrás: una teoría de la felicidad que es a la vez una teoría de la personalidad. El yo se hace y se fabrica, se construye y elabora porque “el volumen de nuestra personalidad nos ofrece en cada instante solo una mínima porción de sí mismo. El yo, el “mí mismo”, íntegro, plenario tenemos que reconstruirlo para conocerlo”. Para escapar de la determinación de lo que somos, hemos de “organizarla constantemente como un ejército en perpetua dispersión”. Y para eso no basta la arisca sinceridad o la reacción intempestiva del momento, ni la espontaneidad anárquica, asistemática y azarosa (barojiana), porque eso es solo “abandono, el dejarse ir, el reducir la vida a una serie de actos reflejos, de reacciones inarticuladas”. El sentimiento de plenitud o felicidad consiste en lo contrario de la espera pasiva, porque las cosas no nos hacen felices al poseerlas o disfrutarlas, sino “como motivos de nuestra actividad, como materia sobre la cual esta se dispare” y logre “absorber nuestra actividad”.

La pleonexia descubierta en Platón como henchimiento de lo real incumbe a todo y en todo ha de hallar el sujeto un sentido latente para salvarse salvándolo, para hacerse en plenitud a sí mismo y la realidad: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

Todos somos ese héroe que queremos ser y no seremos nunca; “ser héroe consiste en ser uno, uno mismo”, negarse a “repetir los gestos que la costumbre, la tradición y en resumen los instintos biológicos les fuerzan a hacer”. Sabemos que hay más, que hay otros “hombres decididos a no contentarse con la realidad y por eso aspiran – quijotescamente- a defender su libertad” y rechazan “las cosas como son”. Llevamos “dentro como el muñón de un héroe”, ya reseco y corrompido, y ese mismo testigo interior y frustrado, quizá incluso rencoroso, incapacita para admirar al héroe verdadero y suscita entonces una forma del resentimiento que es innato a la imputación de los mediocres y su “heroísmo atrofiado”.

Unamuno encarna en España un caso concreto de “ese proceso destructor de los mejores” y que es por tanto un ejemplo óptimo de la distancia de “esta España oficial y la España vital”. Otto Seeck cree que la destrucción del imperio romano no la causaron tanto las invasiones bárbaras como la progresiva debilidad social y colectiva derivada del “aniquilamiento de los jóvenes entusiastas”. Se operó una selección a la inversa que solo “dejó vivir a los cobardes, los temperamentos de compromiso y de su simiente crecieron las nuevas generaciones.

Nov 1916 Ortega comprime y resume como en muy pocos lugares los elementos centrales de su pensamiento: su pedagogía del entusiasmo vitalista, del embridaje y resistencia al utilitarismo, contra la noción darwinista del a vida humana y en favor de Nietzsche, que prefirió “una moral dinámica y creadora a una moral de esclavitud, de inercia” y prefirió “a la humildad la nobleza, a la renuncia la energía, a la discreción el entusiasmo”. Es la vida ascendente que Ortega predica con léxico nietzscheano desde siempre y con Nietzsche siempre al fondo: “arder como antorchas”, será ya lema habitual de sus charlas.

Empieza ahora a leer la nueva sociedad de masas como la trinchera defensiva de los peores contra los mejores o como paredón de fusilamiento (simbólico primero y físico después) de los mejores.  Nietzsche adoptó una palabra francesa que también retoma Ortega, y quizá por la misma carencia en alemán del sentido exacto que busca Nietzsche: el ressentiment, la negación de las cualidades del superior por parte del que se siente humillantemente inferior. El morbo, la patología de la democracia, consiste en reclamar no solo la igualdad ante la ley, sino también la igualdad en todo lo demás, sensibilidad, inteligencia, cultura, etc. y en ello cosiste “la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una “capitus disminutio”, y en su lugar triunfa lo inferior”.

A Victoria Ocampo, decía ella, solo logran atraparla aquellos libros que pueden “m’éclairer sur moi-même” y Ortega confirma que es “la única manera de leer que existe, y el resto es… erudición”.    

Las culpas recaen ya una y otra vez sobre la indigencia moral de la muchedumbre y la “ausencia de los mejores” se combina con el “imperio de las masas” que no es sin embargo un fenómeno de clase o de pobres y parias.

Frase de Aristóteles en la Ética “seamos con nuestras vidas como arqueros que tienen un arco”

“la vida es sed, es ansia, afán, deseo”.

“El hombre muy inteligente suele ser al propio tiempo, muy fino receptor, exquisitamente sensible y sin embargo, de intimidad sumamente seca. Es muy difícil ser a la vez, sensible y sentimental”.

En el amor a Ortega le parece que Stendhal apenas acierta en nada, quizá porque no pensó en ello bastante como para advertir cosas tan evidentes como la incapacidad de la mayoría, vulgar y adocenada, para experimentar ese sentimiento como de veras es su esencia más alta.
“la fe religiosa es opuesta a la filosofía”. “El que no duda” es el homo religiosus, y si la filosofía no se emparenta con la religión, menos todavía con la literatura, porque “no nos pesa, es remediable, es revocable”, mientras la poesía, “frente a la filosofía” es irresponsabilidad. Si algo es la filosofía es “la certidumbre racional” que faculta para escapar a la “prisión de la subjetividad” y alejarnos de la “pueril satisfacción” de creer que hay alguna solución”.

La conciencia “no es una realidad primaria e incuestionable”, sino “una interpretación de la realidad, una nueva teoría, por tanto –¡y ahora viene lo gordo!- una hipótesis y nada más”. La insolencia, como la llama él, es mayúscula, por descontado, porque para Husserl y para la fenomenología la conciencia es “la realidad misma y absoluta”.

… buena parte de la discrepancia de Ortega nace de la sospecha sobre el peso que la teología y la formación eclesiástica ha tenido en su pensamiento. Descartes fue débil al partir sin más “de la venerable y fosilizada ontología escolástica” e incurrió en un “deficiente radicalismo”. Heidegger ha hecho lo mismo, y parte “de cosa tan corrupta y agusanada como es la ontología escolástica” y en particular de Santo Tomás.  

“la conciencia de naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación”. Ortega no ha alterado sus convicciones ya no agnósticas, el que no sabe, sino directamente ateas, el que sí sabe y se sabe sin dios. La condición de lo trágico es abolir la expectativa de una resolución abstracta o práctica de la existencia porque es hecho sin sentido, sin finalidad, náufrago, sin garantía de éxito ni de compensación, sin otra razón de ser que su propia existencia.


La heroica condición humana del pensador reside en seguir rechazando la mentira, la cataplasma, el embrujo o el misterio y conquistar “la última ilusión: la ilusión de vivir sin ilusiones, de sentir delicia al contemplar las cosas en su desnuda realidad, de ajustar nuestras ideas a esta, a sus entrantes y salientes, y como buenos navegantes, “ceñirnos al viento””. 

Pastoral americana – Philip Roth

Algo se había apoderado de él, ordenándole que se detuviera. Algo le había convertido en un lugar común humano. Algo le había advertido: no debes ir a contrapelo de nada.

Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos.

El interrogatorio constante a que se somete el adulto consciente nunca fue algo que estorbara a mi hermano. Obtuvo el significado de su vida de alguna otra manera. No quiero decir que fuese un hombre sencillo. Algunos le consideraban así, debido a la amabilidad que derrochó durante toda su vida. Pero Seymour no fue nunca un hombre tan sencillo. Sin embargo, tardó algún tiempo en hacer examen de conciencia, y si hay algo peor que hacer examen de conciencia demasiado pronto es hacerlo demasiado tarde. Aquella bomba hizo saltar su vida en pedazos. La verdadera víctima de la bomba fue él.

¿Cómo podía él, con su bondad minuciosamente calibrada, haber sabido que los riesgos de ser obediente eran tan altos? Uno se decanta por la obediencia para reducir los riesgos. Una mujer guapa, una casa hermosa, dirige sus negocios como si practicara hechicería. Maneja correctamente la fortuna de su padre. Vivía a fondo esta versión del paraíso. Así es como vive la gente de éxito. Son buenos ciudadanos, se sienten afortunados y agradecidos, Dios les sonríe. Hay problemas, pero ellos se adaptan. Y entonces todo cambia y se vuelve imposible. Ya nada sonríe a nadie. ¿Y entonces quién puede adaptarse? He aquí una persona que no está hecha para un funcionamiento deficiente de la vida, y no digamos para lo imposible. ¿Pero quién está hecho para lo imposible que va a suceder? ¿Quién está hecho para la tragedia y lo incomprensible del sufrimiento? Nadie. La tragedia del hombre que no está hecho para la tragedia..., ésa es la tragedia de cada hombre.

¿Sabes lo que te pasa? Que siempre tratas de mitigarlo todo, siempre intentas ser moderado, nunca dices la verdad si crees que va a herir los sentimientos de alguien, siempre estás transigiendo, siempre eres complaciente, siempre procuras encontrar el lado brillante de las cosas. Tienes modales, lo aceptas todo con paciencia, eres el colmo del decoro. El chico que jamás infringe el código. Haces cuanto la sociedad te dicta. Decoro…, escupes decoro a la cara de todo el mundo.

Pero nunca tuviste que elegir, nunca, porque él dejó que te salieras con la tuya, como lo ha hecho siempre todo el mundo. Y por eso, hasta la fecha, nadie sabe quién eres. No te has revelado, eso es lo que ocurre Seymour, no te has revelado. Por eso tu propia hija decidió prescindir de ti y actuar por su cuenta. Nunca te expresas con franqueza sobre nada, y ella te odiaba por eso. Mantienes en secreto lo que piensas, no eliges nunca. 

La vida es un breve periodo de tiempo durante el que estamos vivos. 

El balcón en invierno – Luis Landero

Es nostalgia y pesar de la juventud, de la belleza, de la acción, de todo cuando sucumbió al tiempo, pero también de lo que no llegó a vivirse, de los alegres decires nunca dicho, de las correrías nunca emprendidas, de los amigos que no tuve, del amor apenas entrevisto, de la vida dilapidada en vano, y de lo breve e ilusorio de los ahoras, de los mañanas y de los entonces, y de todo este pobre negocio de años y de afanes de que está hecha la vida.

Sin prisas, siempre sin prisas. Porque todo, todo, afilar un cuchillo, manejar una lezna, aguzar un palo, hacer un nudo, ponerse una camisa, posar un vaso sobre la mesa, encender un cigarro, alzar la mano para decir adiós, cualquier cosa era digna de ser hecha con maña y con finura, y en ella podía y debía dejarse la impronta de quien ha nacido siendo artista.

Pero fue sobre todo el amor, el gran embaucador y enemigo declarado de los ímpetus y desafueros de la libertad y de la fantasía, lo que lo empujó a buscar la misma vida segura, gris y barrigona, que tanto había criticado en mí cuando se enteró de que era oficinista. 


Entre nosotros decimos por ejemplo farraguas, triunfear, gaspartillo, peruétano, arrepío, farrajar, fechadura, arrancharse, milgueras, mérula, poipa, brutarate, perrengue, morgañera, safar, empicarse, panfarta, jreguesta, morrocate, falagar, y muchísimas más. Son palabras viejas, que se usaban antiguamente, que cada vez conocen menos los propios jóvenes del pueblo y que no tardarán en olvidarse por completo,como todas las cosas del mundo campesino de entonces. Todo, todo se perderá. Y pasó el tiempo, y el pueblo y el campo fueron quedando atrás, cada vez más atrás, pero ya inalterables en el ámbar de los recuerdos y sentimientos infantiles, ajenos a las mudanzas del tiempo, congelados en la memoria para siempre.

viernes, 12 de agosto de 2016

Historia íntima de la humanidad – Theodore Zeldin

Es importante recordar que ser libre resulta fatigoso y hasta agotador; y en épocas de extenuación, el amor a la libertad ha declinado siempre, por más que de boquilla se afirme lo contrario.

“Ser lo que uno puede, cuando no se puede ser lo que se querría, contribuye a la felicidad”. Cardano

Maimónides (1135-1204) en su Guía de perplejos propuso una vía de escape para salir de la “irresolución”: “El carácter consiste en mantenerse fuera del camino de los necios, no en conquistarlos… no busco la victoria por la honra de mi alma”

El primer análisis sesudo sobre la curiosidad fue realizado por Alexandre von Humboldt (1769-1856), cuyos descubrimientos en fisiología, zoología, botánica, antropología, arqueología, meteorología y geografía (entre cuyos fundadores se cuenta) son, probablemente, de  un alcance incomparable. Pero todavía es más interesante lo que hizo con su conocimiento. A diferencia de Einstein, que utilizó su genio para combatir la incertidumbre, que le aterraba, y de Hawking, quien, según su esposa, no logra encontrar nada con que sustituir a Dios, sino es él mismo – ninguno de los cuales cambió para nada los objetivos o actitudes de la gente corriente-, Humboldt intentó deducir una nueva forma de vida de sus investigaciones, por más abstractas que parecieran.

Lo que importa es el viaje, no la llegada (….) y había que emprenderlo como un enajenado (Mishima). Il faut toujours être ivre escribió Baudelaire por esas mismas fechas.

Las antiguas reglas cosmopolitas de la conducta caballerosa (de origen persa y conocidas como adab o decencia), en que solían deleitarse los musulmanes cuando creían controlar el mundo, fueron sustituidas ahora por un nuevo modelo de comportamiento que implicaba una obediencia estricta a la ley sagrada (sharia), fundada en la suspicacia hacia las demás religiones.

Nunca me someteré a las horas; las horas están hechas para el hombre y no el hombre para las horas. Rabelais.

En nuestro tiempo ciertos descubrimientos científicos que muestran que la generosidad no es una mera fantasía animan a los seres humanos a ser audaces. Antes se creía que los niños nacían egoístas, pero observaciones recientes de niños muy pequeños (a partir de los 14 meses) han puesto de manifiesto que son capaces de numerosos y diferentes tipos de generosidad, no caprichosamente sino de manera adecuada a las necesidades de los demás. Pueden reconocer los sentimientos y puntos de vista de otras personas mucho antes de lo que se pensaba hasta ahora.

Hasta el momento, los seres humanos han sacado seis lecciones de sus intentos por encontrar el mejor modo para sobrevivir con el mínimo dolor. Su conclusión ha sido, al parecer que existen seis maneras de viajar por la vida, seis formas de transporte. (…) El primer modo consiste en obedecer, en fiarse de la sabiduría ajena, en aceptar la vida tal cual es. En el pasado la mayoría de los seres humanos viajó probablemente siguiendo este método, a menudo porque se les forzaba a hacerlo, pero también, y no menos, porque encerraba una promesa de paz espiritual y la seguridad de estar en harmonía con el prójimo. (…) El  segundo método de viajar es el del negociador que regatea para conseguir de la vida el mejor trato posible. Los paganos, tanto antiguos como modernos, lo practican con preferencia sobre todos los demás métodos. La habilidad residía en conocer el precio más bajo que era necesario pagar, el mínimo de sacrificios requeridos para obtener los propios deseos o en lenguaje moderno, para tener éxito. (…) La tercera opción consiste en cultiva su propio huerto, en dejar fuera del mundo propio a dirigentes, rivales y vecinos entrometidos y centrarse en la vida privada. (…) El cuarto camino es la búsqueda del conocimiento. La idea de la existencia de algo que puede adquirirse es una concepción reciente: durante la mayor parte de la historia, el conocimiento ha sido raro y secreto. (…) La búsqueda del conocimiento por el conocimiento es otra manera de evitar tener que decidir para qué se quiere. (…) La quinta vía consiste en hablar, en verter las propias opiniones en revelarse a los demás, en librarse del propio pesimismo sacando fuera todos los secretos, recuerdos y fantasías conscientes e inconscientes y avanzar destrozando la hipocresía y el decoro. (…) Queda un sexto método, mucho menos probado, al que llamamos “ser creativo” y que se parece a viajar en cohete. (…) Ahora que la vida dura casi un siglo, ha llegado el momento de reconsiderar si se desea pasarla viajando en el mismo autobús, si probar los seis métodos es una necesidad para quien desee llevar una vida plena o si ni siquiera eso es suficiente. En efecto, cuando uno ha decidido sobre su propio método de transporte, necesita todavía saber a dónde ir.

El poeta más apreciado del archipiélago indonesio, Hamzah Fansuri (otro contemporáneo de Shakespeare), autor de La bebida de los amantes, repetía que se podía ver a Dios en cualquier persona o cosa y que las diferencias superficiales entre los seres humanos no deberían llevarnos a engaños:
El mar es eterno; cuando se alza
Hablamos de olas, pero en realidad, son el mar.

No se puede desdeñar sin más el fundamentalismo tachándolo de extremismo; es una fuerza tan poderosa como lo fue en otros tiempos el comunismo y constituye una respuesta similar a la injusticia y la confusión. Cuanto más se reprime a los fundamentalistas, tanto más excluidos se sienten. Su rechazo del diálogo se basa en la convicción de no ser entendidos. Es imposible mostrarse acogedor con la violencia, pero sólo quienes tienen la memoria corta pueden creer que la solución está en una nueva guerra fría.

El  debate sobre cómo lograr una vida mejor, sobre si debería alcanzarse mediante el esfuerzo individual o por la acción colectiva, no tiene ya sentido, pues se trata de dos caras de la misma moneda. Es difícil realizar cualquier cosa sin recibir ayuda o inspiración de fuera de uno mismo. Las luchas individuales han sido simultáneamente colectivas. Todos los grandes movimientos de protesta contra el menosprecio, la segregación y la exclusión suponen un número infinito de actos personales llevados a cabo por individuos que provocan un pequeño cambio en el conjunto por medio de lo que aprenden unos de otros y por la manera en que tratan a los demás. Sentirse aislado es no ser consciente de los filamentos que nos vinculan con el pasado y con partes del globo que quizá, jamás hemos visto. La era del descubrimiento no ha hecho más que empezar. Hasta el momento, los individuos han pasado más tiempo intentando entenderse a sí mismos que descubrir a los demás. Pero ahora la curiosidad se expande más que nunca.

Las compensaciones monetarias impersonales del estado del bienestar no han logrado sanar las heridas de la injusticia, pues nada puede compensar adecuadamente una vida perdida, sobre todo cuando, incluso en EEUU, que ha estudiado la eficiencia hasta sus límites, cuesta siete dólares en impuestos poner un dólar más de ingresos en manos de un pobre. Sólo con los dos ojos bien abiertos será posible ver que los seres humanos han necesitado siempre no sólo comida y techo, sanidad y educación, sino también un trabajo que no sea destructivo para el alma y relaciones que logren algo más que evitar la soledad; los seres humanos necesitan ser reconocidos como personas.

Más allá de la lucha por el poder se encuentra la posibilidad de buscar el respeto hacia uno mismo ayudando a los demás a respetarse mutuamente.

Mi vida es un fracaso… termino con el relato de un asesino que repitió esa frase muchas veces hasta que un día… un religioso llamado a su cabecera le dijo “tu historia es terrorífica pero no puedo hacer nada por ti, pero antes de darte muerte ven a echarme una mano. Luego harás lo que quieras”. Esas palabras cambiaron el mundo del asesino. Alguien lo necesitaba, finalmente ya no era superfluo y desechable. (…) al verse ante una persona afligida, no le había dado nada sino que le había pedido algo. El asesino dejo más tarde al religioso: “si me hubiera dado dinero, una habitación o un trabajo habría reiniciado mi vida criminal y asesinado a alguna otra persona. Pero Vd me necesitaba”, así es como nació el movimiento Emaús del Abbé Pierre.


Con un poco de valor, todos estamos en condiciones de tender una mano a alguien diferente de nosotros, de escuchar e intentar aumentar, aunque sólo sea en una pequeña proporción, las reservas de amabilidad y humanidad existente en el mundo. Pero sería poco cuidadoso hacerlo sin recordar cómo han fracasado otros intentos previos y cómo nunca ha sido posible predecir con certeza el comportamiento de los seres humanos. La historia, con su inacabable procesión de transeúntes cuyos encuentros han constituido en su mayoría oportunidades fallidas, ha sido en gran parte hasta ahora una crónica de capacidades desperdiciadas. Sin embargo, la próxima ocasión en que dos personas se encuentren, podría ser diferente. Aquí tiene su origen la angustia, pero también la esperanza; y la esperanza es el origen de la humanidad. 

La conspiración contra la especie humana – Thomas Ligotti

Como ocurre con todas las filosofías pesimistas, la interpretación de la existencia como algo extraño y horrible fue mal recibida por las nadas conscientes de sí. Para bien o para mal, el pesimismo sin compromiso carece de atractivo público. (…) Entonces, ¿es preciso renunciar a toda reprobación de la complacencia de nuestra especie consigo misma? Esa sería la brillante decisión y regla número uno para los que se desvían de la norma. Regla número dos: si abres la boca, evita ante todo el debate.

G.K Chesterton: “sólo puedes encontrar la verdad con la lógica si ya la has encontrado sin ella”

Mediante la profiláctica del autoengaño mantenemos oculto lo que no queremos dejar entrar en nuestra cabeza, como si fuéramos a revelarnos a nosotros mismos un secreto demasiado terrible para saberlo. Nuestras vidas están llenas de preguntas desconcertantes a las que algunos intentan responder y otros dejamos pasar en silencio.

Kent Bach ofrece tres medios de evitar pensamientos indeseados que sin embargo son accesibles a la consciencia de un sujeto: racionalización, evasión e interferencia. Estos medios son identificos a los métodos de aislamiento, anclaje y distracción que advirtió Zapffe en la vida humana.

Hay aspectos de la visión científica del mundo que pueden ser nocivos para nuestro bienestar mental, y eso es lo que todo el mundo siente intuitivamente (Metzinger)

Confesiones – Tolstoi
Descubrí que para la gente de mi clase social hay cuatro maneras de escapar a la terrible situación en la que todos nos hallamos.
La primera salida es la de la ignorancia. Consiste en no saber, en no comprender que la vida es un mal, un absurdo. Las personas que pertenecen a esta categoría —en su mayor parte mujeres, o bien hombres muy jóvenes o muy estúpidos— no han comprendido aún el problema de la vida que se le presentó a Schopenhauer, a Salomón, a Buda. No ven ni el dragón que les espera, ni los ratones que roen los arbustos que los sostienen, y no hacen otra cosa que lamer las gotas de miel. Pero lamen estas gotas de miel sólo por un tiempo: algo atraerá su atención hacia el dragón y los ratones, y sus lamidos cesarán. No tengo nada que aprender de esta gente, puesto que uno no puede dejar de saber lo que ya sabe.
La segunda salida es el epicureísmo. Consiste en aprovechar los bienes que se nos ofrecen pese a conocer la desesperanza de la vida, no mirar el dragón ni los ratones, sino lamer la miel de la mejor manera posible, especialmente si hay mucha sobre el arbusto. Salomón expresa así esta idea.
«Por tanto, celebro la alegría, pues no hay para el hombre nada mejor en esta vida que comer, beber y divertirse, pues sólo eso le queda de tanto afanarse en esta vida que Dios le ha dado…
»¡Anda, come tu pan con alegría! ¡Bebe tu vino con alegre corazón!… Goza de la vida con la mujer amada, todos los días de tu vida vanidosa, en todos tus días vanidosos, puesto que ésa es tu suerte en la vida y en el trabajo en el que te afanas debajo del sol… Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño, porque en el sepulcro adonde te diriges no hay trabajo, ni reflexiones, ni conocimiento ni sabiduría».
A esta segunda salida se atienen la mayoría de las personas de nuestra clase. Las condiciones en las que se encuentran hacen que tengan más cosas buenas que malas; su embotamiento moral les permite olvidar que las ventajas de su situación son accidentales, que no todos pueden tener mil mujeres y palacios como Salomón, que por cada hombre que tiene mil mujeres hay mil hombres sin mujer, y que por cada palacio hay mil hombres que lo construyen con el sudor de su frente, y que esa misma casualidad que hoy me ha hecho ser Salomón puede hacerme mañana esclavo de Salomón. La estupidez de la imaginación de estas personas les permite olvidar lo que no daba sosiego a Buda: la inevitabilidad de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, que, si no hoy mañana, destruirán todos estos placeres. El hecho de que algunas de esas personas afirmen que la estupidez de pensamiento y de imaginación es filosofía positiva, a mi parecer, no los distingue de aquéllos que lamen la miel sin ver el problema. Yo no puedo imitar a esa gente, puesto que no tengo falta de imaginación y no puedo fingir que la tengo. No puedo, como cualquier hombre que vive auténticamente, apartar los ojos de los ratones y del dragón después de haberlos visto una vez.
La tercera salida es la de la fuerza y la energía. Consiste en destruir la vida después de comprender que ésta es un mal y una absurdidad. Sólo actúan así las escasas personas que son fuertes y consecuentes. Comprendiendo toda la estupidez de la broma que les han gastado y que el bien de los muertos es superior al bien de los vivos y que es mejor no existir, actúan y ponen fin de una vez por todas a esa estúpida broma, puesto que hay medios para hacerlo: una soga al cuello, agua, un cuchillo para clavárselo en el corazón, los trenes sobre las vías férreas. Cada vez es mayor el número de personas de nuestra clase que actúan así. Y lo hacen, sobre todo, en el mejor período de su vida, cuando las fuerzas del alma están en su apogeo y todavía son escasos los hábitos degradantes para la razón humana que han adquirido. Vi que ésta era la salida más digna y quería obrar de esta suerte.
La cuarta salida es la de la debilidad. Consiste en continuar arrastrando la vida, aun comprendiendo su mal y su absurdidad, sabiendo de antemano que nada puede resultar de ella. Las personas que pertenecen a esta categoría saben que la muerte es mejor que la vida, pero no tienen fuerzas para actuar razonablemente y poner fin cuanto antes a ese engaño matándose; en su lugar, parecen estar esperando que pase algo. Es la salida de la debilidad, puesto que si sé Lo que es mejor y está a mi alcance hacerlo, ¿por qué no abandonarme a ello?… Yo pertenecía a esa categoría.
Así, las personas de mi clase se evaden de esta terrible contradicción de cuatro maneras. Por mucho que hubiera ejercitado mis facultades mentales, no encontré nada más que esas cuatro salidas.

Todo lo que hay – James Salter

Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que sólo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales.

-Supongo que ya tienes edad para casarte.
-Mis padres dicen lo mismo. Pero me temo que acabaré casándome con un mozo de cuadra cuarentón.
-Podrías, pero no creo que durase mucho.
-No, pero él siempre estaría agradecido, dijo ella.

Así pues, la vida siguió su curso, cada semana igual que la anterior un año tras otro, hasta que empiezas a olvidar el camino.


Bowman notaba la falta, no necesariamente de matrimonio, sino de un centro tangible en torno al cual la vida tomase forma y hallara por fin su sitio. El origen de esa sensación, lo percibía con claridad, era aquella casa.

Los grandes placeres – Giuseppe Scaraffia

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Poema “Los Justos”, de Jorge Luis Borges

Para Sartre “la autenticidad puede alcanzarse sólo en la desesperación” provocada por el cara a cara con el vacío. Mucho antes que ellos Pascal critica a quien trata de evadirse del vacío con los divertissement, las frívolas distracciones inventadas para ponerle freno.

Como sabía Stendhal, el “horrible” secreto oculto en el fondo abismal del vacío es sólo la muerte, en toda su vulgaridad. Todos, incluso los más inagotables interioristas del vacío, saben que la vida no tiene sentido y que se desvanece como una exhalación después de una mezcolanza indigerible de placeres y sufrimientos, negando a todos, desde los más grandes hasta los más insignificantes, el consuelo de poder pensar que han logrado realizarse a sí mismos. Bajo esta luz, parece evidente la engañosa posición de los pioneros de la autenticidad: aunque más sofisticada, sólo es una de las muchas formas de amueblar el vacío. “Sartre”, explica Lévi-Strauss, “pensaba que realmente se podía dar sentido a las cosas, mientras que, en lo que a mí respecta, creo que nunca se consigue y tan sólo hay que elegir entre vivir la vida del modo más satisfactorio posible  (…) o por el contrario retirarse del mundo, suicidarse o llevar una existencia asceta entre los bosques y las montañas. (…) Sabemos bien, como decía Renard, que la “única felicidad consiste en buscarla”. Y no obstante continuamos haciéndonos ilusiones. Proyectamos sobre ese vacío un fantasma diferente cada vez, le damos el nombre de un lugar, de un premio, de una persona. (…) El hecho de que, cada vez, logremos dar un nombre al vacío nos libra de mirar cara a cara al dolor por lo incompleto de nuestra condición y la muerte que se avecina. Pensamos “si lo tuviese, me tranquilizaría”, pero sabemos muy bien que, si lo tuviéramos, le daríamos otro lacerante nombre a nuestro sentido del vacío.

Somerset Maugham “las cosas que se nos escapan son más importantes que las que poseemos.

La diligencia humana en crear diversivos contra el vacío es inagotable.

Flaubert que tras haber experimentado todo tipo de placeres en exóticos viajes, se encerró en casa a escribir, no albergaba dudas al respecto. “El alma es una bestia feroz. Siempre está hambrienta y  hay que atiborrarla para que no nos embista. Nada es más tranquilizador que un trabajo prolongado”.

Jean Paul “el primer beso es el único; el segundo no existe; luego, sólo existen los últimos”.

Einstein “la vida es como una bicicleta, hay que avanzar para no perder el equilibrio”.

El poeta astrólogo Max Jacob, en una postal a Camus, destinado a desaparecer en un accidente de coche, cometió un desliz memorable “No sé por qué le dicen que va a morir usted de forma trágica”. Pero la mejor postal es la que envió Hemingway, poco antes de suicidarse, a un amigo: “¡En cualquier caso nos lo hemos pasado en grande!”

Gómez de la Serna “lo más aristocrático que tiene la botella de champán es que no consiente que se le vuelva a poner el tapón”.

Wilde “sólo quien carece de fantasía no encuentra una buena razón para beber champán”.

domingo, 26 de junio de 2016

La música de los números primos – Marcus du Sautoy

Para anunciar el nuevo siglo Hilbert proponía como reto a sus oyentes una lista de 23 problemas que, según él, trazarían el camino de los exploradores matemáticos del siglo XX. (…) De todos los retos que Hilbert había propuesto, el octavo ocupaba un lugar especial en su corazón. Existe un mito germánico sobre Federico Barbarroja, un emperador muy querido por los alemanes. Tras su muerte, acaecida durante la tercera cruzada, se difundió la leyenda de que en realidad Federico continuaba con vida, que yacía dormido en una cueva del monte Kyffhäuser y que despertaría cuando Alemania lo necesitara. Se dice que alguien preguntó a Hilbert: “Si usted como Barbarroja, despertara dentro de 500 años, ¿qué sería lo primero que haría?”. “Preguntaría si alguien ha demostrado la hipótesis de Riemann” respondió.

Los números primos son los auténticos átomos de la aritmética. (…) su importancia descansa en el hecho de que tienen la capacidad de construir todos los demás números.

Como afirmó el matemático de Cambridge G.H.Hardy en su famoso libro Apología de un matemático “317 es un número primo no porque nosotros pensemos que lo es o porque nuestra mente esté conformada de un modo o de otro, sino porque es así, porque la realidad matemática está hecha así”. Es probable que algunos filósofos estén en desacuerdo con esta visión platónica del mundo –la convicción de qu ese trata de una realidad absoluta más allá de la existencia humana- pero en mi opinión, es precisamente eso lo que los hace filósofos y no matemáticos.  (…) En “Materia de reflexión” hay un diálogo fascinante entre Alain Connes el matemático y el neurobiólogo Changeux. En el libro se palpa la tensión  con Connes sosteniendo la existencia matemática fuera de la mente humana (…) “existe, con independencia de la mente humana una realidad matemática es pura e inmutable, es el único lenguaje universal” .

La hipótesis de Riemann es la longitud de la matemática. Su solución abre la perspectiva de dibujar un mapa de las brumosas aguas del inmenso océano de los números primos. Representa apenas el comienzo de nuestra comprensión de los números de la naturaleza. Una vez que descubramos el secreto para orientarnos entre los números primos, quién sabe qué otras cosas podría haber allá afuera esperando a que las descubramos.

Cuando las cosas se vuelven demasiado complicadas, a veces tiene sentido parar y preguntarse: ¿he planteado la pregunta correcta? ENRICO BOMBIERI «Prime Territory», en The Sciences

La búsqueda de los modelos:
1, 3, 6, 10, 15, …
1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, …
1, 2, 3, 5, 7, 11, 15, 22, 30,
La primera de las tres sucesiones anteriores está formada por los llamados números triangulares. El décimo número de la lista es el número de alubias necesarias para construir un triángulo de diez filas que comience con una fila de una única alubia y que termine con una fila de diez alubias. (…). La segunda de las sucesiones que hemos propuesto, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, …, es la de los llamados números de Fibonacci. Para construirla basta calcular cada número sumando los dos inmediatamente anteriores. Por ejemplo, 13 = 5 + 8. Leonardo Fibonacci, matemático pisano del siglo XIII, dio con ella al estudiar los hábitos reproductores de los conejos. (…)La fórmula para generar los números de Fibonacci se basa en un número especial llamado número de oro o proporción áurea, un número que empieza por 1,61803… Igual que π, la proporción áurea es un número cuya expresión decimal no tiene fin, no manifiesta ninguna regularidad y, sin embargo, encierra las que a lo largo de los siglos han sido consideradas como las proporciones perfectas. Si examinamos los lienzos que se exponen en el Louvre o en la Tate Gallery, descubriremos que con mucha frecuencia el artista ha elegido un rectángulo cuyos lados están en la proporción de 1 a 1,61803. Además, los experimentos revelan que entre la altura de una persona y la distancia que separa sus pies del ombligo se conserva esa misma proporción numérica. La aparición de la proporción áurea en la naturaleza tiene algo de misterioso. (…) ¿De cuántas maneras distintas se puede dividir cinco piedras en montones diferentes? El número de montones varía de un máximo de cinco montones compuestos por una única piedra a un único montón de cinco piedras, con un cierto número de posibilidades intermedias. Estas distintas posibilidades reciben el nombre de particiones del número 5. Como muestra el dibujo, hay siete posibles particiones de 5. Ésta es la tercera de las sucesiones numéricas que habíamos planteado. Son números que aparecen en el mundo físico casi con la misma frecuencia que los números de Fibonacci; por ejemplo, deducir la densidad de los niveles energéticos en determinados sistemas cuánticos simples se reduce a comprender el crecimiento del número de particiones.

Hay algo vagamente falaz en nuestro gambito de apertura: se supone que existen cosas que no queremos que existan y se termina por demostrar que no existen. Esta estrategia de pensar lo impensable se convirtió en un potente instrumento para la construcción de demostraciones por parte de los antiguos griegos. Está basada en un principio lógico: una afirmación debe ser cierta o falsa. Si partimos del supuesto de que la afirmación es falsa y terminamos en una contradicción, podemos deducir de ello que nuestro supuesto era erróneo y concluir que la afirmación tenía que ser cierta.

En realidad, Pitágoras había sido el primero en determinar el nexo fundamental que liga matemáticas y música. Había llenado de agua un recipiente y lo había percutido con un pequeño martillo para producir una nota. Al retirar la mitad del agua y percutir de nuevo el recipiente la nota había subido una octava. Cada vez que retiraba agua de manera que quedara un tercio, un cuarto, y así sucesivamente, las notas que se producían sonaban en su oído en armonía con la primera nota que había obtenido. Cualquier otra nota que se obtuviera retirando del recipiente una cantidad distinta de agua resultaba disonante con respecto a la nota original. Estas fracciones contenían una belleza que podía ser escuchada. La armonía que Pitágoras había descubierto en los números 1, 1/2, 1/3, 1/4, … lo indujo a creer que el universo entero estaba controlado por la música, y por esta razón acuñó la expresión «la música de las esferas».
Al percutir su recipiente, Pitágoras había desvelado la armonía musical que se ocultaba en una sucesión de fracciones. Mersenne y Euler, dos grandes expertos en números primos, habían creado la teoría de los armónicos. Pero ninguno de ellos sospechó siquiera que se pudieran dar relaciones directas entre la música y los números primos: la de los números primos era una melodía que para ser captada necesitaba oídos matemáticos del siglo XIX. El mundo imaginario de Riemann generó simples ondas que, juntas, pudieron reproducir las armonías sutiles de los números primos.
Euclides en Alejandría, Euler en San Petersburgo; el trío de Gotinga: — Gauss, Dirichlet, Riemann—: el problema de los números primos pasaba como un testigo de generación en generación.

A pesar de que Ramanujan no consiguió llevar a buen puerto la misma estratagema en el caso de los números primos, el trabajo que realizó junto con Hardy sobre la función de partición tuvo un impacto importante sobre la conjetura de Goldbach, uno de los grandes problemas irresueltos de la teoría de los números primos. El trabajo de Hardy y Littlewood sobre la función de partición inauguró una técnica que hoy se llama método del círculo de Hardy-Littlewood. (…) Aun no pudiendo probar que todo número par puede expresarse como suma de dos números primos, en 1923 Hardy y Littlewood consiguieron demostrar algo que para los matemáticos era casi igual de importante: que todos los números impares mayores que un número dado (un número enorme) podían escribirse como suma de tres números primos. Pero hacía falta imponer una condición para que su demostración fuera válida: que fuera cierta la hipótesis de Riemann.

Como demostró el caso de Ramanujan, quizás el conocimiento y las expectativas pueden llegar a frenar los progresos: los académicos que se han formado en las sedes tradicionales de la cultura no necesariamente están en la mejor posición para escapar de los esquemas. (…)Las ideas que Ramanujan dejó tras de sí estaban destinadas a alimentar el trabajo de generaciones enteras de matemáticos, y continúan haciéndolo. De hecho, podría afirmarse que sólo en los últimos decenios se ha empezado a apreciar completamente el valor real de las ideas de Ramanujan.

Sobre la chimenea de la sala de profesores del Fine Hall están escritas algunas palabras que a Einstein le gustaba repetir: «Raffiniert ist der Herr Gott, aber boshaft ist Er nicht» [Dios es sutil, pero no es malicioso]. En cambio, los matemáticos eran bastante más escépticos sobre la veracidad de tal afirmación: como Hardy había explicado a Ramanujan, hay «una diabólica malignidad inherente a los números primos».

El nombre de Alan Turing estará asociado siempre a la decodificación de Enigma, el código secreto que usaban los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero los estudios de Hilbert sobre las geometrías no euclidianas habían planteado una cuestión preocupante: ¿estamos seguros de no poder demostrar jamás que un enunciado es a la vez cierto y falso? (…) Para su tesis doctoral, Gödel había dirigido su espíritu inquiridor a la cuestión de Hilbert que se hallaba en el corazón de la actividad matemática: demostró que los matemáticos nunca podrían demostrar que poseían los fundamentos seguros que Hilbert ansiaba.
La toma de conciencia de Gödel recuerda la descripción del universo que da una señora anciana y menuda con la que se abre el libro de Stephen Hawking Breve historia del tiempo. Al terminar una conferencia de divulgación sobre astronomía, una anciana se levanta y, dirigiéndose al orador, declara: «Todo lo que nos ha contado son tonterías. En realidad, el mundo es un disco plano que se apoya sobre la espalda de una inmensa tortuga». La respuesta de la señora a la pregunta del conferenciante sobre cuál sería entonces el apoyo de la tortuga habría provocado una sonrisa en el rostro de Gödel: «Usted es muy inteligente, jovencito, verdaderamente muy inteligente. ¡Pero es evidente que cada tortuga se apoya sobre otra tortuga!». Gödel había proporcionado a las matemáticas una demostración de que el universo matemático se apoya en una torre de tortugas: se puede conseguir una teoría libre de contradicciones pero no se puede demostrar que en el interior de dicha teoría no hay contradicciones.
Todo lo que podemos hacer es demostrar la consistencia interior de otro sistema cuya consistencia, sin embargo, no podemos demostrar. Había una cierta ironía en todo esto: las matemáticas podía ser utilizada para demostrar las limitaciones de las propias demostraciones. El matemático francés André Weil sintetizó la situación que se producía después de Gödel con una frase memorable: «Dios existe porque las matemáticas son consistentes, y el demonio existe porque no podemos demostrar que lo es».

Tenemos que procurar no enfatizar demasiado el significado de los resultados de Gödel: no se trataba de las honras fúnebres de las matemáticas. Gödel no había cuestionado la verdad de lo que ya había sido demostrado; lo que su teorema demostraba era la realidad matemática no se reducía a la deducción de teoremas a partir de axiomas: las matemáticas son algo más que una partida de ajedrez. Es necesario que a la obra incesante de construcción del edificio matemático se acompañe una continua evolución de los fundamentos sobre los que se basa el edificio. A diferencia de la naturaleza formal de las reglas para la construcción del edificio, la evolución de los fundamentos se tiene que basar en las intuiciones de los matemáticos sobre la elección de los axiomas que, en su opinión, puedan proporcionar una mejor descripción del mundo de las matemáticas. Muchos sintieron satisfacción al interpretar en el teorema de Gödel una confirmación de la superioridad de la mente sobre el espíritu mecanicista propiciado por la Revolución industrial.

El análisis extremadamente abstracto que Turing hizo del problema de la decidibilidad de Hilbert se convirtió, decenios más tarde, en la clave del descubrimiento fortuito de una ecuación que genera todos los números primos.

A finales de la Segunda Guerra Mundial el mayor número primo conocido tenía treinta y nueve cifras, y detentaba el récord desde su descubrimiento en el año 1876: hoy, el mayor número primo conocido tiene más de un millón de cifras: harían falta más páginas que las de este libro para imprimirlo, y varios meses para leerlo. Lo que nos ha permitido alcanzar estas alturas vertiginosas ha sido el ordenador; pero, en Bletchley Park, Turing estaba ya pensando en cómo utilizar su máquina para determinar números primos cada vez mayores.

Si el ordenador sobrepasa nuestra capacidad de cálculo, ¿no convierte a las matemáticas en superflua? Afortunadamente, no: lejos de anunciar el fin de las matemáticas, este hecho resalta la verdadera diferencia que se da entre el artista creativo que es el matemático y el ejecutor de tediosos cálculos que es el ordenador. No hay duda de que el ordenador es un aliado precioso de los matemáticos en la exploración de su mundo numérico y un experto sherpa en el ascenso al monte Riemann, pero también es cierto que no podrá tomar nunca el lugar de un matemático. (…)Cuando, por ejemplo, nos planteamos la búsqueda de grandes números primos con la ayuda de un ordenador, ¿obtenemos una mejor comprensión de su naturaleza?

Hardy siempre había estado muy orgulloso de la inutilidad total de las matemáticas, y de la teoría de los números en particular, en el mundo real: Las «verdaderas» matemáticas de los «verdaderos» matemáticos, las de Fermat, de Euler, de Gauss, de Abel y de Riemann, son casi totalmente «inútiles» (y esto vale tanto para las matemáticas «aplicadas» como para las matemáticas «puras»). No puede justificarse la vida de ningún matemático profesional verdadero sobre la base de la «utilidad» de su trabajo. Hardy no pudo equivocarse más: las matemáticas de Fermat, de Gauss y de Riemann estaban destinada a convertirse en un instrumento fundamental para el mundo del comercio. Por esta razón, en los años ochenta y noventa la AT&T reclutó un número de matemáticos aún mayor. Hoy, la seguridad de la aldea electrónica depende enteramente de nuestra comprensión de los números primos.

Hace más de dos mil años que los matemáticos griegos demostraron que todo número entero puede escribirse como producto de números primos; desde entonces, los matemáticos siguen sin encontrar un método rápido y eficiente para determinar los números primos con los que se construyen los demás números. (…)Actualmente, la factorización de los números —su descomposición en los números primos que los forman— ha dejado de ser un pasatiempo para tardes de domingo y se ha situado en el centro de las modernas técnicas de descifrado de códigos: los matemáticos han ideado una forma de ligar el difícil problema de la factorización con los códigos que protegen las finanzas de todo el mundo en Internet.

Pero nosotros, armados con nuestros ordenadores, ¿no podemos simplemente verificar un número primo tras otro hasta hallar uno que divida al número que pretendemos factorizar? El problema es que factorizar un número de más de cien cifras significa tener que verificar más números que la cantidad de partículas existentes en el universo observable. Con tal cantidad de números para verificar, Rivest, Shamir y Adleman se sintieron lo bastante confiados como para lanzar un desafío: factorizar un número de 129 cifras que ellos mismos habían construido multiplicando dos números primos. El número, junto con un mensaje cifrado, se publicó en el artículo de Martin Gardner en Scientific American que llevó el código al centro de la atención mundial.

En su país, Koblitz soporta mal el control sofocante de la Agencia para la Seguridad Nacional (NSA) sobre el área de las matemáticas que lo ocupa. Actualmente, antes de publicar cierto tipo de investigación en el campo de la teoría de los números, hace falta obtener la autorización de la NSA, aunque los textos vayan destinados a las más oscuras revistas. Gracias a las innovadoras ideas de Koblitz, las curvas elípticas se han colocado junto a los números primos en la «lista de las investigaciones sometidas a restricción» que las autoridades desean mantener bajo control.

El único viaje verdadero hacia el descubrimiento no consiste en la búsqueda de nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos. MARCEL PROUST En busca del tiempo Perdido

Dyson explicó rápidamente a Montgomery que aquellas entidades matemáticas de nombre esotérico eran utilizadas por los físicos cuánticos para predecir los niveles energéticos en el núcleo de un átomo pesado cuando es bombardeado con neutrones de baja energía. (…) Montgomery no podía creerlo: las configuraciones que preveía en la distribución de los ceros eran idénticas a las que los físicos cuánticos estaban descubriendo en los niveles energéticos de los núcleos de átomos pesados. Se trataba de configuraciones tan características que el fuerte parecido no podía ser fruto de una coincidencia. Ahí estaba el mensaje que Montgomery estaba buscando: quizá las matemáticas que se esconden en los niveles cuánticos de energía en los núcleos de los átomos pesados son las mismas matemáticas que determinan las posiciones de los ceros de Riemann.

Hacia 1920 los físicos comprendieron que las matemáticas que describen las frecuencias del sonido emitido por un tambor podían usarse también para calcular los niveles energéticos de vibración de los electrones en un átomo. En este sentido, átomo y tambor son físicamente equivalentes: fuerzas presentes en el átomo controlan las vibraciones de las partículas subatómicas, de la misma manera que la tensión de la membrana de piel o la presión del aire gobiernan las vibraciones que terminan por formar el sonido del tambor.

Diaconis permanece fiel a sus raíces de ilusionista, y reconoce que ambas artes tienen mucho en común.

La teoría del caos, las matemáticas que se esconde tras estas imágenes, ayuda a comprender por qué, por muy simples que puedan ser las leyes de la naturaleza, la realidad aparece  infinitamente compleja. El término «caos» se utiliza cuando un sistema dinámico es muy sensible a las condiciones iniciales; cuando una mínima variación en el momento de iniciar un experimento produce una diferencia drástica en los resultados obtenidos, ésta es la inconfundible firma del caos.

El nuevo giro conseguido por Berry podría llevar a una unificación de tres grandes temas científicos: la física cuántica (la física de lo extremadamente pequeño), el caos (las matemáticas de la impredecibilidad) y los números primos (los átomos de la aritmética).

Las notables competencias lingüísticas de Weil contribuyeron a su gran habilidad para crear un nuevo lenguaje matemático que le permitió articular sutilezas conceptuales inexpresables de otra forma. Pero fue precisamente su obsesión por las lenguas y, en concreto, su amor por el Mahabbarata —un antiguo texto sánscrito—, lo que, a principios de 1940, condujo a prisión al eminente joven matemático.

El nuevo lenguaje matemático de Weil, la geometría algebraica, le había permitido articular sutilezas sobre la solución de ecuaciones que de otra forma hubieran sido imposibles. Pero si quedaba alguna esperanza de extender las ideas de Weil de manera que ayudaran a demostrar la hipótesis de Riemann, estaba claro que aquellas ideas se desarrollarían más allá de las bases que él había sentado desde su celda de Rouen. Sería otro matemático parisiense quien daría vida al esqueleto del nuevo lenguaje ideado por Weil. El gran artífice de esta empresa fue uno de los matemáticos más extraños y más revolucionarios del siglo XX: Alexandre Grothendieck.

Si la revolución geométrica de Riemann ofreció a Einstein el lenguaje necesario para describir la física de lo increíblemente grande, la geometría de Connes ofrece a los matemáticos la posibilidad de penetrar en la extraña geometría de lo increíblemente pequeño. Gracias a él, quizá podremos descifrar la estructura elemental del espacio.


Euclides demostró que los números primos siguen hasta el infinito; Gauss plateó la hipótesis de que siguen un orden aleatorio, como si hubieran sido elegidos lanzando una moneda; Riemann fue aspirado por un agujero que lo condujo a un espacio imaginario donde los números primos se convierten en música. En este espacio, cada punto a nivel del mar hace sonar una nota. Por tanto, se trataba de interpretar el mapa del tesoro de Riemann, y de descubrir la ubicación de cada punto a nivel del mar. Armado con una fórmula que mantuvo en secreto para el resto del mundo, Riemann descubrió que, aunque la disposición de los números primos pareciera caótica, los puntos de su mapa estaban ordenados perfectamente: en lugar de estar desparramados aquí y allá, estaban todos sobre una misma recta. No podía ver lo bastante lejos en aquel paisaje como para poder afirmar que este orden siempre sería respetado, así lo creía. Había nacido la hipótesis de Riemann.