viernes, 12 de agosto de 2016

Historia íntima de la humanidad – Theodore Zeldin

Es importante recordar que ser libre resulta fatigoso y hasta agotador; y en épocas de extenuación, el amor a la libertad ha declinado siempre, por más que de boquilla se afirme lo contrario.

“Ser lo que uno puede, cuando no se puede ser lo que se querría, contribuye a la felicidad”. Cardano

Maimónides (1135-1204) en su Guía de perplejos propuso una vía de escape para salir de la “irresolución”: “El carácter consiste en mantenerse fuera del camino de los necios, no en conquistarlos… no busco la victoria por la honra de mi alma”

El primer análisis sesudo sobre la curiosidad fue realizado por Alexandre von Humboldt (1769-1856), cuyos descubrimientos en fisiología, zoología, botánica, antropología, arqueología, meteorología y geografía (entre cuyos fundadores se cuenta) son, probablemente, de  un alcance incomparable. Pero todavía es más interesante lo que hizo con su conocimiento. A diferencia de Einstein, que utilizó su genio para combatir la incertidumbre, que le aterraba, y de Hawking, quien, según su esposa, no logra encontrar nada con que sustituir a Dios, sino es él mismo – ninguno de los cuales cambió para nada los objetivos o actitudes de la gente corriente-, Humboldt intentó deducir una nueva forma de vida de sus investigaciones, por más abstractas que parecieran.

Lo que importa es el viaje, no la llegada (….) y había que emprenderlo como un enajenado (Mishima). Il faut toujours être ivre escribió Baudelaire por esas mismas fechas.

Las antiguas reglas cosmopolitas de la conducta caballerosa (de origen persa y conocidas como adab o decencia), en que solían deleitarse los musulmanes cuando creían controlar el mundo, fueron sustituidas ahora por un nuevo modelo de comportamiento que implicaba una obediencia estricta a la ley sagrada (sharia), fundada en la suspicacia hacia las demás religiones.

Nunca me someteré a las horas; las horas están hechas para el hombre y no el hombre para las horas. Rabelais.

En nuestro tiempo ciertos descubrimientos científicos que muestran que la generosidad no es una mera fantasía animan a los seres humanos a ser audaces. Antes se creía que los niños nacían egoístas, pero observaciones recientes de niños muy pequeños (a partir de los 14 meses) han puesto de manifiesto que son capaces de numerosos y diferentes tipos de generosidad, no caprichosamente sino de manera adecuada a las necesidades de los demás. Pueden reconocer los sentimientos y puntos de vista de otras personas mucho antes de lo que se pensaba hasta ahora.

Hasta el momento, los seres humanos han sacado seis lecciones de sus intentos por encontrar el mejor modo para sobrevivir con el mínimo dolor. Su conclusión ha sido, al parecer que existen seis maneras de viajar por la vida, seis formas de transporte. (…) El primer modo consiste en obedecer, en fiarse de la sabiduría ajena, en aceptar la vida tal cual es. En el pasado la mayoría de los seres humanos viajó probablemente siguiendo este método, a menudo porque se les forzaba a hacerlo, pero también, y no menos, porque encerraba una promesa de paz espiritual y la seguridad de estar en harmonía con el prójimo. (…) El  segundo método de viajar es el del negociador que regatea para conseguir de la vida el mejor trato posible. Los paganos, tanto antiguos como modernos, lo practican con preferencia sobre todos los demás métodos. La habilidad residía en conocer el precio más bajo que era necesario pagar, el mínimo de sacrificios requeridos para obtener los propios deseos o en lenguaje moderno, para tener éxito. (…) La tercera opción consiste en cultiva su propio huerto, en dejar fuera del mundo propio a dirigentes, rivales y vecinos entrometidos y centrarse en la vida privada. (…) El cuarto camino es la búsqueda del conocimiento. La idea de la existencia de algo que puede adquirirse es una concepción reciente: durante la mayor parte de la historia, el conocimiento ha sido raro y secreto. (…) La búsqueda del conocimiento por el conocimiento es otra manera de evitar tener que decidir para qué se quiere. (…) La quinta vía consiste en hablar, en verter las propias opiniones en revelarse a los demás, en librarse del propio pesimismo sacando fuera todos los secretos, recuerdos y fantasías conscientes e inconscientes y avanzar destrozando la hipocresía y el decoro. (…) Queda un sexto método, mucho menos probado, al que llamamos “ser creativo” y que se parece a viajar en cohete. (…) Ahora que la vida dura casi un siglo, ha llegado el momento de reconsiderar si se desea pasarla viajando en el mismo autobús, si probar los seis métodos es una necesidad para quien desee llevar una vida plena o si ni siquiera eso es suficiente. En efecto, cuando uno ha decidido sobre su propio método de transporte, necesita todavía saber a dónde ir.

El poeta más apreciado del archipiélago indonesio, Hamzah Fansuri (otro contemporáneo de Shakespeare), autor de La bebida de los amantes, repetía que se podía ver a Dios en cualquier persona o cosa y que las diferencias superficiales entre los seres humanos no deberían llevarnos a engaños:
El mar es eterno; cuando se alza
Hablamos de olas, pero en realidad, son el mar.

No se puede desdeñar sin más el fundamentalismo tachándolo de extremismo; es una fuerza tan poderosa como lo fue en otros tiempos el comunismo y constituye una respuesta similar a la injusticia y la confusión. Cuanto más se reprime a los fundamentalistas, tanto más excluidos se sienten. Su rechazo del diálogo se basa en la convicción de no ser entendidos. Es imposible mostrarse acogedor con la violencia, pero sólo quienes tienen la memoria corta pueden creer que la solución está en una nueva guerra fría.

El  debate sobre cómo lograr una vida mejor, sobre si debería alcanzarse mediante el esfuerzo individual o por la acción colectiva, no tiene ya sentido, pues se trata de dos caras de la misma moneda. Es difícil realizar cualquier cosa sin recibir ayuda o inspiración de fuera de uno mismo. Las luchas individuales han sido simultáneamente colectivas. Todos los grandes movimientos de protesta contra el menosprecio, la segregación y la exclusión suponen un número infinito de actos personales llevados a cabo por individuos que provocan un pequeño cambio en el conjunto por medio de lo que aprenden unos de otros y por la manera en que tratan a los demás. Sentirse aislado es no ser consciente de los filamentos que nos vinculan con el pasado y con partes del globo que quizá, jamás hemos visto. La era del descubrimiento no ha hecho más que empezar. Hasta el momento, los individuos han pasado más tiempo intentando entenderse a sí mismos que descubrir a los demás. Pero ahora la curiosidad se expande más que nunca.

Las compensaciones monetarias impersonales del estado del bienestar no han logrado sanar las heridas de la injusticia, pues nada puede compensar adecuadamente una vida perdida, sobre todo cuando, incluso en EEUU, que ha estudiado la eficiencia hasta sus límites, cuesta siete dólares en impuestos poner un dólar más de ingresos en manos de un pobre. Sólo con los dos ojos bien abiertos será posible ver que los seres humanos han necesitado siempre no sólo comida y techo, sanidad y educación, sino también un trabajo que no sea destructivo para el alma y relaciones que logren algo más que evitar la soledad; los seres humanos necesitan ser reconocidos como personas.

Más allá de la lucha por el poder se encuentra la posibilidad de buscar el respeto hacia uno mismo ayudando a los demás a respetarse mutuamente.

Mi vida es un fracaso… termino con el relato de un asesino que repitió esa frase muchas veces hasta que un día… un religioso llamado a su cabecera le dijo “tu historia es terrorífica pero no puedo hacer nada por ti, pero antes de darte muerte ven a echarme una mano. Luego harás lo que quieras”. Esas palabras cambiaron el mundo del asesino. Alguien lo necesitaba, finalmente ya no era superfluo y desechable. (…) al verse ante una persona afligida, no le había dado nada sino que le había pedido algo. El asesino dejo más tarde al religioso: “si me hubiera dado dinero, una habitación o un trabajo habría reiniciado mi vida criminal y asesinado a alguna otra persona. Pero Vd me necesitaba”, así es como nació el movimiento Emaús del Abbé Pierre.


Con un poco de valor, todos estamos en condiciones de tender una mano a alguien diferente de nosotros, de escuchar e intentar aumentar, aunque sólo sea en una pequeña proporción, las reservas de amabilidad y humanidad existente en el mundo. Pero sería poco cuidadoso hacerlo sin recordar cómo han fracasado otros intentos previos y cómo nunca ha sido posible predecir con certeza el comportamiento de los seres humanos. La historia, con su inacabable procesión de transeúntes cuyos encuentros han constituido en su mayoría oportunidades fallidas, ha sido en gran parte hasta ahora una crónica de capacidades desperdiciadas. Sin embargo, la próxima ocasión en que dos personas se encuentren, podría ser diferente. Aquí tiene su origen la angustia, pero también la esperanza; y la esperanza es el origen de la humanidad. 

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