viernes, 17 de marzo de 2017

De senectute – Cicerón

Pues bien, cuando lo medito en mi interior, encuentro cuatro motivos por los que la vejez puede parecer miserable. La primera, porque aparta de las actividades; la segunda, porque debilita el cuerpo; la tercera, porque priva de casi todos los placeres; la cuarta, porque no está lejos de la muerte. Si os parece bien, veamos qué entidad tiene y lo justa que es cada una de estas razones.

La vejez aparta de las actividades. ¿De cuáles? ¿Acaso de las que se llevan a cabo mediante la juventud y las fuerzas? ¿Es que no hay actividades propias de la ancianidad que se realizan con la mente, a pesar de estar débiles los cuerpos?

Ahora no deseo yo las fuerzas de un joven más de lo que, siendo joven, deseaba las de un toro o un elefante. Hay que aprovecharse de lo que hay y, hagas lo que hagas, hacerlo según tus fuerzas. (...) utiliza ese don mientras lo tengas; cuando lo pierdas, no lo eches de menos. 

Queda la cuarta causa, la que más parece angustiar y tener en vilo a los de nuestra edad, la cercanía de la muerte, que ciertamente no puede estar lejos de la vejez. (…) ¿De qué tengo que tener miedo si después de la muerte no voy a ser desgraciado y puede que hasta sea feliz?

Pero el joven espera que va a vivir mucho tiempo, y esto un anciano no puede esperarlo. (...) Esta esperanza no la tiene el viejo y por ello está en mejor condición que el joven, puesto que lo que éste espera aquél lo ha conseguido ya: éste quiere vivir mucho, aquél ya vivió mucho


No hay ningún término cierto de la vejez y se vive bien en ella mientras puedas desempeñar y cumplir con las obligaciones de tu trabajo y despreciar a la muerte. De lo cual se deduce que la vejez es incluso más animosa y fuerte que la juventud.

La mancha humana – Philip Roth

Vio el destino que le aguardaba, y no estuvo dispuesto a aceptarlo. Lo comprendió intuitivamente y se replegó de una manera espontánea. No puedes permitir que los grandes te impongan su intolerancia, del mismo modo que no puedes permitir que los pequeños se conviertan en un nosotros y te impongan su ética. No aceptaría la tiranía del nosotros, la cháchara del nosotros y todo lo que el nosotros quiere volcarte encima. Jamás se doblegaría ante la tiranía del nosotros que se muere por absorberte, el nosotros coactivo, inclusivo, histórico, ineludiblemente moral con su insidioso E pluribus unum. Ni el ellos de Woolworth's ni el nosotros de Howard, sino el puro yo con toda su agilidad. El conocimiento de sí mismo: ese era el puñetazo en la boca del estómago. La singularidad. La lucha apasionada por la singularidad. El animal singular. La deslizante relación con todo. No estática sino deslizante. Conocimiento de sí mismo, pero oculto. ¿Qué es más potente que eso?

A cierta edad, uno debería vivir sin hacer mucho caso de los agravios pasados ni invitar a la resistencia en el presente al presentar un desafío a la mojigatería existente. Sin embargo, renunciar a cualquier papel que no sea el asignado por la sociedad, en este caso el papel asignado al respetable jubilado, a los setenta y un años, es sin duda lo adecuado, y por ello, para Coleman Silk, como ya hace largo tiempo le demostró con la imprescindible crueldad a su propia madre, es lo inaceptable.

Así que voy a ti. Eso es mucho, pero es lo único que hay. Bailo delante de ti desnuda con las luces encendidas, y tú también estás desnudo, y todo lo demás no importa. Es lo más sencillo que hemos hecho jamás..., es lo que nos conviene. No lo estropees pensando que es algo más. No hagas eso, y yo tampoco lo haré. No tiene que ser nada más que esto. ¿Sabes una cosa? Te veo, Coleman.»

Y recordó lo que las furcias le habían dicho, la gran sabiduría de las putas: «Los hombres no te pagan para que te acuestes con ellos. Te pagan para que te vayas a casa».

—Eso es lo que pasa cuando a uno lo crían a mano —dijo Faunia—, es lo que ocurre por haber estado toda su vida con gente como nosotros. La mancha humana. Lo dijo sin repulsión ni desprecio ni condena, ni siquiera con tristeza. Esa es la realidad..., a su manera lacónica eso era todo lo que Faunia le estaba diciendo a la chica que daba de comer a la serpiente: dejamos una mancha, dejamos un rastro, dejamos nuestra huella. Impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen..., no hay otra manera de estar aquí. No tiene nada que ver con la desobediencia. No tiene nada que ver con la indulgencia, la salvación o la redención. Está en todo el mundo, nos habita, es inherente, definitoria. La mancha que está ahí antes que su marca. Está ahí sin la señal. La mancha tan intrínseca que no requiere una señal. La mancha que precede a la desobediencia, que abarca la desobediencia y embrolla toda explicación y comprensión. Por ese motivo toda purificación es una broma, y una broma bárbara, por cierto. La fantasía de la pureza es detestable. Es demencial. ¿Qué es el empeño en purificar sino más impureza? Todo lo que ella decía acerca de la mancha era que es ineludible.


En tiempos de mis padres y hasta bien entrados en los de usted y los míos, la insuficiencia era cosa del alumno, pero lo es de la disciplina. Leer a los clásicos es demasiado difícil, por lo que la culpa la tienen los clásicos. Hoy el alumno hace valer su incapacidad como un privilegio. Si no puedo aprender una cosa es porque hay algo erróneo en ella, y especialmente en el mal profesor que quiere enseñarla. Ya no hay criterios, señor Zuckerman, sino solo opiniones