Vine
a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi
madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.
Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo
en plan de prometerlo todo.
Sí,
Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me
había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando me encontré
con los murmullos se me reventaron las cuerdas.
Ya
déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas
agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados.
Hacía
tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo. Y aunque lo hubiera
hecho, ¿qué habría ganado? El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada,
que vivía contenta con saber dónde quedaba la tierra.
Esperaba
que alguna vez. Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso
que sea que no se apague.
Dice
que ella escondía sus pies entre las piernas de él. Sus pies helados como
piedras frías y que allí se calentaban como en un horno donde se dora el pan.
Dice que él le mordía los pies diciéndole que eran como pan dorado en el horno.
Que dormía acurrucada, metiéndose dentro de él, perdida en la nada al sentir
que se quebraba su carne, que se abría como un surco abierto por un clavo ardoroso,
luego 97 tibio, luego dulce, dando golpes duros contra su carne blanda;
sumiéndose, sumiéndose más, hasta el gemido. Pero que le había dolido más su
muerte.
¡Señor,
tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí.
Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo.
Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis
senos y de mis brazos. Mi 98 cuerpo transparente suspendido del suyo. Mi cuerpo
liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué haré ahora con mis labios sin su
boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?
Faltaba
mucho para el amanecer. El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas
de tanta noche.
¿Y
por qué no te juntas con ellos? Ya te he dicho que hay que estar con el que
vaya ganando.
En
el comienzo del amanecer, el día va dándose vuelta, a pausas; casi se oyen los
goznes de la tierra que giran enmohecidos; la vibración de esta tierra vieja
que vuelca su oscuridad.
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