domingo, 16 de septiembre de 2012

Verde agua - Marisa Madieri

Del mundo del trabajo, con los chicos ya bastantes crecidos, he sido devuelta a la libertad de mi casa y de mis días. En el humilde y variado trabajo cotidiano, los pensamientos pueden aflorar, organizarse, clarificarse. El tiempo, antes casi sin dimensiones, reducido a mero presente debido a una vida apresurada, acosada por un turbión de obligaciones, de alegrías robadas y de preocupaciones, ahora se despliega en horas livianas, se dilata y se arrellana, se puebla de resonancias y recuerdos que poco a poco se recomponen en forma de mosaico, emergiendo en pequeños remolinos de un magma indistinto que, durante largos años, se ha ido acumulando en un fondo oscuro y desatendido. 

Pienso en mi madre cada vez con más frecuencia e intensidad. Las raíces de mi fuerza y de mi capacidad de no rendirme frente a las dificultades se hunden en su amor. La soledad, siempre al acecho incluso en una vida llena de afecto, y que hace tres años me desveló de improviso su rostro de Medusa, encuentra aún en ella su consuelo y su superación.

De algún modo me siento responsable de su felicidad y me pregunto si han recibido las armas y los instrumentos necesarios para hacer las elecciones conscientes, para ser aguerridos en las pruebas, fuertes en las desilusiones, generosos en el éxito, para amar y vivir en el significado.

Posfacio- Claudio Magris
Somos profundos, volvamos a ser claros. Estas palabras de Nietzsche pueden definir las páginas de Marisa Madieri.

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