domingo, 18 de enero de 2009

Chesil Beach. Ian McEwan

► Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible
► Era todavía la época en que ser joven era un obstáculo social, un signo de insignificacia, un estadio algo vergonzoso cuya curación iniciaba el matrimonio
► Cuando se besaron ella sintió su lengua inmediatamente, tensada y fuerte, pasando entre sus dientes, como un matón que se abre camino en un recinto.
► Por supuesto siempre lo había sabido. La falta de un término para el estado de su madre le había mantenido en un estado de inocencia. Nunca había pensado que ella estuviera enferma y al mismo tiempo siempre había aceptado que era distinta. La contradicción la resolvía ahora aquel simple enunciado, el poder de las palabras para hacer visible lo que no se veía. Daño cerebral. La expresión disolvía la intimidad, sometía a su madre al frío rasero público que todo el mundo entendía.
► La ira. (…) Qué tentación de darle rienda suelta, ahora que estaba solo y podía estallar. Tras aquella humillación, su dignidad lo exigía. ¿Y qué tenía de malo un simple pensamiento? Mejor solventar el asunto ahora que estaba allí, medio desnudo entre las ruinas de su noche de bodas. Le ayudó en su rendición la claridad que acompaña a una súbita ausencia de deseo.

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