jueves, 5 de septiembre de 2013

La librería ambulante - Christopher Morley

No entendía cómo todo aquello había permanecido oculto para mí hasta entonces. No entendía cómo el trascendental misterio de hacer pan me había impedido ver durante tanto tiempo los misterios del sol y el cielo y el viento en los árboles.

El hombre que viaja anhela tener un hogar. ¡Y, aun así, cuán bestial es el conformismo! Todas las grandes cosas de la vida fueron hechas por gente que no estaba conforme.
La buena vida tiene tres ingredientes: aprendizaje, satisfacción y deseo.

Cuando Dios creó al primer hombre(escribe George Herbert) tenía delante una copa de bendiciones que tenía guardadas: fuerza, belleza, sabiduría, honor, placer; pero se abstuvo de darle la última, que es el descanso, o sea, la satisfacción. Dios entiende que si el hombre está satisfecho jamás encontrará su camino hacia Él. Dejad, pues, al hombre disconforme, de modo que si la bondad no lo guía, tal vez el cansancio lo arroje a mi pecho.

Soy una criatura del común, me temo, insensible a muchas de las cosas profundas de la vida, pero de vez en cuando, como todos nosotros, me enfrento cara a cara con algo que me emociona. Había visto que este vendedor ambulante de barba roja se sentía como un puñado de levadura dentro de la enorme y pesada masa de la humanidad: viajaba intentando cumplir con su propio ideal de belleza.

Creo que leer un buen libro te hace modesto. Cuando uno logra ver con lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño. Es como mirar la Osa Mayor en una noche clara o como ver el amanecer en invierno cuando uno va a recoger los huevos del amañana. Y cualquier cosa que te haga sentir pequeño es maravillosamente buena.

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