jueves, 29 de agosto de 2019

Ordesa – Manuel Vilas


Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré.

La moralidad de los hechos es siempre una construcción de la cultura. Los hechos en sí mismos sí son seguros. Los hechos son naturaleza, su interpretación es política.

De modo que me quedé a solas con mi padre. Y soy yo la única persona en este mundo —ignoro si lo hará mi hermano— que lo recuerda a diario. Y a diario contempla su desvanecimiento, que acaba convertido en pureza. No es que lo recuerde a diario, es que está en mí de forma permanente, es que yo me he retirado de mí mismo para hacerle hueco a él.

Un divorcio despierta la culpabilidad, porque la culpa es un ejercicio de relieve, es relieve sobre la tierra lisa. La vida de un ser humano es la construcción de relieves que la muerte y el tiempo acabaran alisando

Un día dejó de preocuparse de su coche, un Seat Málaga antiguo. Siempre se había angustiado por su coche obsesivamente, por cuidarlo, por tenerlo siempre en perfecto estado. Lo abandonó en un garaje y dejó de conducir.
Fui yo mismo a ver el coche, y estaba lleno de polvo.
      Se lo dije: <>.
      Me miró, y parecía que eso sí le hacía mella.
      <>, dijo.
      Cuando se desentendió de su coche, supe que mi padre iba a morir pronto; supe que eso era el final.
      Fue uno de los momentos más tristes de mi vida, mi padre me estaba diciendo adiós por una maquina interpuesta.
      En vez de decirme: <>, me dijo: <>. Dios mío, cuánta hermosura. Viniera de donde viniera el espíritu de mi padre, estaba tocado del don de la elegancia, del don de lo inesperado, de la ingenua originalidad.
      Del estilo.
      Me senté en una silla de la cocina, y me lo quedé mirando. Me puse muy nervioso. Me angustié mucho. Solo yo en todo el universo sabía lo que significaban esas palabras, <>.
      Me estaba diciendo algo devastador: <>.
      No percibo tu amor.
      No te amé lo suficiente, y tú a mí tampoco.
      Fuimos condenadamente iguales.

Y no cogí la mano de mi padre moribundo. Nadie me enseñó a hacerlo. Me daba pánico hacerlo, me daba miedo, un miedo que iba agigantando mi soledad. El miedo a una mano, que acabó consintiendo la gran soledad en la que vivo.

Eran los años setenta, cuando la vida iba más despacio y podías verla. Los veranos eran eternos, las tardes eran infinitas, y los ríos no estaban contaminados.

Que te espere alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único éxito.

Nunca decimos toda la verdad, porque si la dijéramos romperíamos el universo, que funciona a través de lo razonable, de lo soportable.

Mi madre bautizó el mundo, lo que no fue nombrado por mi madre resulta amenazador. Mi padre creó el mundo, lo que no fue sancionado por mi padre me resulta inseguro y vacío.

Daniel
Dormir en la misma casa, tú en tu pequeña habitación, yo en la mía, que es también pequeña, pero un poco más grande que la tuya, es un privilegio.
Saber que estás al otro lado del tabique me da paz.
Pero hoy te has quedado dormido, y llegas tarde al instituto.
No sabes la pena que me causa que te pierdas una hora de clase.
Las leyes de los hombres –yo las conozco- son inflexibles, y debes aprender a convivir con ellas, como yo lo hice.
Me he quedado pensando en tu futuro.
Daría mi vida por protegerte mañana, para que no te alcance nunca ninguna desdicha, ningún dolor, ningún veneno de los hombres.
Abro la ventana de tu cuarto y miro tus cosas y me conmuevo.
Adoro tus cosas.
Adoro tu letra, pequeña, dulce, humilde, la letra de un alma bondadosa.
Adoro tu ropa colgada en mi armario, tu cazadora marrón, que me encanta.
La fragilidad que expresa tu cuerpo me estremece y me alegra al mismo tiempo.
Estás todo el día con los cascos, cuando te hablo no oyes.
Vives para el teléfono móvil, y poco para mí, que vivo para ti.
Me gusta prepararte bocadillos delicados.
Pienso en que tendrás hambre a media mañana.
Adivino tu vulnerabilidad y sufro.
En ti me convertiré en ceniza y tu vida nueva verá la caída de todas las cosas que me hirieron.

1 comentario:

palmerdague dijo...

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