Antes de seguir adelante,
necesitamos una definición. Un ser, como el mandril, se dice que es altruista
si se comporta de tal manera que contribuya a aumentar el bienestar de otro ser
semejante a expensas de su propio bienestar. Un comportamiento egoísta produce
exactamente el efecto contrario. (...) Es importante tener en cuenta
que las definiciones dadas anteriormente sobre el altruismo y el egoísmo son
relativas al comportamiento, no son subjetivas. No estoy tratando, en
este caso, de la psicología de los motivos. No voy a discutir si la gente que
se comporta de manera altruista lo está haciendo «realmente» por motivos
egoístas, secretos o subconscientes.
La confusión en la ética humana
sobre el nivel en que el altruismo es deseable — familia, nación, raza,
especie, o hacia todos los seres vivientes— se refleja en una confusión
paralela en biología, en lo referente al nivel en el cual se puede esperar el
altruismo de acuerdo a la teoría de la evolución.
Defenderé la tesis de que la
unidad fundamental de selección, y por tanto del egoísmo, no es la especie ni
el grupo, ni siquiera, estrictamente hablando, el individuo. Es el gen, la
unidad de la herencia.
Ahora, abundan en grandes
colonias, a salvo dentro de gigantescos y lerdos robots, encerrados y protegidos del mundo exterior,
comunicándose con él por medio de rutas indirectas y tortuosas, manipulándolo
por control remoto. Se encuentran en ti y en mí; ellos nos crearon, cuerpo y
mente; y su preservación es la razón última de nuestra existencia. Aquellos
replicadores han recorrido un largo camino. Ahora se les conoce con el término
de genes, y nosotros somos sus máquinas de supervivencia.
Un gen es definido como una
porción de material cromosómico que, potencialmente, permanece durante
suficientes generaciones para servir como una unidad de selección natural.
Según lo explicado en capítulos anteriores, un gen es un replicador con una
alta fidelidad de copia.
Los genes compiten directamente
con sus alelos por la supervivencia, ya que sus alelos en el acervo génico son
rivales que podrán ocupar su puesto en los cromosomas de futuras generaciones.
Cualquier gen que se comporte de tal manera que tienda a incrementar sus
propias oportunidades de supervivencia en el acervo génico a expensas de sus
alelos tenderá, por definición y tautológicamente, a sobrevivir. El gen es la
unidad básica del egoísmo.
¿Por qué nosotros, al igual que
la mayoría de las demás máquinas de supervivencia, practicamos la
reproducción sexual?, ¿por qué nuestros cromosomas se entrecruzan? y ¿por qué
no vivimos eternamente? (...)
Según señala Medawar, es un
argumento viciado ya que asume lo que intenta probar, al decir que los animales
viejos son demasiado decrépitos para reproducirse; y es también una explicación
ingenua de la selección de grupos o de la selección de las especies, si bien
esta parte podría ser expresada de otra forma más aceptable. La teoría de
Medawar es poseedora de una hermosa lógica; (...)
Obviamente los genes letales
tenderán a ser descartados del acervo génico. Pero es igualmente obvio que un
gen letal que actúa en una etapa tardía será más estable en un acervo génico
que uno que ejerce su influencia en una etapa temprana. Un gen que es letal en
un cuerpo de edad avanzada aún puede tener éxito en un acervo génico, siempre
que su efecto letal no se manifieste hasta después que el cuerpo haya tenido
tiempo de reproducirse. Por ejemplo, un gen que hace que cuerpos viejos
desarrollen un cáncer podrá ser transmitido a numerosos descendientes, ya que
los individuos se reproducirán antes de contraer la enfermedad. (...)
El aspecto que el mismo Medawar
destaca es que la selección favorecerá a los genes que tienen el efecto de
retardar la operación de los otros; es decir, de los genes letales, y también
favorecerá a los genes que tienen el efecto de apresurar el efecto de los genes
buenos. Puede ser que la evolución consista, en gran medida, en cambios genéticamente
controlados al principio de la actividad de los genes.
Los cuerpos pueden ser colonias
de genes, pero en cuanto a su comportamiento se refiere han adquirido,
indudablemente, una individualidad propia. Un animal se mueve como un conjunto
coordenado, como una unidad. Subjetivamente, yo me siento como una unidad, no
como una colonia. Ello era de esperar. La selección ha favorecido a los genes
que cooperan unos con otros. En la feroz competencia por los recursos escasos,
en la lucha implacable para devorar a otras máquinas de supervivencia y para
evitar ser comidos, sin duda existiría un interés para la coordinación central
más bien que una anarquía dentro del cuerpo comunal.
Estoy tratando de intensificar
la idea de que el comportamiento animal, ya sea altruista o egoísta, se
encuentra bajo el control de los genes sólo de una manera indirecta, pero en un
sentido muy poderoso. Al dictaminar la forma en que las máquinas de
supervivencia y sus sistemas nerviosos son construidos, los genes ejercen un
poder fundamental en el comportamiento. Pero las decisiones inmediatas y la
continuidad de ellas son tomadas por el sistema nervioso. Los genes son los
diseñadores de la política primaria; los cerebros, sus ejecutivos. A medida que
los cerebros evolucionan y se tornan altamente desarrollados, se hacen cargo,
cada vez en una mayor medida, de las decisiones respecto a la política a seguir
y para ello utilizan trucos y simulación. La conclusión lógica de esta
tendencia, aún no alcanzada en especie alguna, sería que los genes le dieran a
la máquina de supervivencia una sola instrucción general de la política a
seguir, que sería más o menos ésta: haz lo mejor que te parezca con el fin de
mantenernos vivos.
Es perfectamente adecuado
hablar de «un gen para un comportamiento determinado» aun si no tenemos la
menor idea de la cadena química de causas embrionarias que relacionen el gen
con el comportamiento.
Resumiendo, lo que afirmo es
que, además del índice de parentesco, debemos considerar un índice de
«certeza». Aun cuando la relación entre padres e hijos no es más próxima,
genéticamente, que la relación entre hermano y hermana, su certeza es mayor.
Normalmente es posible estar más seguro de quienes son nuestros hijos que de
quienes son nuestros hermanos. Y aún se puede estar más seguro de saber quién
es uno mismo.
Cuando dos isogametos se
fusionan, ambos contribuyen con igual número de genes para formar el nuevo
individuo, y también aportan la misma cantidad de reservas alimenticias. Los
espermatozoides y los óvulos contribuyen, de forma equitativa, en el número de
genes, pero los óvulos otorgan mucho más en cuanto a reservas alimenticias: en
realidad, los espermatozoides no cooperan en absoluto y sólo están interesados
en transportar sus genes, lo más rápido posible, al óvulo. En el momento de la
concepción, por lo tanto, el padre ha invertido menos de la cuota que le
corresponde (es decir, el 50%) de sus recursos en su descendiente. Ya que cada
espermatozoide es tan pequeño, un macho puede permitirse fabricar millones de
ellos cada día. Ello significa que es, potencialmente, capaz de engendrar un
número considerable de hijos en un período de tiempo muy breve, empleando con
este fin a diferentes hembras; hecho sólo posible porque cada nuevo embrión es
dotado por la madre, en cada caso, del alimento adecuado. Este último factor
establece un límite al número de hijos que pueda tener una hembra, pero el número
de hijos que pueda tener un macho es, virtualmente, ilimitado. Es aquí donde
empieza la explotación femenina
Hemos considerado algunas de
las posibilidades que tendría una hembra que ha sido abandonada por el macho.
Pero todas ellas tienen el aspecto de buscar la mejor solución a un mal asunto.
¿Hay algo que la hembra pueda hacer para reducir, en primer lugar, el grado de
su explotación por parte del macho? Tiene una poderosa carta en su mano. Puede
negarse a copular. Ella se encuentra en demanda, en el mercado del vendedor.
Ello se debe a que trae la dote de un óvulo grande y nutritivo. Un macho que
copula con éxito gana una valiosa reserva de alimento para su descendiente. La
hembra se encuentra, potencialmente, en condiciones de regatear duro antes de
copular. Una vez que lo ha hecho ya ha jugado su as: su óvulo ha sido confiado
al macho. No está mal hablar de duros regateos, pero sabemos muy bien que no es
así. ¿Hay alguna forma realista en la cual algo equivalente a un duro regateo
pueda desarrollarse en la selección natural? Consideraré dos posibilidades
principales, denominadas la estrategia de la felicidad conyugal y la estrategia
del macho viril.
Para resumir lo que hemos
tratado hasta aquí en el presente capítulo, podemos establecer que los
diferentes tipos de sistemas de procreación que encontramos entre los animales
—monogamia, promiscuidad, harenes, etc.— pueden ser comprendidos en términos de
conflicto de intereses entre los machos y las hembras. Los individuos de ambos
sexos «desean» aumentar al máximo su producción reproductora total durante sus
vidas. Debido a las diferencias fundamentales entre el tamaño y número de los
espermatozoides y los óvulos, los machos, en general, tienden a ser propensos a
la promiscuidad y a la carencia de solicitud paternal. Las hembras cuentan con
dos posibilidades principales de contramaniobra, que yo he denominado
estrategias del macho viril y de la felicidad doméstica. Las circunstancias
ecológicas de una especie determinarán que las hembras se inclinen a adoptar
una u otra de dichas contramaniobras, y también determinarán la forma en que
responderán los machos. En la práctica, todos los tipos de situaciones
intermedias entre las estrategias del macho viril y de la felicidad doméstica
se dan en la naturaleza, y, según hemos visto, existen casos en que el padre
dedica más atención y cuidados a los hijos que la madre.
En el hombre está bien
desarrollada la memoria y la capacidad de reconocimiento de los individuos.
Podemos esperar, por consiguiente, que el altruismo recíproco haya jugado un
papel importante en la evolución humana.
Trivers llega hasta el extremo
de sugerir que muchas de nuestras características psicológicas tales como la
envidia, sentimiento de culpa, gratitud, simpatía, etc., han sido planeadas por
la selección natural como habilidades perfeccionadas de engañar, de detectar
engaños y de evitar que otra gente piense que uno es un tramposo. De especial
interés son los «engañosos sutiles» que parecen estar pagando un favor recibido
pero que, sin cejar, devuelven levemente menos de lo que reciben. Es aun
posible que el abultado cerebro del hombre y su predisposición a razonar
matemáticamente haya desarrollado un mecanismo de engaño más tortuoso y de una
detección más penetrante del engaño cometido por otros. El dinero constituye un
signo formal de altruismo recíproco retardado.
No tiene fin la fascinante
especulación que engendra la idea de altruismo recíproco cuando la aplicamos a
nuestra propia especie. El tema es tentador, pero no soy mejor para tales
especulaciones que cualquier otro hombre y dejo al lector que se entretenga en
ello.
Los memes. La mayoría de las
características que resultan inusitadas o extraordinarias en el hombre pueden
resumirse en una palabra: «cultura». No empleo el término en su connotación
presuntuosa sino como la emplearía un científico. La transmisión cultural es
análoga a la transmisión genética en cuanto, a pesar de ser básicamente
conservadora, puede dar origen a una forma de evolución. Geoffrey Chaucer no
podría mantener una conversación con un moderno ciudadano inglés, pese a que
están unidos uno al otro por una cadena ininterrumpida de unas veinte
generaciones de ingleses, cada uno de los cuales podía hablar con sus vecinos
inmediatos de la cadena igual que un hijo habla a su padre. Parece ser que el
lenguaje «evoluciona» por medios no genéticos y a una velocidad más rápida en
órdenes de magnitud que la evolución genética.
Cuando morimos, hay dos cosas
que podemos dejar tras nuestro: los genes y los memes. Fuimos construidos como
máquinas de genes, creados para transmitir nuestros genes. Pero tal aspecto
nuestro será olvidado al cabo de tres generaciones. (...) No debemos
buscar la inmortalidad en la reproducción.
Tenemos el poder de desafiar a
los genes egoístas de nuestro nacimiento y, si es necesario, a los memes
egoístas de nuestro adoctrinamiento. Incluso podemos discurrir medios para
cultivar y fomentar deliberadamente un altruismo puro y desinteresado: algo que
no tiene lugar en la naturaleza, algo que nunca ha existido en toda la historia
del mundo. Somos construidos como máquinas de genes y educados como máquinas de
memes, pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros,
sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la tiranía de los
replicadores egoístas.
Bien, pero ¿por qué «dilema»?
Para averiguarlo, contemplemos la matriz de ganancias e imaginemos las ideas
que pueden pasar por mi cabeza cuando juego contra usted. Sé que sólo hay dos
cartas con las que puede jugar, COOPERAR y DESERTAR. Considerémoslas por orden.
Si ha jugado DESERTAR (esto significa que hemos de mirar a la columna de la
derecha), la mejor carta a la que yo podría haber jugado sería también
DESERTAR. He de admitir que he sufrido el castigo de la deserción mutua, pero
si hubiera cooperado, habría obtenido la multa del Incauto, que es peor.
Volvamos ahora a la otra cosa que usted podría haber hecho (miremos a la
columna de la izquierda), jugar la carta de COOPERAR. De nuevo, DESERTAR es lo
mejor que podría haber hecho. Si he cooperado, los dos habríamos obtenido la
puntuación de 300 dólares. Pero si hubiera desertado, habría obtenido todavía
más —500 dólares. La conclusión es que, sea cual sea la carta que usted juegue,
mi mejor partida es Siempre
Desertar.
He deducido así, mediante una
lógica impecable, que haga usted lo que haga yo tengo que desertar. Y usted,
con no menos impecable lógica, llegará exactamente a la misma conclusión. Así,
cuando dos jugadores racionales se encuentran, los dos desertarán y ambos
acabarán con una multa o unas ganancias bajas. Aun así, cada uno sabe
perfectamente que si ambos hubieran jugado COOPERAR, ambos habrían
obtenido una recompensa relativamente elevada por su mutua cooperación (300
dólares en nuestro ejemplo). Este es el motivo por el que al juego se le llama
un dilema, por qué parece tan terriblemente paradójico y por qué se ha dicho
que tendría que haber una ley contra él. (...)
El juego repetido es,
simplemente, el normal que se repite un número indefinido de veces con los
mismos jugadores. De nuevo nos enfrentamos usted y yo, con la banca sentada
entre nosotros. De nuevo jugamos una mano de sólo dos cartas, etiquetadas
COOPERAR y DESERTAR. De nuevo jugamos en cada juego una u otra de esas cartas y
la banca paga o pone multas según las reglas citadas anteriormente. Pero ahora,
el juego no termina aquí. Tomamos nuestras cartas y nos disponemos para otra
partida. Las sucesivas partidas del mismo juego nos dan la oportunidad de
confiar o desconfiar, de intercambiar o aplacar, de olvidar o vengar. En un
juego indefinidamente largo, cuyo aspecto importante es que ambos podemos ganar
a expensas de la banca más que a expensas uno del otro.